lunes, octubre 31, 2022

Viñetas de la adaptación coreana a Monterrey

 



Por Rogelio Ríos Herrán 

 

 

Resumen:

La formación de una comunidad coreana en Monterrey antecede al establecimiento de Kia Motors en Nuevo León en 2016, pero recibe de ese evento un impulso formidable. Los testimonios de sus experiencias de vida en el área metropolitana de Monterrey, los choques culturales, la huella en la vivienda y el rostro urbano de varios municipios, nos hablan de cómo los coreanos han cambiado a Monterrey y cómo la metrópoli los ha transformado a ellos. A diferencia de los migrantes centroamericanos, caribeños y venezolanos, los coreanos son, sin duda, por su capacidad de adaptación, la comunidad extranjera mejor integrada recientemente a la Sultana del Norte, una ciudad formada por las oleadas de migrantes nacionales y extranjeros a través de su historia al amparo del crecimiento industrial de la ciudad. 

 

 Adelante de mí, en la fila de los embutidos, había un joven coreano con una salchicha en la mano (lo supe porque en su mochila mostraba signos en su idioma), lo cual me pareció curioso. Nos encontrábamos en una sucursal del supermercado HEB en el municipio de San Pedro1. Cuando tocó su turno para ser atendido por las despachadoras, el joven levantó la salchicha con su mano derecha y con el índice de la otra mano hizo el número uno. Como no dominaba cabalmente el español, intentaba pedir un kilo de salchichas, pero en lugar de eso dijo “uno kilo”, por lo cual ninguna despachadora parecía entenderle. El joven insistía, pero las muchachas seguían sin entender. Apenas iba yo a intervenir para ayudarlo (pensé que quizá en inglés podríamos entendernos), cuando una de las despachadoras gritó triunfalmente: “¡Ah, usted quiere un kilo de salchichas!”. Todos nos reímos por lo sucedido, una señora aplaudió y el joven se fue muy contento con su kilo de salchichas.  

Esta anécdota, sucedida en 2016, fue mi primer contacto directo con la presencia de migrantes coreanos en Monterrey. Desde entonces, esta población ha incrementado su visibilidad y capacidad de integración a la metrópoli que los recibía con mucho entusiasmo, tras la instalación de una planta armadora de la compañía automotriz Kia Motors, en el municipio de Pesquería, en Nuevo León durante 2016; un hecho que marcó un antes y un después en la presencia de la gente y la cultura de Corea del Sur en nuestra ciudad. 

 

Antes de 2016, ya existían comunidades de migrantes coreanos que trabajaban para filiales de empresas como LG y Samsung, entre otras firmas. Una década atrás, un grupo de ingenieros y técnicos de Corea del Sur prestaron sus servicios en la refinería de PEMEX en Cadereyta, y unas decenas de ellos se quedaron a vivir en la zona metropolitana.  

En ningún caso, sin embargo, obtuvieron la notoriedad de “los coreanos de Kia” ─como se les conoce coloquialmente─ quienes, a diferencia de sus compatriotas precursores, tuvieron impacto económico con su presencia e inversiones en la comunidad nuevoleonesa al aumentar en número por varios miles, gracias al incremento de empleados que vinieron, así como las familias que los acompañaron. 

Fue esta ola de migrantes la que se trajo consigo tanto iglesias evangélicas como escuelas (complementarias a la educación de las escuelas mexicanas), provocando un boom en la oferta de servicios de vivienda, entretenimiento, atención médica, peluquerías y salas de belleza, restaurantes y cafés, tanto en municipios del área metropolitana (y más cercanos a la planta de Kia Motors), como los son Pesquería y Apodaca, como en otros más distantes, como San Pedro Garza García, adonde llegaron a residir los directivos y empleados de mayor nivel económico. 

Según estimaciones informales que me proporcionaron (no hay una cifra oficial)  surcoreanos en la Zona Metropolitana de Monterrey2; además de los que vinieron contratados por empresas, unos 300 negocios fueron emprendidos por iniciativa propiaNo es la comunidad coreana más numerosa en México, pero sí la de mayor actividad económica, comentario que escuché en pláticas diversas con empresarios coreanos. 

En poco más de media década, la saga de la llegada de los coreanos y la Kia Motors a la Sultana del Norte es fascinante por el contraste con olas de migrantes de otras nacionalidades y por su capacidad acelerada de adaptación a al nuevo entorno. Nos deja lecciones en ambos sentidos: para los municipios que los recibieron, el enorme reto del crecimiento acelerado de vivienda y vialidades, servicios y seguridad para los nuevos vecinos. Para los migrantes coreanos, una dura prueba a su capacidad de adaptación a la cultura regiomontana y la necesidad de agruparse en una comunidad que los apoye y los conecte mejor con las autoridades y la sociedad. 

Con el afán de aportar elementos a la comprensión de esa migración, doy mi testimonio aquí de las interacciones que he tenido con los coreanos y de mi asombro ante su capacidad de adaptación: estoy convencido de que llegaron para quedarse a tierras nuevoleonesas. 

 

De Pesquería a “Pescorea” 

“¿Cómo se dice “vulcanizadora” en coreano?”. No tardó en averiguarlo Manuel, dueño de un negocio pequeño de reparación de llantas en una calle del municipio de Pesquería, que quedaba rumbo a la planta de Kia. Como la llegada de la gigantesca factoría tomó completamente desprevenida a la autoridad de un municipio cuyo presupuesto público no era suficiente para proveer servicios municipales a la escala demandada por la nueva planta, no hubo oportunidad, por ejemplo, de pavimentar sus calles, llenas de baches, piedras y hoyos. A cada rato, a la “Vulca” llegaban clientes extranjeros que, principalmente a señas, le pedían que les arreglara las llantas ponchadas. De tal manera que Manuel se fue haciendo de una clientela de migrantes surcoreanos que, con sus flamantes carros nuevos, sufrían los rigores de las calles del pueblo. Ingenioso, Manuel le pidió un día a uno de sus clientes ─al que mejor hablaba español─ que le dijera cómo se decía “vulcanizadora” en su idioma, a lo cual, de buen humor, no sólo le contestó, sino que le ayudó a escribir un letrero traducido al coreano sobre la vulcanizadora y los servicios que ofrecía.  

La planta de KIA Motors3 y su empresa hermana Hyundai Motors tienen planes para armar carros de ambas marcas en Pesquería, mediante la ampliación de las instalaciones actuales y, eventualmente, la construcción de otra planta, en el mismo municipio con el objetivo de alcanzar la cifra de dos millones de automóviles fabricados cada año en Nuevo León, una vez rebasada este año la marca del millón y medio de autos ensamblados en esta entidad. Por lo pronto, Hyundai Mobis, la filial proveedora de autopartes de Hyundai, instaló ya un centro de distribución en el parque industrial Interpuerto Monterrey, lo cual muestra que sigue adelante la estrategia de expansión de esas empresas en esta región. 

Si el motor económico sigue funcionando, así lo hará la migración coreana impulsada por ese motor, considerando, además, la que no está directamente relacionada con las empresas automotrices. El impacto para los municipios receptores, especialmente Pesquería, trae consigo aspectos disruptivos que no son fáciles de solucionar en cuanto a estructura municipal y a reservas territoriales para cubrir la demanda de viviendas, pues este hub automotriz en formación atrae igualmente a mexicanos y a otras nacionalidades. 

Fue a través de situaciones como la de la vulcanizadora de Manuel que nació la expresión coloquial “Pescorea”: la nueva cara del municipio de Pesquería, llena de letreros en idioma coreano de una variedad de negocios que giran en torno a la planta armadora y su poderoso imán de posibles clientes. Sus propietarios son tanto personas mexicanas como coreanas; emprendedores pequeños y medianos que van siguiendo la huella de los corporativos internacionales en América Latina, pues Kia tiene plantas en Perú y Brasil. Se trata de migrantes coreanos que manejan el español y que ya conocen la idiosincrasia latina. 

