miércoles, agosto 28, 2019

Nuevo Embajador

Christopher Landau, Embajador de USA en México.
Fuente: google.com


Por Rogelio Ríos Herrán

Siempre levanta gran expectación entre los mexicanos el relevo del embajador de Estados Unidos acreditado en México.

Acaba de arribar a la Ciudad de México el señor Christopher Landau, designado por el Presidente Donald Trump para representar a su Gobierno ante el Presidente López Obrador, ante quien ya presentó sus cartas credenciales.

Puesto que su nombre es prácticamente desconocido en México, la noticia de su arribo pasó un tanto inadvertida en los medios de comunicación.

El relevo en la Embajada de Estados Unidos en México se había tardado un año y tres meses a partir de la salida de la anterior titular, Roberta Jacobson, una experimentada diplomática de carrera, en mayo del 2018.

Jacobson, designada por el entonces Presidente Barack Obama, dejó una huella profunda en México, atrajo muchas simpatías e hizo muchos amigos mexicanos desde un puesto, el de Embajadora, difícil de manejar ante los mexicanos por el recelo que causa.

Antes que ella, entre la variedad de personajes que han desfilado por la embajada, hubo casos destacados como Jeffrey Davidow (1998-2002), quien dejara sus memorias en el libro “El Oso y el Puercoespín”; Tony Garza (2002-2009), que se casó con una empresaria mexicana; John Gavin (1981-1986), designado por Ronald Reagan, quien había sido actor de Hollywood; y John D. Negroponte (1989-1993), de la era de George H. W. Bush, que, aunque tenía experiencia diplomática, provenía del área de inteligencia (la CIA) del Gobierno americano y estuvo a punto de ser declarado persona non grata en México.

El común denominador de todos ellos era que contaban con experiencia diplomática.

Christopher Landau no tiene carrera diplomática, de hecho, su misión en México será la primera experiencia de su vida en el Servicio Exterior de su país.

No implica su carencia de oficio diplomático una desventaja insuperable, pero sí le plantea la urgencia de aprender de inmediato los gajes del oficio en vista del estado actual de la relación bilateral entre Washington y la CDMX, que según los especialistas tiene el nivel más bajo en décadas.

Landau, de 55 años es egresado de Leyes de la Universidad de Harvard, en donde recibió un certificado de Estudios Latinoamericanos.

Como abogado, es socio del Despacho Quinn Emanuel Urquhat y Sullivan, un despacho de litigantes de negocios con una plantilla de más de 800 abogados en 23 oficinas alrededor del mundo (no incluye a México) dedicados al arbitraje y al litio de negocios. Ya no aparece enlistado en la página web del bufete.

Ayudará mucho que Landau mantenga un perfil discreto, una actitud negociadora y que sirva de puente, una función muy necesaria, entre ambos gobiernos. Si tiene la confianza del Presidente Trump de su lado, ahora tendrá que ganarse la del Presidente López Obrador.

No habrá “curva de aprendizaje” para el señor Landau. Llega en un momento crítico de la relación bilateral y debe compensar su falta de experiencia diplomática con su sobrado oficio como litigante y conocedor de los tribunales y el arbitraje.

Sólo así se ganará su lugar en la galería de Embajadores gringos notables en la memoria del pueblo de México.

Rogelio.rios60@gmail.com

(Publicado en el periódico La Visión, de Atlanta, Georgia, el 23 de agosto, 2019)




viernes, agosto 16, 2019

Mi Manifiesto

Fuente: Google.com


Por Rogelio Ríos Herrán

Si de manifiestos se trata, nada me impide redactar uno que hable en nombre de los mexicanos en Estados Unidos, tras los sucesos de El Paso, Texas.

AL PUEBLO DE USA:

Declaro que los mexicanos no somos enemigos de los estadounidenses. No queremos quitarles sus empleos. No amenazamos a sus familias. Somos gente de trabajo, de esfuerzo y ganas de salir adelante, no importa si para eso se tienen que trasladar los mexicanos a los Estados Unidos en busca de mejores oportunidades.

