Por Rogelio Ríos Herrán
La llegada de los
Juegos Olímpicos de Londres 2012 crea grandes expectativas de por lo menos darle
un respiro a la Humanidad en su incesante camino plagado de crisis económicas,
guerras, matanzas, enfermedades y calentamiento global que la asola.
De la misma manera
en que España, al borde hoy de necesitar un rescate de la Unión Europea y
sumida en una profunda crisis política por el rompimiento entre gobierno y
sociedad a raíz de la implementación de medidas anticrisis extremas, ganó
unos días de fiesta en junio con el triunfo de su selección nacional de futbol en la
Eurocopa 2012, con una soberbia actuación ante Italia en el partido final, así
partió el contingente olímpico mexicano a integrarse a los de muchos otros
países en la máxima competencia amateur del mundo para, entre otras cosas, darle una bocanada de aire fresco a un pueblo mexicano agobiado.
Con todo y las
reservas que le pongamos a la Olimpiada en cuanto a lo costoso de su
organización y a lo inoperante que parece ser el espíritu olímpico de sana
competencia incluso en el terreno atlético, pues todo mundo hace lo que sea con
tal de ganar, y pese a la participación de deportistas profesionales en ramas
deportivas (tenis, futbol) en donde se desempeñan como profesionales, no
obstante todo eso, no hay emoción comparable a la de ver arder la llama olímpica,
una vez más, en el pebetero del estadio el día de la inauguración.
Cualquiera que sea
nuestra pasión deportiva, desde el ciclismo hasta la natación o las carreras de
maratón, sabemos como practicantes y observadores de esos deportes que llegar a
un nivel olímpico de competencia es una hazaña individual y de equipo, fruto de
una trayectoria y una disciplina rigurosa del deportista que deja literalmente
la vida en el campo.
Por eso, cuando
cada atleta mexicano salga a competir, y no importa qué resultado obtenga
(medalla o no), sabemos que representa el México al que aspiramos, un país sano
en cuerpo y alma, enfocado, disciplinado y resuelto a dar lo mejor de sí mismo
en cada ocasión que se le requiera. Ése ideal es nuestro, esa imagen
competitiva nos pertenece y es la que colocamos por encima de cualquier otra
que sólo refleje lo negativo y oscuro de nuestra nación.
Ir a Londres,
entonces, es un viaje de la ilusión hacia una tierra que se abre cada cuatro
años y a la cual los mexicanos acuden con entusiasmo y alegría, con la emoción
de sentirse cada uno un competidor olímpico y, los más afortunados, medallistas
olímpicos, la gloria máxima a que se puede aspirar en la Tierra.
Desde que por
televisión vi la entrada al Estadio Olímpico México 68 del sargento Pedraza con
su trote tenaz en la competencia de caminata 20k, cuando estalló en júbilo el
estadio entero en apoyo de su guerrero azteca que alcanzaría a subir al podio por su medalla de plata;
o cuando el “Tibio” Muñoz ganó su medalla de oro en la competencia en natación
estilo pecho, sentí desde niño el orgullo de ser mexicano, compatriota de esos
valientes que se ponían al tú por tú con cualquiera otro atleta.
Con esa emoción me
quedo y espero con ansiedad la inauguración de los Juegos Olímpicos el viernes
27 de julio para observar una de los mejores rostros del hombre.
¡Más alto, más
fuerte, más rápido!
1 comentario:
Creo que parte de la emoción de cada 4 años la resumiste muy bien! es dejarse llevar a los primeros recuerdos de nuestras primeras Olimpiadas e instalarnos ahí. Sin complicaciones, sin análisis políticos económicos... es como volver a algo "naive"
Publicar un comentario