Desde bares de “chimek” (pollo frito y cerveza, nuestro equivalente al tequila con botanas), talleres mecánicos y supermercados pequeños con productos y alimentos coreanos, hasta fábricas manufactureras de buen tamaño que manejan, por ejemplo, equipos resistentes a la intemperie para hacer ejercicio al aire libre, no tardó en desbordarse la fiebre coreana desde Pesquería al municipio vecino, mejor estructurado, de Apodaca4.  

Con mayor desarrollo urbano, vías de comunicación principales más fluidas y por ser la sede del Aeropuerto Internacional de Monterrey, de inmediato los residentes coreanos empezaron a instalarse en ese municipio que contaba ya con una oferta abundante de viviendas adecuadas al nivel solicitado, casi todas ellas en fraccionamientos privados de acceso restringido, ubicados cerca de plazas comerciales, colegios privados y servicios de salud de alto nivel. Por ser una zona industrial, desde tiempo atrás se había detonado en el municipio apodaquense un boom de construcción de viviendas y servicios. 

Los desarrolladores urbanos construyeron, conforme al modelo descrito, conjuntos de viviendas en fraccionamientos privados con acceso restringido y buenas vialidades de acceso y salida. En el caso de Apodaca, el antiguo casco de hacienda urbano que dio origen al municipio cedió su antiguo predominio en la imagen de ese poblado para dar lugar, apenas a unas cuantas cuadras de la plaza principal, a los nuevos conjuntos urbanos edificados sobre extensiones de antiguos campos de labranza. 

Los migrantes coreanos que decidieron instalarse en esa zona gustaban de las viviendas de interés medio ubicadas en colonias privadas. Quienes migraron desde países sudamericanos o fueron reinstalados por sus empresas desde Estados Unidos, buscaban viviendas que tuviera las características mencionadas en cuanto a ubicación, diseño moderno, confort (aire acondicionado o calefacción central) y amenidades y que contara con dos plantas de preferencia y espacio suficiente para la recreación casera. Quienes vienen desde Corea del Sur y no tenían anteriormente la experiencia de vida en el extranjero, encontraron el estándar de vivienda media mexicano muy gratificante, considerando las superficies menores, en promedio, de sus viviendas en Corea del Sur. Al preguntarles sobre este tema, casi todos sus testimonios coincidían en eso. Por excepción , los altos ejecutivos accedieron a vivienda de lujo y colegios privados de alto costo, como parte de sus beneficios laborales y se instalaron en el municipio de San Pedro Garza García. 

 

Policía Ciudadana Coreana de Apodaca 

En el municipio de Apodaca es donde los migrantes coreanos han desplegado un mayor nivel de organización comunitaria. Impulsado por la Asociación de Coreanos de Nuevo León, A.C., surgió un proyecto vecinal que, al ponerse en práctica, logró posicionarse sólidamente en ese municipio. Me tocó vivir de cerca ese evento entre los años 2018 y 2019 al participar como consultor de amigos coreanos involucrados directamente en el mismo.  

La historia comenzó cuando los residentes coreanos gradualmente empezaron a tener incidentes viales de todo tipo: colisiones, descomposturas, ponchaduras de llantas, la búsqueda de una calle o avenida o al cargar gasolina o incluso detenciones al manejar con unas copas encima. El nulo y escaso manejo del español, sobra decirlo, lo complicaba todo, tanto para ellos como para las autoridades municipales, y se prestaba a abusos frecuentes por parte de algunos malos elementos policiacos. 

Ante esa situación, la respuesta de las y los vecinos coreanos fue más allá de quejarse directamente con el alcalde César Garza. Le llevaron una propuesta: la creación de una “Policía Ciudadana Coreana”, un cuerpo de ciudadanos migrantes que voluntariamente acompañaran a los policías ─especialmente los fines de semana─, para auxiliar a los ciudadanos coreanos que estuvieran en alguna dificultad o necesitaran auxilio vial. Los voluntarios se registraron ante las autoridades y estaban debidamente acreditados. Por supuesto, no serían policías en el sentido de portar uniforme y armas, nada de eso, pero utilizaron esa figura para darle mayor peso a la actividad.  

El 13 de diciembre de 2018 quedó formalmente constituido el Cuerpo de Policía de Nuevo León de la Comunidad Coreana (presidido por los señores Kevin Lee y Rubén Kim), formado por civiles coreanos no armados, con cargo honorario, siendo trabajadores de empresas coreanas, cuya tarea principal es la asistencia ciudadana a los integrantes de su comunidad, sus empresas y lugares de trabajo. 

La asistencia a sus compatriotas se manifestaba en varias formas: en la solicitud y seguimiento de trámites municipales, como traductores en asuntos entre particulares, en incidentes viales, inscripciones en las escuelas, trámites de renta o compra de vivienda. Igualmente en orientación sobre trámites fiscales o relacionados con su situación migratoria 

Mediante la coordinación con la Fuerza Civil y la Policía de Proximidad de Apodaca, se planteó ayudar en cuestiones de tráfico vehicular y seguridad tanto en Apodaca como en otros municipios donde reside la mayor parte de la comunidad coreana: Pesquería, Guadalupe, Monterrey y San Pedro. 

La sede del evento fue la Iglesia Presbiteriana La Esperanza, en Apodaca, y contó con la presencia de autoridades de Fuerza Civil (la policía estatal nuevoleonesa), Seguridad Pública apodaquense y de Park Sung Hun, Cónsul de Policía de Corea en Monterrey. 

El 27 de febrero del 2019 participé en un recorrido conjunto entre los “policías coreanos”, el director de Seguridad Pública de Apodaca y varios de sus elementos por las calles con negocios de esta comunidad. ¡Vaya sorpresa que se llevaban los propietarios coreanos al recibir esa visita!, pero sirvió para construir un lazo de mayor confianza en la policía local. 

Para las autoridades municipales esa visita fue también, en cierta forma, una revelación. Sabían que había letreros en coreano, pero los policías municipales no tenían idea de su traducción al español y se sorprendían al entrar a los establecimientos y descubrir sus mercancías y servicios. De manera palpable, se cruzó en esa ocasión una barrera cultural. 

Un periodista coreano se encargó de difundir la nota sobre el evento a diversos medios de comunicación en Seúl, así que hubo impacto internacional. Como muchas otras cosas, sin embargo, la operación de este cuerpo ciudadano fue suspendida con la declaratoria de la pandemia por Covid-19 en marzo del 2020. Sin embargo, no desapareció la organización, por lo que en este 2022 está en vías de reinstalación.  

En contraste con lo sucedido en Estados Unidos (en donde la pandemia provocó violencia y temores irracionales hacia las comunidades asiáticas a las cuales se culpaba del virus), no registré en mis conversaciones y entrevistas entre migrantes coreanos que ellos sufrieran situaciones de odio por su origen asiático en la Zona Metropolitana de Monterrey ni que les negaran viviendas o servicios por esa causa. Lo que escuché fue el testimonio de un amigo coreano sobre un hermano suyo residente en Atlanta, Georgia, sede de una comunidad coreana, sobre las precauciones personales y vecinales que se vieron obligados a tomar los residentes coreanos para prevenir algún ataque o agresión y evitar discriminación laboral o de acceso a viviendas.  

 

La escuela coreana 

La invitación que me extendieron para visitar una “escuela coreana” indicaba que sería en sábado, lo cual me pareció un poco extraño, pero pronto descubrí la razón. En realidad, la idea de esta escuela no era la de suplantar a la institución mexicana, sino la de complementar sus estudios con materias de historia y educación cívica para reforzar su identidad coreana, lo cual se puede hacer mejor los sábados en la mañana que los días entre semana. 

