jueves, agosto 22, 2024

México AT/DT

 

Por Rogelio Ríos Herrán 
A cómo van las cosas, antes de que termine el mes de agosto y dependiendo de cómo se resuelva el asunto de la sobrerrepresentación legislativa, el cual apunta a la consolidación de Morena como un partido ultradominante, más nos vale a los ignorados y dolidos ciudadanos empezar a hablar en siglas: un país AT y otro DT. 
¿Qué significan esas letras? Muy sencillo: México Antes de la Transformación (AT) y Después de la Transformación (DT), es decir, las letras capitales describen el fin de la República y el inicio del Régimen Autoritario, o quizá, como dice un buen amigo, de la “Dictadura Perfecta”. 
En el México AT teníamos, con todas sus carencias y defectos, una estructura institucional basada en la división de poderes; una Constitución Política y su guardiana, la Suprema Corte de Justicia con su variedad de ministros y ministras cuyas visiones, aunque encontradas, se armonizaban de alguna manera para defender el Estado de Derecho. 
Había, además, en la era AT, también con carencias y defectos, una multiplicidad de organismos descentralizados, reguladores, defensores de temas fundamentales como los Derechos Humanos y el Derecho a la Información, la sustentabilidad, la defensa del Medio Ambiente, y el juicio de amparo, una tradición mexicana que pronto pasará a ser pieza de museo. 
Por si fuera poco, en la era AT contábamos con una credencial de elector de primer nivel internacional (que ni Obama tenía, como diría el Gran Mago tropical) y un Instituto Nacional Electoral que -excepto en la última parte de su existencia bajo la mano débil de la señora Taddei- fue un baluarte de las elecciones confiables y la estabilidad de las sucesiones de poder en México, ¡ah, qué tiempos, Señor Don Simón! 
Para rematar, en la era AT había una diversidad de partidos políticos y organizaciones sociales que, por decirlo coloquialmente, le ponían sabor al caldo de la vida pública, incluso con las leyendas negras de algunos de ellos.  
En cualquier momento dado, había un gobernador panista junto a un vecino gobernador priista o morenista o perredista, quienes tenían que cuidar mucho sus desempeños so pena de ser castigados en el seno de sus partidos. Nadie sabe lo que tiene... 
En la nueva era Después de la Transformación (DT) que se inaugura con actos ominosos como la sobrerrepresentación legislativa, la reforma morenista al Poder Judicial no negociada con nadie y terriblemente dañina para el país, y la llegada de una mujer con las manos atadas con lazos tabasqueños a la presidencia de la República, se impondrá Morena como partido político y gobierno nacional únicos. 
Eventualmente, esa es la meta expresada manifiestamente incluso por Claudia Sheinbaum: en la Era DT, Morena capturará cada gubernatura, cada presidencia municipal y cada legislatura estatal para su divisa y borrando del mapa a la diversidad política en el país. 
Quien quiera ganar una elección popular o trabajar en cualquier nivel del gobierno tendrá que ser, por fuerza, morenista militante y juramentado en el credo lopezobradorista: lealtad absoluta e incondicional al líder moral (AMLO), pensamiento acrítico y sin divergencias de la línea política marcada por ya saben quién desde ya saben dónde, pues el verdadero centro del poder no estará en Palacio Nacional, en el cual sólo hablará una delegada andresiana. 
Quien quiera ser un empresario exitoso en la era DT, no tendrá más que aceptar las condiciones del gobierno morenista en turno: negociar con sobreprecios, pagar la diferencia de precios en sobres amarillos llenos de billetes como “contribuciones” a la causa y olvidarse, eso sí, de molestos trámites como presentar manifiestos de impacto ambiental (otra reliquia de museo)) o certificar el uso de electricidad proveniente de energías limpias. 
¿Que podrían perder los empresarios de la era DT: ¿la posibilidad de hacer negocios en el mercado estadounidense? No habrá ninguna necesidad de eso: México ya no participará en el TMEC (otra pieza de museo) en defensa de la soberanía nacional, sobre la cual no pueden pesar compromisos y responsabilidades internacionales de ningún tipo, faltaba más. 
¿Quién votó en 2018 y en 2024 por un “cambio de régimen”? Ningún mexicano de la calle, de clase media o del “pueblo trabajador”, que yo sepa.  
Todos votamos por muchas razones: contra la corrupción, contra el presidencialismo autoritario, contra la inseguridad pública, etcétera, pero ahora resulta que nos van a recetar un cambio profundo e irreversible en el país que nadie pidió ni soñó. 
“Cosas veredes, Sancho”, se lamentaba Don Quijote, hace más de 400 años, y todavía cabalga en la llanura del desencanto, como lo hacen los mexicanos. 
Voy a extrañar la era del México AT, con todo y sus asegunes. Lo siento por los más jóvenes que recogerán los despojos del país. Nadie sabe lo que tiene, hasta que lo ve perdido. 