Manifiesto que no me mueve ningún rencor histórico por la derrota de México en su guerra con Estados Unidos (1846-1849), sucesos que ocurrieron en un tiempo tan distante que ya casi no se conservan en la memoria del pueblo mexicano. No me mueve deseo alguno de venganza, de “invadir” o “mexicanizar” a los Estados Unidos como una manera de recuperar lo que se arrebató a México en esa guerra.

Lo que me mueve a mí, y a millones de compatriotas, es el deseo legítimo de mejorar nuestros niveles de vida, de tener la oportunidad de demostrar capacidades y talentos, y, sobre todo, de contribuir con el esfuerzo y nuestros impuestos a la sociedad y a la economía del país que nos recibe.

Declaro también que mi lengua natal y muy querida es el español. Al usarlo en Estados Unidos, lo hago como un gesto de aprecio a mi lengua materna, no como desprecio al idioma inglés. No tengo inconveniente en aprender y hablar en inglés, pero lo haré por gusto y sin renunciar a mi lengua materna.

En todo espacio público y privado, en cualquier circunstancia y lugar, hablar español es perfectamente legítimo como una lengua de uso común en Estados Unidos. El español es ya parte de la riqueza idiomática y del acervo cultural de la Unión Americana, es un idioma que abre puertas y tiende puentes entre dos naciones vecinas y con las naciones hermanas de la América Latina. El español es riqueza de espíritu, no pobreza de ánimo.

Declaro que mi fe religiosa, la católica en mi caso (o la de cada quien), la que se me inculcó desde niño en el seno de mi familia, la que guía mis pasos para mantenerme en el camino correcto, la que me permite ver a los demás seres humanos como prójimos, no como enemigos, la traigo a Estados Unidos como lazo espiritual de unión, no como estandarte de batalla para excluir a quienes no la profesan.

No somos cruzados a favor ni en contra de otras religiones. Somos, porque así es nuestra creencia más profunda, fraternos y solidarios con los demás, no importa sus ideas o fe distintas.

Expreso que no veo el mundo dividido en los colores de la piel. Mi cabello y mi piel, mis facciones, son todas orgullosamente mexicanas, inconfundibles, llenas de esa herencia de siglos que las alegrías y tristezas de mi pueblo, de su mestizaje y su enorme diversidad social, han tatuado en mi piel para mostrar al resto del mundo.

Puedo convivir con quien sea, no importa el color de su piel. Nunca lo veré como adversario hostil, sino como un hermano en el gran mosaico de colores y tonos que es la Humanidad.

Declaro que el lugar que busco en Estados Unidos para vivir y trabajar no lo lograré a costa de alguien más, sino en compañía de la gente trabajadora de este país.

Considero que la creación de prosperidad mediante un esfuerzo común de residentes y migrantes, de trabajo duro y una vida apegada a los principios que nos guían, dará a los Estados Unidos el camino a la grandeza que este país busca con tanta ansiedad, pero con métodos equivocados.

Nosotros, los migrantes, los mexicanos, los latinoamericanos, no somos el obstáculo: somos parte de la solución a esa búsqueda. Pueden contar con nosotros.

No nos frenarán los discursos de odio, los extremistas armados, los tiroteos en donde muere gente inocente y cuya sangre derramada duele tanto. Nuestro corazón va por delante, ¿quién puede contra nosotros?

Rogelio.rios60@gmail.com

(Publicado en el Periódico La Visión, de Atlanta, Georgia, 16/08/2019).


sábado, agosto 10, 2019

El Paso-Ciudad Juárez

Fuente Google.com



Por Rogelio Ríos Herrán

Me tocó en el corazón la masacre del 3 de agosto de mexicanos y texanos en El Paso, Texas, cuando un joven tirador entró a una tienda Wal-Mart a disparar indiscriminadamente en contra de quien parecía hispano o mexicano, matando a 22 personas, 8 de ellos mexicanos.

De inmediato vinieron a mi mente recuerdos de la época en que, por razones de trabajo, viajé con frecuencia a Ciudad Juárez a fines de los años 80s y pude constatar que esa ciudad y el Paso, Texas, son en los hechos ciudades hermanadas.