Fue muy amable Margarita Jin, la directora de la escuela, en recibirme y mostrarme lo que enseñan a los niños coreanos residentes en Monterrey. En esencia, se les refuerza el idioma y se les inculcan nociones básicas de geografía, historia, cultura y normas de convivencia coreanas.  

Una parte de estas niñas y niños provienen de matrimonios binacionales entre coreanos y mexicanos y que, por diferentes razones, no han visitado Corea del Sur. Su niñez la han vivido lejos de la patria de sus padres o de uno de sus padres, hablan español y coreano, comen tortillas de harina con frijoles, además de la carne asada norteña. 

La Escuela de Coreano de Monterrey, establecida en 2004, agrupa a más de 100 alumnas y alumnos de preescolar (a partir de los 4 años), primaria y secundaria. No tiene fines de lucro, sus maestras son voluntarias y obtiene apoyo financiero parcial del gobierno de la República de Corea. 

La educación básica es fundamental para que los niños coreanos echen buenas raíces. En Corea del Sur tienen un dicho: “lo que se aprende mal a los tres años, ¡dura 80 años!”. En México, equivaldría a “árbol que nace torcido nunca su rama endereza”.  

Margarita me enfatizó algo muy importante para la convivencia entre coreanos y mexicanos: los coreanos tienden a ser de mentalidad conservadora. Les cuesta trabajo confiar, de entrada, en los demás, debido a las experiencias que han tenido en otras naciones a lo largo de su historia. 

Una vez otorgada esa confianza, sin embargo, los mexicanos saben que pueden contar con socios y amigos coreanos leales y duraderos. Es algo así como lo que significa un “compadre” entre los mexicanos. 

La referencia que tiene Margarita de otras escuelas coreanas es una de ellas que funciona en Mérida, Yucatán, de la cual no me dio mayores detalles. A esa ciudad del sureste llegó, en 1905, la primera ola de migrantes coreanos, unos mil aproximadamente, a trabajar principalmente en las haciendas henequeneras. En reconocimiento a su presencia y larga duración en la Península, a su tesón y perseverancia en el trabajo, en diciembre de 2017 el Ayuntamiento de Mérida, en conjunto con la Asociación de los Descendientes Coreanos de Yucatán, inauguró la “Avenida República de Corea” en esa ciudad5.  

Teniendo en consideración este antecedente, me parece que es solamente cuestión de tiempo para que suceda algo similar en alguna avenida o calle de la Zona Metropolitana de Monterrey en reconocimiento al impacto de esta comunidad. Quizá el municipio de Apodaca sea el primero en hacerlo y con ello aumentar su atractivo para el establecimiento de más migrantes coreanos y el crecimiento de sus desarrollos inmobiliarios. 

 

El estilo duro de negociación 

Llegamos mi esposa y yo, en 2018, a la planta de manufactura, ubicada en una avenida de Apodaca, en donde un empresario coreano fabricaba equipos de gimnasios al aire libre para parques y jardines, así como otros artefactos novedosos para recargar teléfonos celulares y acceder a redes de wifi. Nos interesaba comprar precisamente uno de estos equipos electrónicos y se presentó la oportunidad, a través de terceros amigos mutuos coreanos, de hacer la compra de fábrica y directamente con el dueño. 

El señor Lee nos recibió en la antesala de sus oficinas con cortesía y sonrisas. No hablaba mucho español y nos pidió conversar en inglés. Después de las presentaciones y algo de plática ligera, llegó el momento de la negociación, para lo cual me invitó a pasar a una sala de juntas a ver los detalles de la compra. Yo entré y, sin pensarlo, mantuve la puerta abierta para que entrara también mi esposa. El señor Lee no dijo nada al respecto, pero sentados frente a frente, de inmediato empezó la negociación: su rostro firme, serio, la mirada fija en la mía, sin voltear a ver a mi esposa y solamente dirigiéndose a mí.  

En todo el tiempo que negociamos, el empresario coreano, ya muy experimentado, me dio una lección a fondo del estilo duro de negociar de los coreanos, de cómo se activa un resorte al iniciar una sesión de negocios que elimina cortesías y sonrisas para enfocarse únicamente a la materia.  

Siendo Lee parte de “la vieja escuela” empresarial, siguió la tradición de que los negocios se hacen entre hombres. Las mujeres pueden sentarse y presenciar, pero no son tomadas en cuenta. Suena duro para los mexicanos y en la época actual, es verdad, pero así se cerró el trato con él. Tiempo después, al platicar con otro hombre de negocios coreano, el señor Kim (residente en San Diego, California), le conté esta anécdota, sonrió pero no se sorprendió, y solamente me dijo: “así hay que negociar con los chinos y eso es lo que aprendemos los coreanos”. 

Al final, el trato se cerró, entró a la sala de juntas su hijo, joven y todavía estudiante universitario, quien hacía sus pininos al lado de su padre. La sonrisa y las cortesías volvieron al rostro del Sr. Lee, no por hipocresía, sino porque así entiende que es una negociación oriental; su planta manufacturera está ubicada en Apodaca, pero él vive en San Pedro Garza García. 

 

Reflexiones finales 

Una vez pasada la fase aguda y disruptiva de la pandemia de COVID-19, y a pesar de su impacto en la economía de Nuevo León, considerando el hecho de que la industria nuevoleonesa participa en el sector exportador hacia Estados Unidos y se beneficia del impulso económico de ese país, es muy probable que se reanude el ritmo de la migración coreana a esta metrópoli a niveles anteriores a la pandemia. 

Es verdad que hay comunidades grandes de coreanos en la Ciudad de México (la más numerosa, según amigos empresarios coreanos), así como en Tijuana, Guadalajara y Mérida, pero para las y los jóvenes coreanos profesionistas, empleados o empresarios, la perspectiva de vivir y prosperar en Monterrey, tan ligada y cercana a Estados Unidos, resulta un atractivo adicional. 

El establecimiento de la planta de Kia Motors, en 2016, fue el parteaguas para proyectar esa migración a largo plazo y asegurar que los migrantes traigan consigo un nivel socioeconómico más elevado que otro tipo de migraciones recientes –como la de venezolanos, haitianos y centroamericanos– que han llegado a esta zona del país, en buena parte como refugiados, además de migrantes, y que enfrentan una situación radicalmente distinta a la de los coreanos. 

Su impacto se nota, por ejemplo, en los mercados de vivienda de alto nivel en San Pedro Garza García, y de nivel medio-alto en Apodaca, el cual es ahora un municipio de perfil industrial y alto desarrollo urbano que se manifiesta en un boom de construcción de vivienda de interés medio y residencial, desde hace por lo menos una década, y que sigue adelante con la construcción de nuevas colonias residenciales, plazas comerciales y vialidades.  

La migración coreana es proactiva ante los desafíos de convivencia social y ha logrado un grado elevado de integración social y política en ese municipio, como en el caso de la Policía Ciudadana Coreana mencionado. Traen consigo un bagaje cultural amplio que se manifiesta en forma de escuelas, cultos religiosos, su gastronomía (se han abierto numerosos restaurantes de comida coreana), estilos empresariales diferentes y una presencia altamente visible en la vida social regiomontana. 