miércoles, agosto 21, 2024

Kamala Harris: Fiscal por vocación

 


Por Rogelio Ríos Herrán 


La llegada de Kamala Harris a la candidatura demócrata por la Presidencia de Estados Unidos puso a muchos analistas y periodistas a averiguar más sobre la vida y perfil profesional de quien, hasta el momento, había jugado un papel discreto como la vicepresidenta del presidente Joseph Biden. 

Siempre atrás del presidente, medio oculta entre los escasos reflectores que los medios estadounidenses dedican a la figura de la vicepresidencia, era evidente que Kamala refrenaba, por respeto a Biden, su vigorosa necesidad de participar y hablar fuertemente en la arena pública. 

Ella se define como una fiscal por vocación. Desde sus años universitarios en sus estudios de Derecho (en Howard University), se forjó en su carácter la voluntad de combatir al crimen, perseguir delincuentes y castigarlos como una forma de proteger a los más vulnerables de la sociedad. 

Me detengo en este punto de su vocación. Acudí a la lectura de su obra “The Truths We Hold. An American Journey”, (Penguin Random House, serie Penguin Books, 2020) para obtener una fotografía más clara de cómo se forjó profesionalmente una mujer que hoy, sin las ataduras de la vicepresidencia, muestra una energía, vitalidad y capacidad de debate que ha salvado lo que parecía el naufragio de la elección presidencial para el Partido Demócrata. 

En el primer capítulo del libro (“Por el pueblo”), Kamala nos dice que “la razón por la cual tenemos oficinas públicas de fiscalías en Estados Unidos es que, en nuestro país, un crimen contra cualquiera de nosotros está considerado un crimen contra todos nosotros”. 

De hecho, el juramento “Kamala Harris por el pueblo” que prestó al iniciar su primer caso como fiscal de distrito en San Francisco, California, fue un compromiso por la representación social que se aplicaba en cada caso individual que ella atendía. 

“Casi por definición”, agrega Harris, “nuestro sistema de justicia criminal involucra asuntos en los que el poderoso ha dañado al menos poderoso, y no esperamos que la parte débil pueda obtener justicia por sí misma: lo convertimos en una tarea colectiva.” 

Ésa es la razón, concluye, “por la cual los fiscales nunca representan a la víctima; ellos representan ‘al pueblo’, a la sociedad en su conjunto”. 

El libro “The Truths We Hold” (en español "Las Verdades que Sostenemos") es precisamente un relato, entre biográfico y testimonial de su trayectoria en cargos públicos en los que ha intentado siempre proyectar su convicción profunda del alto honor y la elevada responsabilidad que significa el servicio público en Estados Unidos. 

A cada paso de su carrera profesional, Kamala se enfrenta a la realidad del mundo de la política: los ideales elevados sucumben al cálculo político y personal. Formada en una convicción profunda del valor de la representación social y la defensa del vulnerable, ya se imaginarán ustedes la tensión permanente que ella ha vivido hasta el momento en la vida pública. 

La pregunta es cómo va a conciliar Kamala su convicción de fiscal investigador con las necesidades estratégicas, realistas y políticas de la presidencia de Estados Unidos, en caso de que ella gane la elección general de noviembre. 

“Yo mantuve ese principio (‘por el pueblo’) al frente y al centro en tanto trabajé con las víctimas, cuya dignidad y seguridad fueron siempre importantísimas para mí. Se necesita una cantidad enorme de coraje para que alguien comparta su historia y resista los interrogatorios cruzados, sabiendo que su credibilidad y detalles más personales pueden estar en la línea. Cuando ellos subían al podio, sin embargo, lo hacían por el beneficio de todos nosotros”. 

  Buen punto el de Kamala sobre la representación social, pero la carrera presidencial entre ella y Trump requiere, además de la convicción de una fiscal, una visión política que involucre tanto las cuestiones de principios como los cálculos políticos para la defensa del interés nacional de Estados Unidos.  

El libro de Kamala es un viaje fascinante a su experiencia de vida, el origen de sus padres, y la formación de esta abogada californiana que sigue creyendo firmemente en la procuración de justicia y la representación social como su guía en la política. 