Cruzaba yo a El Paso, a pie, cuando podía después de las horas de trabajo. Me sentía como en casa, la gente era igual de amable que los juarenses y, a pesar de los problemas de seguridad y el gran flujo de migrantes que llegaba continuamente a esa frontera, nunca sentí temor o amenazas al realizar mis actividades.

Tiempo después, cuando ya no viajaba para esa frontera chihuahuense, en los primeros años de presente siglo, la violencia azotó con todo a los juarenses, uno de cuyos puntos culminantes fue la que se conoce como masacre de Villas de Salvárcal.

El 31 de enero del 2010, un convoy de siete camionetas con 20 sicarios armados llegaron a una fiesta de muchachos preparatorianos y estudiantes de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, y abrieron fuego contra aproximadamente 60 estudiantes que se encontraban en la reunión.

Al concluir el ataque, se contaron 17 muertos y una decena de heridos, ninguno rebasaba los 20 años de edad. Los autores del atentado, quienes lo planearon y los que lo ejecutaron, narcotraficantes todos, fueron posteriormente detenidos y procesados, pero nada de eso remedió la pérdida de tantas vidas de jóvenes.

Lo recordé porque en Salvárcal fueron casi tantos muertos como en el Wal-Mart de El Paso. Un tirador, presunto supremacista blanco, hizo su mala obra contra hispanos y mexicanos. En Ciudad Juárez, fueron narcos mexicanos los que atacaron a jóvenes mexicanos totalmente indefensos ante el ataque.

Dos masacres, dos puntos más de encuentro entre Ciudad Juárez y El Paso. Me cruza por la mente el recuerdo de tanta gente amable que conocí y no alcanzo a comprender por qué, en ambos lados de la frontera, hay gente dispuesta a matarlos, a sembrar la discordia y enlutar a tantas familias, ¿por qué?

Cuando escribí en ese entonces un artículo de opinión sobre el evento y manifesté mi simpatía por los juarenses y por su laboriosa ciudad, me contestaron lectores chihuahuenses con mucha emoción:

“Muchísimas gracias, Sr. Ríos, por su artículo tan sentido. Los chihuahuenses estamos muy dolidos y necesitamos oír o leer cosas como estas… gracias” (Silvia Imelda).

“En mayo pasado, cuando asesinaron a su padre, mi hijo me lanzó la pregunta: ‘Mamá, ¿y no nos vamos a ir a otra ciudad?’ Yo le contesté que era importante quedarnos para luchar porque las cosas cambiaran en nuestra ciudad. Hoy siento que el tiempo y las fuerzas se nos agotan y Ciudad Juárez se nos muere de tristeza” (Tere A.)

“Su escrito va directo al corazón y nos hace hervir la sangre. Espero que la dignidad y el coraje nos duren lo suficiente para lograr despertar a toda la población y hacerles ver a nuestros ineptos/corruptos gobernantes que la gente de Juárez requiere más que montajes escénicos y operativos apantallantes” (Alberto R.).

“Quiero felicitarlo por haber decidido solidarizarse con los chihuahuenses, con nosotros que sufrimos por estas circunstancias, porque hoy nos sentimos abandonados, en absoluta soledad con el desamparo de la autoridad que, en lugar de sumarse al luto de todos, no sólo de los padres de familia de estos jóvenes acribillados, sino de muchas familias que lloran la muerte de sus familiares, ahora se van a repartir el botín político que esto representa”.

Recuerdo ahora estas voces de juarenses porque vuelven a estar de luto por los sucesos fatales en El Paso, Texas. De nuevo, a vivir una pesadilla. De nuevo, a resurgir de las cenizas.

Rogelio.rios60@gmail.com

(Publicado en el Periódico La Visión, de Atlanta, Georgia, el 09/08/2019).


'No nos apoyan'

FUENTE: Google.com



Por Rogelio Ríos Herrán

Cuando es el mismísimo Presidente de un país el que le dice a un reportero que su medio de comunicación no sirve porque “no lo apoya” en su labor de Gobierno, estamos en serios problemas con la democracia.