Por otra parte, a poco más de un año de su inicio, la llegada de la ola migratoria más reciente a Monterrey (la de migrantes haitianos), no parece, por su perfil socioeconómico bajo, competir con la comunidad coreana por varias razones: los migrantes y refugiados haitianos van de paso rumbo a los cruces fronterizos con Estados Unidos, según lo manifestaron a los medios de comunicación locales, y su percepción en la sociedad regiomontana tomó desde un principio un sesgo hacia estereotipos de “invasión haitiana”. Si bien entre los migrantes haitianos hay diferencias de nivel económico (algunos se transportan por avión, se hospedan en hoteles o se instalan en viviendas de renta, según notas periodísticas y mi observación personal), por el momento se les percibe mayormente como personas de paso6 

Las anécdotas que compartí en mi crónica apuntan, además, al desafío de la inclusión que enfrentan los coreanos para ingresar a círculos sociales, clubes deportivos y asociaciones de empresarios o profesionistas y sociedades de negocios con inversionistas locales. No importa que sus condiciones de migración les permitan darse un nivel de vida más elevado en comparación a otras nacionalidades, pues no están exentos de recibir muestras de rechazo o marginación en la vida social, de sentir el peso de las diferencias culturales, idioma y rasgos físicos en cuestiones que pueden llegar a extremos, como negarles en algunos casos el acceso al alquiler de viviendas o búsqueda de empleos. Quizá estos rasgos negativos se irán diluyendo cuando la segunda y tercera generación de personas coreanas descendientes de los migrantes actuales se integren a la sociedad regiomontana como población nativa. 

La migración coreana es un proceso en movimiento ligado, en buena medida, a la presencia de empresas coreanas en la Zona Metropolitana de Monterrey y a la pertenencia de México al TMEC y la América del Norte. A menos que ocurra una catástrofe en esos ámbitos que obligue al retiro de empresas canadienses, estadounidenses y coreanas de nuestro territorio, reitero mi convicción de que los coreanos llegaron para quedarse, como lo hicieron hace más de cien años en Yucatán, y que superarán obstáculos y aportarán mayor valor a la ciudad que los recibe. Por algo, la demanda de clases del idioma coreano está superando a las de chino mandarín en escuelas y universidades nuevoleonesas, quizá hacia allá apunta el futuro: recordemos que por el Oriente sale el sol. 

 

El autor es licenciado en Relaciones Internacionales por el Colegio de México. Se desempeña como periodista y consultor independiente.

 

rogelio.rios60@gmail.com 

 

 

 


domingo, octubre 30, 2022

¿Por qué México impulsa el nacionalismo? La herencia doctrinaria

 



Por Rogelio Ríos Herrán 


(Este texto forma parte del contenido de la Cátedra Genaro Estrada de Relaciones Internacionales del Colegio de Sinaloa, impartida por un servidor en octubre y noviembre del 2022).


Uno de los recuerdos de mi niñez que conservo con nitidez, a pesar de los años transcurridos, es el de las películas de Joaquín Pardavé, maravilloso actor de la “Época de Oro” del cine mexicano. Su gracia natural, impecable dicción y la naturalidad de sus movimientos en escena, además de su talento como compositor, me movieron a ver sus películas, no dudo haber visto todas ellas, en verdad perdí la cuenta. Una de ellas en particular, “México de mis Recuerdos” (1943, dirigida por Juan Bustillo Oro) se quedó en mi memoria y se aparece en ella para recordarme que la nostalgia es un poderoso motivo de la voluntad, especialmente de la voluntad política. 


Por nostalgia se destruye lo nuevo para volver a lo de antes, a lo idealizado como un Edén perdido que debe rescatarse. Por nostalgia, los políticos de visiones mesiánicas y conductas populistas siembran en las multitudes el romanticismo de un tiempo perdido por la maldad de quienes cambiaron de visión en busca de un futuro mejor en el mundo contemporáneo. Por nostalgia se alimenta el nacionalismo en su versión enfermiza y obstinadamente temerosa del mundo externo, de lo que hay y de lo que viene de más allá de nuestras fronteras, la hostilidad hacia lo externo en lugar de la empatía.


Esa nostalgia extrema, la del nacionalismo a ultranza, se construyó a lo largo del siglo 19 y durante la Revolución Mexicana. En las etapas posteriores al movimiento revolucionario, se sintetizó en la forma de formulaciones doctrinarias en torno a la defensa de la soberanía nacional, las cuales en su momento tuvieron una sólida justificación en la historia reciente de la nación mexicana y, sobre todo, ante la fuerza de las intervenciones de Estados Unidos en nuestro país.


Las denominadas Doctrina Carranza (dar a los extranjeros el mismo trato que a los nacionales) y Doctrina Estrada (rechazo a la práctica del reconocimiento de gobiernos) son ejemplos de ello: formulaciones legales impecables sustentadas en el principio de la igualdad de los estados, en aquellas épocas en que el derecho internacional público y la Liga de las Naciones (organización predecesora de la ONU) estaban relegados ante el peso de las políticas de poder de las potencias.


Doctrina Carranza (1918):

“Nacionales y extranjeros deben ser iguales ante la soberanía del Estado en que se encuentran; de consiguiente, ningún individuo debe pretender una situación mejor que la de los ciudadanos del país donde va a establecerse y no hacer de su calidad de extranjero un título de protección y privilegio”.

“Todas las naciones son iguales ante el Derecho. En consecuencia deben respetar mutua y escrupulosamente sus instituciones, sus leyes y su soberanía, sometiéndose estrictamente y sin excepciones al principio universal de no intervención”.

“La diplomacia debe velar por los intereses generales de la civilización y por el establecimiento de la confraternidad universal; no debe servir para la protección de intereses particulares ni para poner al servicio de éstos la fuerza y la majestad de las naciones. Tampoco debe servir para ejercer presión sobre los gobiernos de países débiles, a fin de obtener modificaciones a las leyes que no convengan a los súbditos de países poderosos.”


Doctrina Estrada (1930):

“El Gobierno de México no otorga reconocimiento porque considera que esta práctica es denigrante, ya que a más de herir la soberanía de las otras naciones, coloca a éstas en el caso de que sus asuntos interiores pueden ser calificados en cualquier sentido por otros gobiernos, quienes, de hecho, asumen una actitud de crítica al decidir favorable o desfavorablemente sobre la capacidad legal de regímenes extranjeros. El gobierno mexicano sólo se limita a mantener o retirar, cuando lo crea procedente, a sus agentes diplomáticos, sin calificar precipitadamente ni a posteriori, el derecho de las naciones para aceptar, mantener o sustituir a sus gobiernos o autoridades”,


 ¿Cómo entender esta herencia doctrinaria de México? ¿Contra qué contrastarla?

 

A la distancia de casi 100 años, ambas doctrinas no encajan bien en el panorama del mundo contemporáneo y en la política exterior con la cual el Gobierno mexicano debe conducirse. La Doctrina Estrada, en particular, es la más afectada por los cambios de época sucesivos en el entorno mundial y por la transformación interna de nuestro país. En su aplicación extrema, impediría una acción eficaz de nuestro gobierno en los organismos internacionales.


La diferencia entre la utilidad de su época y su obsolescencia actual es la acción colectiva. Es verdad que al ser formulada La Doctrina Estrada, nuestro país participaba en la Sociedad de las Naciones, pero este organismo no tuvo jamás el alcance y la representatividad que obtendría la Organización de Naciones Unidas al ser fundada en 1945. Al defender la soberanía nacional de cualquier país como México, la diferencia entre hacerlo mediante la acción individual y no recurriendo a la acción colectiva es abismal. La pertenencia a las Naciones Unidas permite examinar, deliberar y pronunciarse ante los problemas y las crisis en todos los continentes. La Carta de las Naciones Unidas es el documento fundamental de nuestra era moderna que otorga legitimidad a la acción conjunta de los países en defensa de principios e intereses comunes, además de los valores universales que protegen a individuos y naciones, como el régimen universal de los derechos humanos. 


A partir de 1945, el problema del mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales se volvió un asunto de la colectividad de las naciones agrupadas en la ONU. No sólo eso, pues se incorporó a ese propósito el del desarrollo económico y social, la protección de la salud y la preservación del patrimonio cultural de la humanidad, temas que dejados al arbitrio de cada uno de los gobiernos hubieran fracasado.


