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Fuente: fotografía propia. |
De inmediato salta a la lengua, al leer el título de
este texto, que la respuesta es ante todo generacional: porque el Che, su
realidad y su leyenda, llenaron las vidas de varias generaciones de latinoamericanos
que vivieron la época en la cual la Revolución Cubana era uno de los temas
centrales de las discusiones ideológicas y políticas.
México no fue la excepción y no quedó fuera de la
enorme seducción política e ideológica que la saga de los revolucionarios
cubanos, con Fidel Castro, Che Guevara y Camilo Cienfuegos ejerció sobre
nuestro país.
No habría entonces necesidad de justificar una
reflexión sobre el Che, sus aciertos y errores, de no ser porque el abismo
generacional que nos separa de las hazañas de los guerrilleros cubanos en la
Sierra Maestra en los años 50 es ya tan grande que, fuera de la clásica foto
del rostro del Che y su boina que se ha vuelto el sello de su identidad, no se
recurre a Ernesto Guevara para nada más.
Por eso me resultó tan grata y sorpresiva la relectura
de un librito de Andrew Sinclair (novelista e historiador británico) que tenía
medio perdido en mi biblioteca y que había leído allá en mis lejanos veintes.
Presentado por Sinclair, el Che vuelve a ser una
persona de carne y hueso, ideológicamente obstinado, duro y renuente a dejar la lucha
revolucionaria para colaborar como funcionario en el gobierno castrista una vez
consumada la derrota de Fulgencio Batista.
Las generaciones actuales de latinoamericanos no lo
han vivido con la misma intensidad, pero la encendida discusión sobre la vía
armada o la vía institucional para que las fuerzas progresistas accedieran al
poder y transformaran los corruptos gobiernos latinoamericanos en instituciones
al servicio de los pueblos fue un tema presente en la vida de todos los
interesados por la vida política en los 60 y 70 en México.
No lo es tanto ahora en nuestros días quizá porque los
avances en la vía de la democracia institucional han sido grandes en países
como México o en otras naciones con pasados de autoritarismo y juntas militares
(Argentina, Chile y Brasil), por lo que el debate entre seguir la vía
institucional o la vía armada parece ya completamente superado en favor de la
primera vía.
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Fuente: Google.com |
Lo me sacudió totalmente, sin embargo, al leer a
Sinclair fue que si bien el mundo de la Guerra Fría en el cual se dio la
Revolución Cubana ya quedó atrás, los problemas mundiales solamente parecen
haber cambiado de corte de pelo, no de esencia: la dominación política y
militar de las potencias sobre el resto del mundo, la persistencia de las “zonas
de influencia” que las grandes potencias se atribuyen arbitrariamente, las
enormes desigualdades entre los países desarrollados y los que ahora -ya se ve-
seguirán llamándose en desarrollo por toda una eternidad, pues no encuentran el
camino que los lleve al progreso.
Finalmente, vemos la transición mundial hacia una
economía globalizada que ha sumado nuevos actores económicos en personajes o
empresas de nivel y poderío colosales, pero en cuyas prioridades no
incluyen el cuidado del medio ambiente (el cambio climático) ni la solución a
la pobreza, las enfermedades y las guerras que provocan millones de desplazados
y refugiados en el mundo, además de los cientos de miles de vidas que cobran
cada año.
Si el mundo ha cambiado mucho, pero no ha transformado
casi en nada la eterna dominación de los poderosos sobre los débiles, ahí entra
la actualidad del Che Guevara. Ámelo u ódielo, el punto es que su propuesta del
enfrentamiento duro contra los “explotadores”, “imperialistas” y “dominadores”,
por emplear el lenguaje marxista de los 60, no ha perdido su vigencia ante el
rostro del mundo actual, sino que más bien los reflectores de la opinión
pública no la iluminan.
Es decir, el mundo sigue siendo un lugar duro e
injusto con la gran mayoría de la población mundial. Sin salidas, sin opciones
de vida, el recurso a las armas (sean revolucionarias o criminales) sigue
siendo una opción más atractiva para los oprimidos, en detrimento de los
llamados a seguir las vías institucionales y el camino de la democracia.
