domingo, abril 14, 2019

Parroquiales vs. Globalistas


De raid, la vida en la mochila y la guitarra.
Fuente: Google.com


Por Rogelio Ríos Herrán

“Cuando le dije a mi padre que me iba a echar a volar…”

Alberto Cortez

A Colmecas 81, mis globalistas favoritos

Desde hace tiempo, observo entre los mexicanos una marcada tendencia a expresar opiniones y tomar posturas con base a qué tanto alcanzan a ver del mundo: los de mirada corta (parroquiales) que se aferran a su terruño, sus fronteras definidas y a la raíz de sus ancestros; los de mirada larga (globalistas) que ven mucho más allá del suelo donde nacieron y anhelan hacer suyo el mundo entero, sí, literalmente el mundo en su totalidad.

Parroquiales

Despiden los parroquiales al hermano aventurero que se lanza al camino para explorar el mundo, ellos son los que guardan la tierra natal, la casa paterna, las fotografías y cartas de los antepasados. Ellos son los que se quedan, las raíces de sus pueblos y comunidades, los amigos a los que el globalista regresa de vez en vez a tocar el terruño nada más para emprender de nuevo el viaje. La solidez de su suelo nativo y de su Patria son como de roca, no las agrieta nada. Recelan del mundo externo, desconfían de todo lo que hay más allá de sus fronteras inmediatas. Para ellos, el paisaje conocido, el lenguaje propio, las costumbres y tradiciones, las tortillas y guisos de toda la vida son su baluarte contra todo lo que el resto del mundo tiene de amenazante. Más que oportunidades del exterior, perciben amenazas; se los dice su instinto que nunca falla. Se lamentan de que, desde dentro de sus comunidades, son la pérdida del sentimiento patriótico, del fervor religioso y de la educación cívica las que erosionan poco a poco su forma de vida tradicional. Están convencidos de que “Cómo México no hay dos” y cantan el Corrido de Monterrey, el Corrido de Chihuahua, Sonora Querida, Tabasco es un Edén y Caminos de Guanajuato, o el que aplique según el caso, como sus verdaderos himnos nacionales. Gracias a ellos se mantienen las tradiciones mexicanas: la machaca con huevo, las tortillas de harina, la carne zaraza, los tamales y la cochinita pibil y abundantes libaciones de tequilas y mezcales. Gracias a ellos, nuestros ancestros aún reciben cada domingo flores en sus tumbas y son recordados puntualmente cada Día de Muertos. Usan sus iPhones, sí, pero para ayudarse a resguardar su mundo local contra las amenazas globales. Son los pilares de nuestras comunidades, sin ellos no habría Patria tal como hoy la conocemos y debemos agradecerles por ello.

Globalistas

¡Ah! Los globalistas, mi tribu preferida. Son los trotamundos, los “pata de chucho” que no se pueden quedar quietos en un mismo lugar por mucho tiempo. Nómadas existenciales como son, las tradiciones los ahogan, el patriotismo es una camisa que les queda apretada, la Patria (sí, la quieren tanto como sus hermanos parroquiales, pero con amor de caminante) no es la Dama regañona que los sujeta, sino un papel que llevan en el bolsillo mientras recorren en aventón el camino de México hasta Argentina. Son mexicanos, son patriotas, pero juegan en un equipo diferente a los sedentarios: son, quieren ser, sueñan con el mexicano universal. Cuando vuelven a su terruño, traen noticias e historias del mundo externo, fascinan a sus hermanos y amigos sedentarios que casi nunca salen de su pueblo con historias y anécdotas sin fin con las que les dicen que allá, atravesando las fronteras, hay gente de carne y hueso como uno, samaritanos y villanos como en todos lados, idiomas, tradiciones, cocinas y canciones tan viejas y venerables como las nuestras, y muchas formas de imaginarse a Dios y vivir la vida. Cantan “no soy de aquí ni soy de allá”, como Alberto Cortez o “caminante no hay camino, se hace camino al andar”, como Serrat. Disfrutan el privilegio de ser mexicanos mientras se toman un tequila en Roma, Teherán o Seúl, en cualquier parte del mundo en donde reciben bien a los mexicanos, lo cual es decir en todo el mundo. Los globalistas aman el camino tanto como a sus parejas de vida (o quizá un poco más), para ellos Jesucristo fue el gran globalista de pelo largo e ideas universales, no temen a lo que hay más allá del territorio conocido, son los Magallanes del siglo 21 y, a la manera del navegante portugués, le dan la vuelta al globo terráqueo con un mensaje inconfundible: aquí estamos, venimos de México, somos del Mundo, vivamos en paz.

Lo mejor de la existencia de parroquiales y globalistas (tome su bando si usted gusta, estimado lector) es que, contra lo que pudiera pensarse, ambos se necesitan y se atraen para darle sentido a sus existencias: sin los sedentarios no habría hogar ni Patria a donde regresar; sin los nómadas no habría mundo a donde ir ni nadie que disipara los temores y miedos de los sedentarios. Son La Cigarra y La Hormiga, pero en buena onda (“estamos pisteando tranquilos”, como dirían los sinaloenses) y sin moraleja incómoda. Como el regreso del hijo pródigo que nos cuenta la Biblia, el retorno del globalista es ansiado por el sedentario, por sus padres cariñosos que echan la casa por la ventana cuando lo reciben, por sus hermanos alborotados que siempre lo esperan. Sin los que se quedan, el que se va no tendría adónde volver; sin el que se va, el que se queda se marchitaría de encierro, tristeza y aislamiento. Se rompería el orden universal de las cosas sin el Ying y el Yang de los taoístas.

El camino llama al viaje; el hogar espera el retorno. Vivir es irse, pero también quedarse. Es mi idea de Dios.

   

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