Un nuevo orden internacional posterior a la Segunda Guerra Mundial le dio un sentido distinto al concepto de la soberanía nacional. De la defensa ultranza de la soberanía, de la delimitación de los países como islas intocables desde el exterior, se transitó, a través de cesiones de soberanía voluntarias a los organismos internacionales, hacia las responsabilidades internacionales compartidas entre gobiernos para obtener de ello ventajas estratégicas ante las grandes potencias y abrir oportunidades al desarrollo económico y social a sus pueblos. En el cálculo estratégico de las naciones pequeñas y medianas (como México) son mayores, infinitamente mayores, las ventajas de la acción colectiva que de la acción individual.


Ese cambio de época y la aparición de un nuevo orden internacional son factores que ayudan a explicar por qué las doctrinas Carranza y Estrada no podrían aplicarse ya en el siglo 21 como instrumento de la política exterior, la cual tiene a su alcance la fuerza que le dan los organismos internacionales para pronunciarse sobre la situación en cualquier país o región del mundo sin sentir que se niega la herencia doctrinaria de México.


En su momento histórico, Genaro Estrada y la Doctrina Mexicana presentada ante la Sociedad de las Naciones, defendió una postura que era correcta y conveniente para México. Dada su agudeza y preparación como jurisconsulto, no dudo que Estrada hubiera saludado con efusión la creación de las Naciones Unidas y hubiera percibido las oportunidades que el nuevo orden mundial presentaba a nuestro país.


¿Por qué se retoma el nacionalismo en México? ¿Por qué se retrae el gobierno de una participación activa en el exterior?


Para responder a estas interrogantes, vuelvo a Joaquín Pardavé, mejor dicho, a su personaje “Don Susanito Peñafiel y Somellera”, quien a lo largo de la película procuraba acercarse y complacer al General Porfirio Díaz, a quien admiraba. Díaz personificaba, a ojos de Don Susanito, la mano fuerte y el gobernante estricto que había sacado a México del caos de rebeliones, revoluciones e invasiones, y lo había encauzado hacia la modernidad. En el exterior, Díaz había negociado con Estados Unidos y Gran Bretaña, eternos reclamantes a los gobiernos mexicanos, condiciones de estabilidad para que vinieran sus inversiones, particularmente en la minería y los ferrocarriles. Con el Imperio del Sol Naciente, el entonces presidente mexicano firmó nada menos que el Tratado de Amistad, Comercio y Navegación entre México y Japón (1888), estableció definitivamente los límites territoriales con Guatemala y vivió en una sociedad mexicana cuya aspiración era hablar francés y dominar la cultura gala, no tanto el inglés.


Roberta Lajous resume así la política exterior del porfiriato: “Entre 1976 y 1910, México pasó de ser un país inestable y reprobado por las monarquías europeas a uno reconocido por la ‘comunidad de naciones civilizadas’” (en su libro “La política exterior del porfiriato: 1876-1920”. México: El Colegio de México. Senado de la República, 2000).


No sorprende, entonces, la admiración desmedida de Don Susanito, supuesto secretario particular de Díaz, ante el General y la visión de un México ya ido, pero siempre mejor que el presente (“cualquier tiempo pasado fue mejor”) y la fuerza e importancia de nuestro país en esos años del porfiriato frente a las amenazas del mundo externo. Escrita en 1943, en medio de las convulsiones de la guerra mundial y después de tres décadas de revoluciones internas, el director y guionista Juan Bustillo Oro se dejó llevar por la nostalgia de una época de reivindicación del nacionalismo como fue el porfiriato.


Ecos de Don Susanito escucho en México en pleno 2022. Nostalgias por un paraíso perdido que ya no se identifica con Don Porfirio, por supuesto, pero sí con el país del “desarrollo estabilizador” y la “estabilidad política”, que existió de 1945 a 1970, antes de caer en el desastre económico y financiero. Durante esos años de crecimiento económico sostenido, de transformación de México en un país con mayor población urbana que rural, con mayor industria que agricultura, pero protegido a piedra y lodo del nefasto mundo externo, se consolidó la leyenda del nacionalismo revolucionario.


No es el presidente López Obrador ni su movimiento la única fuerza política con ideas nacionalistas. De hecho, nunca han dejado de existir esas corrientes que, desde diversas plataformas y mediante distintos personajes, han pugnado por resistir a la globalización, evitar la apertura de la economía y la sociedad al exterior, por rechazar cualquier cesión de soberanía nacional, por mínima que sea, bajo el argumento de obtener ventajas estratégicas. Voces que hoy exigen, por ejemplo, cancelar las exportaciones de petróleo para dejarlas al consumo nacional; o que piden inhibir el desarrollo de energías limpias para seguir consumiendo hidrocarburos, a despecho de nuestro compromiso internacional de disminuir las emisiones de carbono.


Sí es, sin embargo, la Cuarta Transformación en el poder, la que se ha manifestado no tan veladamente por una postura antiglobalización y nacionalista. No es que México haya dejado formalmente de pertenecer a organismos internacionales, ni que haya cancelado tratados y acuerdos internacionales, sino que hablamos de algo distinto: este gobierno no comparte el espíritu globalizador, no parece tener la convicción por la apertura ni la conciencia de las ventajas estratégicas de la acción colectiva y la participación activa en foros internacionales. En otras palabras, como en las relaciones de pareja, no hay divorcio, pero sí una separación. 


A dos años de la terminación del ciclo político presidencial actual, es justo decir que esa retirada de lo internacional no ha sido profunda ni la falta de convicción globalizadora la comparten todos los funcionarios, aunque no lo manifiestan públicamente. En espera de que la tormenta amaine, vendrá un reacomodo de la visión estratégica hacia el exterior con el cambio de gobierno, incluso si el nuevo presidente es de Morena, pues bajo ningún cálculo estratégico lo que hoy se pregona como defensa de la soberanía nacional es sostenible en el futuro a mediano y largo plazo. 


Ante desafíos globales como el Cambio Climático y la Guerra de Ucrania, enterrar la cabeza en el suelo como el avestruz no es la mejor estrategia para México. Los problemas del siglo 21 exigen menos ideología y más pragmatismo, menos nostalgia y más prospectiva: si seguimos como vamos, ¿qué nos espera para el 2050?


rogelio.rios60@gmail.com



miércoles, octubre 26, 2022

La Novia de Caborca



Por Rogelio Ríos Herrán



No necesitamos más que una imagen para darle sentido a la crisis de inseguridad y violencia de nuestro lacerado país. Hay masacres, asesinatos en restaurantes de lujo, balaceras sin fin en las madrugadas, pero una fotografía capturó toda mi frustración de observador: la Novia de Caborca con su vestido de bodas ensangrentado.


Aracely se casó el sábado 22 de octubre en la ciudad sonorense de Caborca, al norte de México. Salía del templo La Candelaria de esa población, al caer la noche, de la mano de su flamante esposo, Marco Antonio, entre las notas de la Marcha Nupcial.


Se abría ante los jóvenes novios, ahora esposos recién casados, un camino de vida que recorrerían juntos tal como ahora lo hacían rumbo a su luna de miel. Un pistolero cortó ese sueño, truncó el camino de vida al asesinar de varios disparos al novio, herir a otras personas y huir del lugar.


Así como se los cuento, en segundos, la vida de dos jóvenes mexicanos fue truncada: la de Marco Antonio, para siempre al perderla; la de Aracely, condenada a una vida de lamentos y recuerdos trágicos, la cual espero con todo mi corazón que pueda superar algún día.


