jueves, junio 15, 2006

Papá IPR



¡Día del Padre! Ante la inminencia de la fecha, pienso que a nadie se le ocurriría entregarle a alguien la tarea de construir un puente sin ser ingeniero, sin contar siquiera con las nociones elementales de la ingeniería civil, y sin más material de construcción que, literalmente, sus manos, su cabeza y su corazón.



Pues bien, tal insensatez existe. Esos ingenieros aficionados son los padres, encargados de tender puentes con sus hijos. No supieron en qué se embarcaron cuando felizmente cargaron entre sus brazos a la primera criatura que trajeron al mundo. Ni Hércules tuvo esos trabajos.



A cuántos no les hubiera dado un ataque de pánico si se les leyera, una vez tomada la trascendental decisión de convertirse en padres, la larga e interminable lista de obligaciones y responsabilidades que se tiene con los hijos.



La lucha diaria por entrenarlos para el juego de la vida, las alegrías que dan los hijos junto con un cúmulo de dolores de cabeza, serían suficientes para desanimar a más de uno de emprender el viaje junto con “esos locos bajitos”, como diría Serrat.



El caso es que “la paternidad constituye la profesión más exigente e importante del mundo; sin embargo, la mayoría de los padres no recibe entrenamiento formal para asumirla”, nos dicen Roger C. Rinn y Allan Markle en su libro “Paternidad positiva. Modificación de conducta en la educación e los hijos”. México, Trillas, 1992.



Pues bien, señores expertos, acaban de describir a la mitad de la humanidad. Es un delito ejercer una profesión sin la licencia que certifique la aptitud necesaria para ello. Pero no habría cárcel suficiente para recibir a tanto papá impreparado para ejercer sin licencia “la profesión más exigente”: Ingeniero en Paternidad Responsable (IPR).



De ahí ese sentimiento de que, cuando nada sale bien, los padres se culpan por lo que hacen mal los hijos y se acuerdan de su ineptitud para la paternidad.



“No obstante, la investigación ha demostrado”, nos dicen Rin y Markle, “que los problemas de la paternidad no necesariamente son resultado de ‘malos’ padres ni de ‘malos’ hijos. Más bien, son producto de enfoques inadecuados que se dan a la educación e los niños”.



Ahí está quizá la clave de lo que se necesita para graduarse de Papá IPR: un buen hijo no nace, se hace, para ponerlo en términos coloquiales. Por tanto, un buen padre no nace, se hace. Todo es cuestión de educación.



Eso ya nos pone por buen camino: la paternidad no es fatalidad griega caída de cielo ante la que nada se puede hacer. Es entrenamiento, disciplina, persistencia, todo aquello que se puede englobar en una sola palabra: educación.



El mensaje, entonces, es que si nos esforzamos, podemos llegar a ser buenos padres. Podemos construir ese puente para llegar al corazón de los hijos. Podemos, a la vuelta de los años, observar el fruto de nuestros afanes en las personas de hijos maduros y felices.



¿De dónde aprender si no hay entrenamiento para la paternidad? De recordar cómo nos educaron, de observar a los demás padres, de leer y aprender todo lo que se pueda, de construir una inmensa reserva de paciencia en nuestro espíritu.



Un buen ingeniero sabe que, en donde haya un espacio por salvar, es posible construir un puente. El abismo llama, la distancia o como quiera que se le llame a lo que nos separa de los seres que amamos es un desafío que llega a lo más profundo de nuestra naturaleza humana para disparar el instinto constructor.



No lo veremos colgado en la pared de la sala, pero el título de Papá IPR será el diploma viviente de los buenos hijos, esa alegría incomparable que viene después de tanto esfuerzo.



Ellos dirán con nostalgia, cuando nos recuerden, como el poeta Vicente Alexandre: “Lejos estás, padre mío, allá en tu reino de las sombras... seguro estoy que en la tiniebla fuerte tú vives y me amas”.



rogelio_riosherran@hotmail.com



Publicado en El Norte, 15 de junio de 2006

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