Así lo han hecho, por motivos diversos, pero con el mismo fin, tanto el Presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador como el Ejecutivo estadounidense Donald Trump.

AMLO asegura, por ejemplo, que no se molesta en leer la revista PROCESO, el semanario político de mayor circulación en México y con una amplia reputación de publicación crítica e independiente, porque lo considera “conservador”.

El Presidente Trump, por su parte, se ha referido al New York Times como un periódico que publica sólo “fake news” (noticias falsas) y a otros medios, como el Washington Post, como enemigos de Estados Unidos, hágame usted el favor.
No hay conducta más autoritaria que señalar desde una alta tribuna política lo que conviene que los periódicos, la radio y la televisión publiquen o difundan y cómo lo hagan.

Ellos supeditan, en su febril imaginación, la labor de los medios a un simple dilema: o “apoyan” las transformaciones y políticas que quieren llevar a cabo, o son “adversarios”, “conservadores” y “enemigos de sus Gobiernos.

Sin medias tintas, sin matices ni reservas. Estás con nosotros o en nuestra contra, afirman públicamente.

Sobra decir lo que este tipo de actitudes hacen a la sociedad: la polarizan en posiciones antagónicas, cancelan los caminos del diálogo, anulan los entendimientos y todo se vuelve hostil.

Conviene advertir a nuestros gobernantes que al comportarse así van a contracorriente de la libertad de expresión.

Y recordarles que el 10 de julio fue firmada en Londres una nueva Declaración Conjunta sobre los Desafíos a la Libertad de Expresión en la próxima Década, en el marco de la Organización de Naciones Unidas.

En ese documento, se señala a los gobiernos la necesidad de asegurar el ejercicio y los espacios para la libre expresión y se les pide:

Primero, "tomar medidas inmediatas y significativas para proteger la seguridad de los periodistas y otras personas que sean atacadas por ejercer su derecho a la libertad de expresión y poner fin a la impunidad de dichos ataques".

Segundo, "garantizar la protección de la libertad de expresión en los marcos legales internos, regulatorios y reglamentarios, respetando las normas internacionales, incluyendo la limitación de las restricciones penales a la libertad de expresión a fin de no disuadir el debate público sobre los asuntos de interés público".

Pero, ¿qué hacer cuando las violaciones a la libertad de expresión vienen de los mismos gobernantes? ¿A quién acuden los periodistas y los medios de comunicación señalados por el índice de fuego de un gobernante arrogante?

Las restricciones, censura o ataques contra los periodistas y la libertad de expresión no deben dejarse pasar como ocurrencias de tal o cual gobernante, como algo pintoresco o de color.

Al contrario, deben enfrentarse por una sencilla razón: al atacar a los periodistas y a la libertad de expresión, se ataca a la democracia misma. Quienes lo hacen aun en nombre de las mejores causas progresistas, son, en los hechos, los perores enemigos de la democracia.

No hay distinción entre derechas e izquierdas en lo que hostigamiento a los medios de comunicación se refiere. No hay "ataques buenos" y "ataques malos", solamente ataques.

No sólo vemos en ese comportamiento una evidente falta de comprensión de cuál es el papel de los medios de comunicación en una sociedad, sino un franco desprecio hacia los mismos.

'No nos apoyan' es la frase que denota en quien la usa un impulso irrefrenable por llevar sus acciones de gobierno por sobre lo que sea, medios de comunicación o las leyes, con tal de conseguir su objetivo.

"Fake News" es el corolario de una mentalidad autoritaria que no concibe que su poder sea sujeto al escrutinio público.

No tienen frontera los ataques a la libertad de expresión, como tampoco la tiene la defensa de ese concepto fundamental para la vida democrática.

No bajemos la guardia.

rogelio.rios60@gmail.com





AMLO: la fatiga del poder

  Por Rogelio Ríos Herrán  Al poco tiempo de empezar las conferencias matutinas (“las mañaneras”) en el arranque del gobierno de López Obra...