La nota sobre el ataque criminal a una pareja de recién casados, a la entrada de una iglesia y durante una boda en Caborca no fue, sin embargo, una que llamara la atención más que otras contra las que compite en los titulares, por ejemplo, la atención generada por los asesinatos de varias personas y una balacera intensa en el restaurante Sonora Grill, en una de sus sucursales en el área metropolitana de Guadalajara.


Como era fin de semana, los juegos de fútbol de la Liga MX, las series de campeonato de las Ligas Mayores de béisbol y la jornada dominguera de fútbol americano de la liga NFL, nos hicieron olvidar pronto a Caborca y Guadalajara.


Ayuda a ese olvido, por supuesto, lo sangriento de los sucesos y una especie de reflejo del espíritu que nos hace voltear la cara ante lo trágico y volverla hacia lo cotidiano.


En la rutina de nuestros días en México, la violencia y el asesinato comparten el futbol y las idas y vueltas de las familias en la casa, la escuela y el trabajo. El alud de noticias violentas nos remueve solamente por unos minutos, levanta la indignación, suscita la empatía con las víctimas, pero de inmediato regresa a un lugar secundario frente a las cosas y prioridades de la existencia de cada uno.


¿Cuándo nos metimos en esta trampa? 


La respuesta inmediata a esta interrogante es que fueron nuestros políticos de todos sabores y colores los que nos llevaron a percibir  la violencia como algo normal en la vida pública de México. No estoy de acuerdo con esta respuesta.


Por el contrario, las acciones o negligencias de esos políticos ante el problema de la inseguridad son responsabilidad primordialmente de la sociedad civil. No nos engañemos: si no somos ciudadanos informados, activos y exigentes con las autoridades, no obtendremos jamás la clase de políticos que queremos: democráticos, tolerantes, bien preparados, responsables, transparentes y, claro está, honestos.


“Los políticos no vienen de Marte”, he escuchado decir a algunos amigos; “vienen de la sociedad en que vivimos”. Estoy de acuerdo. En otras palabras, tenemos la clase de políticos que nos merecemos. A eso nos ha llevado la pasividad cívica de millones de mexicanos que miran a la política como algo ajeno, no propio.


Es verdad: poco o nada hacemos después de ir a votar los días de elecciones, eso cuando salimos a votar. La abstención de los votantes es muy elevada en México, incluso en elecciones presidenciales: en 2018, por ejemplo, fue mayor el número de votantes que se abstuvieron de sufragar que el de quienes votaron por AMLO (30 millones de votos).


Nos quejamos de políticos populistas, ineptos y corruptos como López Obrador y otros más, pero muchos de los ciudadanos que se quejan no acudieron a votar. Así no hay manera de tener buenos políticos.


Nada de esto importa ya para Aracely, recién casada y viuda antes de la luna de miel, quien con su vestido de bodas manchado de sangre me hizo recordar la imagen de Jacqueline Kennedy con su atuendo ensangrentado el día que asesinaron a su esposo John, el Presidente de Estados Unidos, en 1963.


No hay manera de consolar o aliviar su dolor. México entero está en deuda con ella al no darle la oportunidad de vivir su vida y su matrimonio con normalidad. No nos queda más que empezar a pagar esa deuda a la Novia de Caborca.


rogelio.rios60@gmail.com

  



martes, octubre 25, 2022

Coreanos en el Cerro de la Silla

 


Viñetas de una migración oriental a Monterrey

Por Rogelio Ríos Herrán

Periodista, internacionalista y escritor.


SÍNTESIS:

La creación de una comunidad coreana en Monterrey antecede al establecimiento de Kía Motors en Nuevo León en 2016, pero recibe de ese evento un impulso formidable. Los testimonios de sus experiencias de vida en el área metropolitana de Monterrey, los choques culturales, la huella en la vivienda y el rostro urbano de varios municipios, nos hablan de cómo los coreanos han cambiado a Monterrey y cómo la metrópoli los ha transformado a ellos.A diferencia de los migrantes centroamericanos, caribeños y venezolanos, los coreanos son, sin duda, la comunidad extranjera mejor integrada recientemente a la Sultana del Norte, solamente superada por una extensa comunidad estadounidense establecida desde décadas atrás al amparo del crecimiento industrial de la ciudad..


INTRODUCCIÓN


Adelante de mí, en la fila que se forma para comprar salchichas, queso o jamón, iba un coreano joven con una salchicha en la mano, lo cual me pareció curioso. Nos encontrábamos en una sucursal del supermercado HEB ubicada en el municipio de San Pedro, de alto nivel económico y muy buen surtido de mercancías, aunque más caras que el promedio en otras tiendas. Cuando le tocó su turno ante las muchachas despachadoras, el coreano levantó la salchicha en su mano derecha y con el índice de su otra mano hizo el número uno y, como no hablaba español, quiso decir algo así como “uno kilo”, pero ninguna despachadora le entendió; el coreano insistía y las muchachas le escuchaban igual sin entender; apenas iba yo a intervenir para ayudarlo (quizá en inglés nos entenderíamos bien), cuando una de las despachadoras gritó triunfalmente: “¡Ah, usted quiere un kilo de salchichas!” Todos nos reímos por lo sucedido, una señora aplaudió y el joven oriental se fue muy contento con su kilo de salchichas. 


La anécdota que les refiero sucedió hace pocos años, fue mi primer contacto con la presencia de coreanos en Monterrey y desde entonces se incrementó su visibilidad y la capacidad de integración a la metrópoli que los recibía con mucho entusiasmo, tras la instalación en 2016 de una planta de armado automotriz de Kia Motors en el municipio de Pesquería, N.L., que marcó un antes y un después en la presencia de la gente y cultura coreana en nuestra ciudad. 


Ya había, por supuesto, coreanos establecidos antes del 2016 que trabajaban para filiales de LG, Samsung y otras firmas coreanas, Una década atrás, un grupo de ingenieros y técnicos de Corea del Sur prestaron servicios técnicos en la Refinería de PEMEX en Cadereyta, N:L., y algunos de ellos se quedaron a vivir en la zona metropolitana. 


En ningún caso, sin embargo,obtuvieron la notoriedad de “los coreanos de Kía”, como se les conoce coloquialmente, quienes, a diferencia de sus compatriotas anteriores, tuvieron impacto con su presencia en la comunidad al aumentar su número en varios miles de empleados, trabajadores y las familias que los acompañaron. Fue esta generación de migrantes coreanos la que se trajo tanto iglesias como escuelas coreanas (complementarias de la educación en las escuelas mexicanas) y las que provocaron un boom de oferta de servicios de vivienda, entretenimiento, atención médica, peluquerías y salas de belleza (les encanta arreglarse el cabello), restaurantes y cafés, en municipios del área metropolitana más cercanos a la planta de Kía Motors, como Pesquería y Apodaca, o distantes como San Pedro Garza García, adonde llegaron a residir los directivos y empleados de mayor nivel en la empresa y con elevada capacidad de compra.


Según estimaciones de ellos mismos, hasta 2020 había aproximadamente 3 mil coreanos residentes en la Zona Metropolitana de Monterrey y unos 300 negocios emprendidos por su cuenta, no todos eran empleados de empresas coreanas. Con ellos han llegado médicos, maestros y pastores coreanos que les suministran servicios de salud, educativos y alivio espiritual. No es la comunidad coreana más numerosa en México, pero sí, lo dicen sus líderes con orgullo, la de mayor actividad económica.


 En un poco más de media década, la saga de la llegada de los coreanos y la Kía Motors a la Sultana del Norte es fascinante y nos deja lecciones en ambos sentidos: para los municipios que los recibieron, el enorme reto del crecimiento acelerado de vivienda y vialidades, servicios y seguridad a los nuevos vecinos; para los coreanos, una dura prueba para su capacidad de adaptación a la cultura regiomontana y la necesidad de agruparse en una comunidad coreana que los ayude entre ellos mismos y los conecte mejor con las autoridades y la sociedad.