Tal vez sea eso lo que la Casa Blanca necesita: la recuperación del sentido de legalidad y estado de derecho perdidos desde el Asalto al Capitolio en 2021. 

Tome usted sus propias conclusiones; el buen libro de Kamala Harris le ayudará a decidir. 

@rogeliux

sábado, agosto 10, 2024

‘Crisis permanente’: el oxímoron mexicano

 


Por Rogelio Ríos Herrán 
¿Qué palabras usar cuando “crisis permanente” ya no sirve para definir lo que sucede en México y el mundo? 
Hablar de crisis es, por definición, referirnos a un suceso natural o humano, individual o social, con carácter temporal en contraposición a un estado de normalidad (ausencia de crisis) constante. 
En el diccionario Oxford Learners encontramos una definición breve y útil: “la crisis política se define como un momento de gran peligro, dificultad o confusión en el que deben resolverse problemas o tomarse decisiones importantes”. 
Para la Real Academia Española, crisis es “un cambio profundo y de consecuencias importantes en un proceso o en una situación, o en la manera en que estos son apreciados”. 
Visto así, la noción de crisis evoca dos cosas: un cambio para volver a la situación anterior o, en otro sentido, llegar a una situación nueva, independientemente de si es mejor o peor que lo que existía. 
Lo importante, en mi opinión, es resaltar la temporalidad de la crisis como la esencia del concepto. Hay un ciclo en que se desenvuelve la crisis, llega a su cumbre y termina al regresar a lo normal o internarse en lo recién creado. 
Por eso me pregunto: ¿qué hacemos cuando las situaciones de gran peligro, dificultad o confusión no son temporales, sino permanentes? ¿Qué concepto usamos en lugar de “crisis” cuando ya no hay nada normal o constante a lo cual volver? 
El ejemplo clásico es el de “Crisis de Medio Oriente”, de la cual he escuchado hablar desde siempre con el sentido de urgencia y de catástrofe inminente entre árabes e israelíes y en medio de la inevitable intervención de las grandes potencias. 
No vayamos tan lejos. Aquí mismo, en México, desde mi tierna infancia hay devaluaciones, crisis financieras, casos de gran corrupción entre políticos y gobernantes y siempre la presencia del crimen organizado y la inseguridad pública.  
“Crisis permanente en México” se convirtió en un oxímoron, la figura retórica que consiste en usar dos términos de significado opuesto para formar una expresión de sentido nuevo, por ejemplo, “un silencio atronador”, nos dice la Real Academia Española. 
La utilización indiscriminada del concepto “crisis” para nombrar a cada uno de los problemas públicos en nuestro país lleva a otro oxímoron de uso común entre periodistas y analistas: por ejemplo, los mexicanos han llegado a “normalizar la violencia”. 
Salta a la vista que no hay nada “normal” en un ambiente de violencia general como el que vivimos los mexicanos. La violencia es anormal. “Normalizar” los actos violentos es simplemente impensable, aun cuando se use el término de manera afín a “acostumbrarse”. 
Podemos seguir con el catálogo de oxímoron mexicanos (mi favorito es “amor eterno”, cuando todos sabemos que el amor eterno dura seis meses, a lo mucho), pero me detengo en el de “crisis permanente”. 
¿Qué opciones hay para superar el laberinto conceptual en el que nos hemos metido? Si lo permanente es la violencia, ¿la paz es lo efímero y deberíamos hablar de “crisis de paz” entre la placidez de la violencia permanente? 
Es una tarea para filósofos y eruditos de la lengua castellana. Lejos de mí tan temeraria idea, diría Don Armando Fuentes Aguirre “Catón”. 
Por lo pronto, cuidemos lo que tenemos, empezando por las palabras y los conceptos: las crisis son temporales, la estabilidad (precaria o en plenitud, no importa) es lo permanente. Los caballos van por delante de la carreta, no atrás. 
Sólo le aceptaría al poeta español Miguel Hernández su genialidad al fundir en un verso lo fugaz con lo eterno: “El rayo que no cesa”. 
@rogeliux 

viernes, agosto 09, 2024

AMLO: ‘apetito por la destrucción’

 


Por Rogelio Ríos Herrán


No utilizo el título de uno de los mejores discos de Guns & Roses (“Appetite for Destruction”, 1987) para identificar los motivos políticos de Andrés Manuel López Obrador por casualidad, sino por la precisión de la frase sobre la persona del tabasqueño: para él, transformar es construir sobre las ruinas de lo destruido.