“La
victoria armada del pueblo cubano… ha demostrado de forma tangible que por
medio de la guerrilla un pueblo puede liberarse del gobierno que lo oprime”,
escribió Guevara en su obra “La Guerra de Guerrillas”.
Para el Che, escribe Sinclair, “el guerrillero es
mucho más de lo que aparentemente puede creerse. Es un reformador social que
toma las armas en nombre del pueblo y lucha por el derrocamiento de un régimen…
Debe mostrar asimismo una enorme consideración hacia las poblaciones civiles y
sus costumbres, para probar así su superioridad moral sobre el ejército”.
Si bien el gobierno de Batista era el enemigo
inmediato, para el Che había otro adversario de mayor talla contra el cual la
lucha sería tan intensa como duradera: el subdesarrollo económico, el viejo
compañero de los países latinoamericanos.
Sobre el subdesarrollo, escribió el Che que “un enano
de enorme cabeza y pecho poderoso está subdesarrollado si tenemos en cuenta que
sus débiles piernas y sus cortos brazos no corresponden al resto de su anatomía…
Nuestros países poseen economías falseadas por la política imperialista que ha
desarrollado anormalmente los sectores industriales y agrícolas de manera que
éstos fueran complementarios de su economía”.
“El subdesarrollo o falso desarrollo”, agrega, “conduce
a una peligrosa especialización en las materias primas que mantiene a todos los
pueblos bajo la amenaza del hambre… Un producto único, cuya venta incierta
depende de un mercado único que impone y fija las condiciones, es el mejor
instrumento para la dominación económica imperialista, pues pone en práctica el
viejo refrán: divide y vencerás”.
La actividad de reformadores sociales y vencer al
subdesarrollo siguen siendo demandas tan vigentes hoy como en los años 60. Si
esos reformadores son como el Che Guevara y caminan por la vía de las armas ya
es otra cosa, pero mi punto es que no deja de ser una discusión vigente sobre
un tema eterno: ¿Qué hacer cuando los gobiernos y las clases gobernantes son
corruptas, incompetentes, antidemocráticas y no permiten el desarrollo de una
democracia razonablemente sana?
¿Cómo enfrentarse a un muro autoritario,
insensible, que no abre caminos ni permite salidas a una situación política y económica
insostenible para millones de personas que la padecen directamente en sus
peores efectos? ¿Seguir por la vía institucional a todo costo? ¿O tomar las
armas, también a todo costo?
Traigamos este debate de los años 60 al 2017, reconsideremos
al Che y a Fidel, a Cuba y Nicaragua sandinista, lo que fueron sus revoluciones
y lo que son ahora sus gobiernos, critiquemos y revisemos con dureza sus
aciertos y errores, pero no dejemos que los jóvenes de ahora se sientan sin
opciones políticas ni que crean que todas las puertas están cerradas, que su
interés y conciencia social no decaigan, que no recuerden al Che solamente en
un póster colgado en la pared, sino como un personaje cuya vida nos sirve de
referencia para entender y debatir sobre el mundo de hoy.
Coincido con la conclusión de Sinclair de que “la
historia considerará probablemente a Guevara como el Garibaldi de su época, el
revolucionario más admirado y querido de su tiempo. La influencia de sus ideas
sobre el socialismo y el desarrollo de la guerrilla puede ser temporal, pero su
influencia, particularmente en América Latina, será imperecedera. Porque desde
Bolívar no ha existido un hombre con un ideal tan grande de unidad para el
continente dividido y explotado. Los jóvenes encontrarán otros héroes, pero
ninguno más evocador y las consecuencias de su muerte comienzan a sentirse en
los trastornos y transformaciones sociales que nos rodean”.
rogelio.rios60@gmail.com
FUENTE: Andrew Sinclair. Guevara. México, DF:
Ediciones Grijalbo, 1973, 153 pp.
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