Con el afán de aportar elementos a esa saga, doy mi testimonio en este texto de las interacciones que he tenido con los coreanos y de mi asombro ante su capacidad de adaptación: estoy convencido de que llegaron para quedarse en tierras nuevoleonesas.


DE PESQUERÍA A ‘PESCOREA


¿Cómo se dice “Vulcanizadora” en coreano? No tardó en averiguarlo Don Manuel, dueño de un negocio pequeño de reparación de llantas en una calle del municipio de Pesquería que quedaba rumbo a la planta de Kía. Como la llegada de la gigantesca factoría tomó completamente desprevenido a la autoridad del municipio, no hubo oportunidad de pavimentar sus calles, llenas de baches, piedras y hoyos. A cada rato, a la “Vulca” le llegaban clientes coreanos que, principalmente a señas; le pedían que les arreglara las llantas ponchadas, de tal manera que se fue haciendo de una clientela de orientales que, con sus flamantes carros nuevos, sufrían los rigores de las calles del pueblo. Ingenioso, Manuel le pidió un día a uno de sus clientes que más hablaba español que le dijera cómo se decía “Vulcanizadora” en su idioma, a lo cual, de buen humor, no sólo le contestó el coreano, sino que le ayudó a escribir un letrero traducido sobre la vulcanizadora y los servicios que ofrecía, mismo que ahora luce colgado al frente. 


Fue con situaciones como la de Don Manuel que nació “Pescorea”: se le llama así a la nueva faz de Pesquería, llena de letreros en coreano de una variedad de negocios que giran en torno a la planta armadora y su poderoso imán de posibles clientes, y cuyos propietarios son tanto mexicanos como coreanos, emprendedores pequeños y medianos que le van siguiendo la huella en América Latina a sus corporativos internacionales, pues Kía tiene plantas en Perú y Brasil: son coreanos que manejan el español y que ya conocen la idiosincrasia latina. 


Desde bares de Chi Mek (pollo frito y cerveza, nuestro equivalente al tequila con botanas) hasta talleres mecánicos, supermercados pequeños con arroz, algas y condimentos coreanos hasta fábricas manufactureras de buen tamaño que manejan, por ejemplo, equipos resistentes a la intemperie para hacer ejercicio al aire libre, no tardó en desbordarse la fiebre coreana desde Pesquería al municipio vecino, mejor estructurado, de Apodaca


Con mayor desarrollo urbano, vías de comunicación principales más fluidas y por ser la sede del Aeropuerto Internacional de Monterrey, de inmediato los coreanos empezaron a instalarse en ese municipio que contaba ya con una oferta abundante de viviendas adecuadas al nivel solicitado, casi todas ellas en fraccionamientos privados de acceso restringido ubicados cerca de plazas comerciales, colegios privados y servicios de salud de alto nivel. Por ser una zona industrial, desde tiempo atrás se había detonado en el municipio apodaquense un boom de construcción de viviendas y servicios.


Policía Ciudadana Coreana de Apodaca


Es en Apodaca en donde los coreanos desplegaron su mayoir nivel de organización comunitaria. Ahí tiene su sede una asociación de vecinos coreanos y surgió un proyecto vecinal que, al ponerse en práctica, logró posicionarse sólidamente en ese municipio. Me tocó vivir de cerca ese evento en 2018-2019 al participar como consultor de amigos coreanos involucrados directamente en el mismo. 


La historia comenzó cuando los residentes coreanos, ya en número notable, empezaron a tener incidentes viales de todo tipo: colisiones, descomposturas, ponchaduras de llantas, la búsqueda de una calle o avenida o al cargar gasolina, incluso detenciones al manejar con unas copas encima. El nulo o escaso manejo del español, sobra decirlo, lo complicaba todo, tanto para ellos como para los mexicanos, y se prestaba a abusos frecuentes por parte de algunos malos elementos policiacos.


Antes esa situación, la respuesta coreana no se limitó a quejarse directamente con el Alcalde César Garza. Más bien, le llevaron una propuesta: la creación de una “Policía Ciudadana Coreana”, un cuerpo de ciudadanos orientales que voluntariamente acompañaran a los policías, especialmente los fines de semana, para auxiliar a los coreanos que estuvieran en alguna dificultad o necesitaran auxilio vial. Los voluntarios se registraron ante las autoridades y estaban debidamente acreditados. Por supuesto, no serían “policías” en el sentido de llevar uniforme y armas, nada de eso, pero utilizaron esa figura para darle mayor peso a la actividad. 


El 13 de diciembre del 2018 quedó formalmente constituido el Cuerpo de Policía de Nuevo León de la Comunidad Coreana (presidido por los señores Kevin Lee y Rubén Kim), formado por civiles coreanos no armados, honorarios, trabajadores y empleados de empresas coreanas cuya tarea principal se definió como la asistencia ciudadana a los integrantes de su comunidad, sus empresas y lugares de trabajo.


Mediante la coordinación con Fuerza Civil y la Policía de Proximidad de Apodaca, prestarían ayuda en cuestiones de tráfico vehicular y seguridad tanto en Apodaca como en otros municipios donde reside la mayor parte de la comunidad coreana: Pesquería, Guadalupe, Monterrey y San Pedro.


La sede del evento fue la Iglesia Presbiteriana La Esperanza, en Apodaca, y contó con la presencia de autoridades de Fuerza Civil (la policía estatal nuevoleonesa), Seguridad Pública apodaquense y de Park Sung Hun, Cónsul de Policía de Corea en Monterrey.


El 27 de febrero del 2019, participé en un recorrido conjunto entre los “policías coreanos”, el director de Seguridad Pública de Apodaca y varios de sus elementos por las calles con negocios coreanos. Vaya sorpresa que se llevaban los propietarios coreanos al recibir esa visita, pero sirvió para construir un lazo de mayor confianza en la policía local.


Para las autoridades municipales fue también, en cierta forma, una revelación esa visita. Sabían que había letreros en coreano, pero los policías municipales no tenían idea de su traducción al español y se sorprendían al entrar a los establecimientos y descubrir sus mercancías y servicios. De manera palpable, se cruzó en esa ocasión una barrera cultural.


Un colega de prensa coreano se encargó de difundir la nota sobre el evento a diversos medios de comunicación en Seúl, así que hubo impacto internacional. Como muchas otras cosas, sin embargo, la operación de este cuerpo ciudadano fue suspendida con la declaratoria de la pandemia por Covid-19 en marzo del 2020. No desapareció la organización, por lo que en 2022 está en vías de reinstalación.


La escuela coreana


La invitación que me extendieron para visitar una “escuela coreana”, me especificaba que sería en sábado, lo cual me pareció un poco extraño, pero pronto descubrí la razón. En realidad, la idea de la escuela para niños coreanos no era la de suplantar a la escuela mexicana, sino complementar los estudios de los niños con la historia y la educación cívica para reforzar su identidad coreana, lo cual se puede hacer mejor los sábados en la mañana que los días entre semana.


Fue muy amable Margarita Jin, la directora de la escuela, en recibirme y mostrarme lo que enseñan a los niños coreanos residentes en Monterrey. En esencia, se les refuerza el idioma y se les inculcan nociones básicas de geografía, historia, cultura y normas de convivencia coreanas. 


Una parte de estos niños provienen de matrimonios binacionales entre coreanos y mexicanos y, por diferentes razones de sus padres itinerantes que trabajan en empresas coreanas de proyección internacional, no han visitado Corea del Sur. Su niñez la han vivido lejos de la patria de sus padres o de uno de sus padres, hablan español y coreano, comen tortillas de harina con frijoles además del arroz. 


