miércoles, marzo 20, 2013

Ansiedad por las reformas

Fuente: www.losbloguitos.com


Por Rogelio Ríos Herrán

En estos momentos se discute en el Congreso federal el proyecto de reformas a las telecomunicaciones mexicanas que ha creado grandes expectativas en la opinión pública respecto a que, al fin, serán metidas en cintura y puestas de nuevo bajo la rectoría del Estado las grandes empresas de comunicaciones que todos conocemos y que han incurrido en prácticas monopólicas que todos hemos padecido.

Una reforma laboral, al final del anterior sexenio, y otra educativa, al arranque del actual del Presidente Peña Nieto, fueron deliberadas y aprobadas por las cámaras legislativas con el beneplácito de la sociedad porque ¿quién en su sano juicio puede oponerse a la modernización de México vía las reformas?

Nadie, por supuesto. Pero de ese deseo común de todos los mexicanos por destrabar los nudos que nos impiden avanzar por el camino del desarrollo vía las reformas, a la aprobación del Legislativo y a su implementación concreta, hay un largo trecho por recorrer.

Se entiende que en el ánimo del nuevo Gobierno hay un prurito por borrar la huella del anterior y establecer su marca propia, eso es natural y hasta encomiable en todo nuevo grupo gobernante que quiere gobernar de manera distinta a sus antecesores.

Qué bueno que hay ese impulso de cambio, de transformación. Además, qué bien que se sacuda la parsimonia legislativa con iniciativas de ley y reformas a las existentes que de veras prometen ir al fondo de las cosas, que buscan soluciones estructurales a los problemas nacionales que nos ahogan, como en el caso de las telecomunicaciones.

Pero de ahí a considerar que el reformismo, por sí sólo, impulsará el cambio en México, es otra cosa completamente diferente. Es como seguir apegados a la noción tradicional, muy mexicana, de que cambiando la ley se cambia la realidad, que la letra de una ley es sagrada y que su mera existencia en un documento es suficiente para que influya y modifique a la realidad.

No solamente hay grandes intereses creados en todas y cada una de las áreas de la economía y la política mexicanas que se resistirán al cambio, también hay un grave problema, digamos, de inercia y “tradición”: un aparato de gobierno impermeable a los cambios, una burocracia que difícilmente –incluso bajo coerción- variará su rumbo, y una cultura política en la que todavía predominan valores absolutamente antidemocráticos: autoritarismo, clientelismo, corrupción simple y llana, “transas” al por mayor, que no se va a acabar de la noche a la mañana como por arte de magia de una reforma.

Si bien las discusiones en el Congreso y el Senado llaman poderosamente la atención mediática y alimentan la ansiedad de la opinión pública sobre el advenimiento del cambio tan anhelado, será en otro terreno en donde se decidirá el destino de cada una de las relumbrantes reformas que se van aprobando una tras otra en una marcha implacable de la Historia, así con mayúscula, y que nos dan la sensación de vivir un gran momento histórico; será en el terreno, reiteramos, de la realidad mexicana en donde se pondrán a prueba realmente la voluntad y la capacidad de cambio del nuevo Gobierno de Peña Nieto.

Ahí, en ese suelo de lo real y concreto -en donde todo finalmente se estrella o se renueva- se dará o no el gran cambio de México. Ojalá que éste sí sea nuestro momento histórico, uno que recordemos en el futuro como de grandes logros, pero no echemos desde ahorita las campanas al vuelo: falta mucho por hacer desde la base de la pirámide.

rogelio.rios60@gmail.com

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