No está López Obrador solitario en su alucinante pretensión que pretende culminar al fin del sexenio: lo acompañan, incondicionalmente, tanto la vieja izquierda marxista-estalinista heredada del Partido Comunista Mexicano como las legiones de simpatizantes más jóvenes cuya ideología no es tal (un cuerpo coherente de principios e ideas en torno al gobierno de la sociedad), sino una pasión ciega por el ataque violento a instituciones y personas que son señaladas como “enemigos”.


Entre esos extremos, hay, por supuesto, muchos otros grupos sociales que matizan su apoyo al proyecto de la Cuarta Transformación en algunos aspectos, pero lo siguen en lo fundamental.


El principio de “destruir para crear sobre las ruinas” una nueva forma de sociedad y gobierno tiene raíces religiosas y formas de culto similares a las devociones y a la fe. Quienes así se comportan lo hacen por dogma, no por racionalidad: el apoyo a López Obrador es un artículo de fe, se le prende una veladora invocando sus poderes milagrosos (como a un nuevo Niño Fidencio) y volviendo intachable su conducta.


Atribuir ciertos hechos históricos a la pura pasión fue una de las líneas de pensamiento del filósofo mexicano Samuel Ramos (1897-1959), quien defendía esa tesis cuando las demás explicaciones teóricas fallaban para explicar los acontecimientos y personajes de América Latina.


“Abundan en los países hispanoamericanos los conflictos y las luchas de todo orden, en los que no asoma para nada un cálculo interesado, porque a fin de cuentas nadie ha obtenido ventaja alguna, y el resultado es la ruina para todo el mundo”, nos dice en su escrito “La Pasión y el Interés” (en Samuel Ramos. “El perfil del hombre y la cultura en México”. México: Espasa Calpe, Colección Austral, 1981).


“En teoría”, agrega el maestro Ramos, “abundan en nuestra América los partidarios del ‘materialismo histórico’, pero en la práctica somos aún la raza más romántica de la tierra. Nuestro romanticismo en la vida es el de los adolescentes inmaduros que sacrifican la realidad a las ideas”.


En conclusión, “siempre estamos dispuestos a salvar los principios, aun a costa de un verdadero suicidio, conforme al modelo de aquella frase que expresa la más inhumana de todas las actitudes: ‘hágase la justicia, aunque perezca el mundo’”.


A partir de esta reflexión del maestro Ramos, yo puedo entender mejor las posturas irracionales de López Obrador y sus decisiones imprudentes tomadas sobre cualquier otra consideración que no sea su pasión: hay que destruir la república para crear un nuevo régimen político sobre las ruinas.


Más allá del “cálculo interesado” y la búsqueda de ventajas o beneficios políticos, el ideal de Amlo justifica, para muchos, cualquier acción y decisión sin necesidad de razonamientos previos ni análisis de costos y beneficios, ¿para qué perder el tiempo en argumentos cuando la pasión lo arrasa todo?


No importa si de sus decisiones se derivan daños profundos e irreversibles al tesoro público, a las instituciones, el Poder Judicial o los organismos autónomos, amén de la impresionante cifra de homicidios (casi 200 mil) que legará a la sociedad: si así lo decide López Obrador, entonces está bien decidido. Punto final.


Hablar de “apetito por la destrucción” es una forma de nombrar a la pasión política que prefiere destruir la tierra para hacer justicia, una violencia con tonos del Antiguo Testamento y los profetas por cuyas bocas hablaba un Dios implacable.


Nada queda ya por esperar -hasta el 30 de septiembre- cambio alguno en Andrés Manuel López Obrador, su conducta o decisiones. Viviremos, una vez más, en los días más peligrosos del sexenio de cada presidente mexicano: los días finales en los que cualquier cosa puede pasar.


Otra cosa sería si López Obrador hubiera leído a Samuel Ramos: “La pasión orientada hacia adentro y no hacia afuera representa para la vida social una fuerza negativa y destructora. Su intervención hace estériles los propósitos más meritorios, porque los convierte en mero pretexto para lograr sus fines propios. Por eso tantos esfuerzos y luchas en nuestra historia parecen no tener sentido ninguno y entristece el ver que sus resultados equivalen a cero”.


Gracias por sus reflexiones, maestro Samuel Ramos.

@rogeliux

¿Claudia contra los yanquis imperialistas?

Por Rogelio Ríos Herrán   Corren los días, pasa la primera semana de septiembre, avanza la nefasta reforma al Poder Judicial, se acerca  el ...