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Alfonso Reyes en su biblioteca. Fuente: Google.com |
Por Rogelio Ríos Herrán
Bajo una tormenta primaveral aderezada con situaciones
externas e internas pasan en estos tiempos los diplomáticos mexicanos del Servicio
Exterior Mexicano sus días y tareas. Casi siempre es así para ellos: lidiar con
situaciones imprevistas, crisis que surgen de la nada, la presión mediática, la
vida familiar, las críticas por cualquier cosa y las muy ocasionales palmadas
en la espalda que los mexicanos les damos. Pero, como se dice en la calle,
nuestros diplomáticos “aguantan vara”.
Les comparto a ellos, a manera de palabras de aliento,
un par de párrafos que recogen las frases de uno de los incansables
diplomáticos mexicanos de antaño: Alfonso Reyes, el regiomontano universal,
recogidas en un libro que es una verdadera delicia: la vida diplomática del
maestro Reyes con un prólogo de Bernardo Sepúlveda Amor (ver referencia bibliográfica
al final).
“En la trayectoria diplomática de Reyes”, narra Bernardo
Sepúlveda, “es reiterada la idea de su compromiso y responsabilidad en defensa
de los intereses mexicanos, razón en la que funda el ejercicio de su función.
En un banquete de bienvenida que la revista Nosotros
le ofrece a su arribo a Buenos Aires en 1936, Reyes pronuncia un discurso
explicando los motivos de su vocación:
¿Qué
me arroja, qué me impele a esta vida que tiene tanto de vagabunda? ¿Qué fuerza,
qué sed me lleva y trae en el torbellino de esta gitanería dorada de la
diplomacia? Yo era un hombre de libros, hombre para estudio recogido, para el
retraimiento de las musas bibliotecarias. Pero el mundo no se estaba quieto: se
oían gritos en la calle y ¡mal haya el que cierra sus puertas cuando alguien,
afuera, llora o ríe! ¡Mal haya el que pueda vivir contento o cómodo siquiera
cuando al lado sufren los suyos! Mi país necesitaba de todos, hasta del más
humilde discípulo de las letras.
En otra ocasión, en una carta dirigida a Luis Alberto
Sánchez y fechada en la Ciudad de México el 7 de agosto de 1940, Reyes se
defendía de señalamientos, comunes e inexactos contra los diplomáticos, de que sus
vidas en el exterior son “confortables y voluptuosas”:
El
resultado es que al retirarme, porque sin duda ya se cansaron de mí y porque
nadie me debe manejos en servicios políticos interiores, me he quedado pobre y
sigo luchando. Pero nunca viví fuera de la pobreza en la realidad cotidiana de
mi vida. Nunca viví fuera de la lucha. La diplomacia mexicana no se parece a la
de otros países sudamericanos. No somos privilegiados, arrastramos ante el
mundo el deber de demostrar que no somos caníbales, en medio de sacrificios
constantes. Por eso no creo que deba usted considerarme como un hombre que ha
vivido sobre un camino de terciopelo. Me abstengo de explicarle ciertos hondos
motivos patéticos por los que mi alma ha tenido que transitar para alcanzar la
independencia de criterio que ilumina mi vida. Sólo debo decirle que muchos de
mi país no me perdonan el que yo no sepa vincularme a las vendettas del odio, y
que muchos otros que desde fuera aparecen como grandes luchadores han vivido
aquí en un ambiente de delicias y gozan y han gozado siempre de gran bienestar
que dista mucho de parecerse a mi pobreza. Guárdelo en su corazón y hágame
justicia…
Fuente:
Reyes, Alfonso. Relaciones Internacionales/ Alfonso Reyes; pról. de Bernardo
Sepúlveda Amor. -México: FCE, Cátedra Alfonso Reyes del Tecnológico de
Monterrey, 2010. 331 pp.
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