La Escuela de Coreano de Monterrey, establecida en 2004, agrupa a más de 100 alumnos de preescolar (a partir de los 4 años), primaria y secundaria. No tiene fines de lucro, sus maestras son voluntarias y obtiene apoyo financiero parcial del gobierno coreano.


La educación básica es fundamental para que los niños coreanos echen buenas raíces. En Corea del Sur tienen un dicho: “lo que se aprende mal a los tres años, ¡dura 80 años!”. En México, equivaldría a “árbol que nace torcido nunca su rama endereza”. 


Margarita me enfatizó algo muy importante para la convivencia entre coreanos y mexicanos: Los coreanos tienden a ser más bien conservadores en su mentalidad. Les cuesta trabajo confiar, de entrada, en los demás debido a las experiencias que han tenido en otras naciones a lo largo de su historia.


Una vez otorgada esa confianza, sin embargo, los mexicanos saben que pueden contar con socios y amigos coreanos leales y duraderos. Es algo así como lo que significa un “compadre” entre los mexicanos.


La referencia que tiene Margarita de otras escuelas coreanas es una de ellas que funciona en Mérida, Yucatán, de la cual no me dio mayores detalles. A esa ciudad del sureste llegó en 1905 la primera ola de migrantes coreanos, unos mil aproximadamente, a trabajar principalmente en las haciendas henequeneras. En reconocimiento a su presencia y larga duración en la Península, a su tesón y perseverancia en el trabajo, en diciembre de 2017 el Ayuntamiento de Mérida, en conjunto con la Asociación de los Descendientes Coreanos de Yucatán, inauguró la “Avenida República de Corea” en esa ciudad. 


Teniendo en consideración este antecedente, me parece que es solamente cuestión de tiempo para que suceda algo similar en alguna avenida o calle de la Zona Metropolitana de Monterrey en reconocimiento al impacto de los coreanos en esta comunidad.


El estilo duro de negociación


Llegamos mi esposa y yo, en 2018, a la planta de manufacturas, ubicada en una avenida de Apodaca, en donde un empresario coreano fabricaba equipos de gimnasios al aire libre para parques y jardínes y otros artefactos novedosas para recargar teléfonos celulares y acceder a redes de WiFi. Nos interesaba comprar precisamente uno de estos equipos electrónicos y se presentó la oportunidad, a través de terceros amigos mutuos coreanos, de hacer la compra de fábrica y directamente con el dueño.


El Sr. Lee, el empresario coreano, nos recibió en la antesala de sus oficinas con cortesía y sonrisas, todo un caballero aunque no hablaba mucho español y nos pidió conversar en inglés. Después de las presentaciones y algo de plática ligera, llegó el momento de la negociación, para lo cual me invitó a pasar a una sala de juntas a ver los detalles de la compra. Yo entré y, sin pensarlo, mantuve la puerta abierta para que entrara también mi esposa. El Sr. Lee no dijo nada al respecto, pero sentados frente a frente, de inmediato empezó la negociación: su rostro firme, serio, la mirada fija en la mía, sin voltear a ver a mi esposa y solamente dirigiéndose a mí. 


En todo el tiempo que negociamos, el empresario coreano, ya Senior, me dio una lección a fondo del estilo duro de negociar de los coreanos, de cómo se activa un resorte al iniciar una sesión de negocios que elimina cortesías y sonrisas para enfocarse únicamente a la materia del negocio. 


Siendo Lee parte de “la vieja escuela” empresarial, siguió la tradición de que los negocios se hacen entre hombres, las mujeres pueden sentarse y presenciar, pero no son tomadas en cuenta. Suena duro, es verdad, para los mexicanos y en la época actual, pero así se cerró el trato con él. Tiempo después, al platicar con otro hombre de negocios coreano, el Sr. Kim (residente en San Diego, California), le conté esta anécdota, sonrió pero no se sorprendió  y solamente me dijo: “así hay que negociar con los chinos y eso es lo que aprendemos los coreanos”.


Al final, el trato se cerró, entró a la sala de juntas su hijo, joven y todavía estudiante universitario, quien hacía sus pininos al lado de su padre y la sonrisa y las cortesías volvieron al rostro del Sr. Lee, no por hipocresía, sino porque así entiende que es una negociación oriental. 


Conclusión: 


Una vez pasada la fase aguda y disruptiva de la pandemia de Covid 19 y a pesar de su impacto en la economía de Nuevo León, considerando el hecho de que la industria nuevoleonesa participa en el sector exportador hacia Estados Unidos y se beneficia del impulso económico de ese país, es muy probable que se reanude el ritmo de la migración coreana a esta metrópoli a niveles anteriores a la pandemia. Es verdad que hay comunidades grandes de coreanos en la Ciudad de México (la más numerosa) y en Tijuana, Guadalajara y Mérida, pero para los jóvenes coreanos profesionistas, empleados o empresarios, la perspectiva de vivir y prosperar en Monterrey, tan ligada y cercana a Estados Unidos, resulta un atractivo adicional para ellos.


El establecimiento de la planta de Kia Motors, en 2016, fue el parteaguas para proyectar esa migración a largo plazo y asegurar que los migrantes traigan consigo un nivel socioeconómico más elevado que otro tipo de migraciones recientes -como la de venezolanos y centroamericanos- que han llegado a esta zona del país, en buena parte como refugiados, además de migrantes, y enfrentan una situación radicalmente distinta a la de los coreanos.


Su impacto se nota, por ejemplo, en los mercados de vivienda de alto nivel en San Pedro Garza García, y de nivel medio-alto en Apodaca, el cual es ahora un municipio de perfil industrial y alto desarrollo urbano que se manifiesta en un boom de construcción de vivienda, desde hace por lo menos una década, y que sigue adelante con la construcción de nuevas colonias residenciales, plazas comerciales y vialidades. 


Como hemos visto, la migración coreana es proactiva ante los desafíos de convivencia social y ha logrado un grado elevado de integración social y política en ese municipio, como en el caso de la Policía Ciudadana Coreana mencionado. Traen consigo un bagaje cultural amplio que se manifiesta en forma de escuelas, cultos religiosos, su gastronomía (se han abierto numerosos restaurantes de comida coreana), estilos empresariales diferentes y una presencia altamente visible en la vida social regiomontana. 


La planta de KIA Motors y su empresa hermana Hyundai Motors tienen planes para armar carros de ambas marcas en Pesquería, mediante la ampliación de las instalaciones actuales y, eventualmente, la construcción de otra planta, en el mismo municipio con el objetivo de alcanzar la cifra de dos millones de automóviles fabricados cada año en Nuevo León, una vez rebasada este año la marca del millón y medio de autos ensamblados en Nuevo León. Por lo pronto, Hyundai Mobis, la filial proveedora de autopartes de Hyundai, instaló ya un centro de distribución en el parque industrial  Interpuerto Monterrey, lo cual muestra que sigue adelante la estrategia de expansión de esas empresas en esta región.


Si el motor económico sigue funcionando, así lo hará la migración coreana impulsada por ese motor, considerando además la que no está directamente relacionada con las empresas automotrices. El impacto para los municipios receptores, especialmente Pesquería, trae consigo aspectos disruptivos que no son fáciles de solucionar en cuanto a estructura municipal y en cuanto a reservas territoriales para cubrir la demanda de viviendas, pues este Hub automotriz en formación atrae igualmente a mexicanos y a otras nacionalidades.


Los testimonios que compartí con ustedes apuntan, además, al desafío de la inclusión que enfrentan los coreanos. No importa que sus condiciones de migración les permitan darse un nivel de vida más elevado en comparación a otras nacionalidades, no están exentos de recibir muestras de rechazo o marginación en la vida social, de sentir el peso de las diferencias culturales, idioma y rasgos físicos en cuestiones que pueden llegar a extremos como negarles el acceso al alquiler de viviendas o búsqueda de empleos. Quizá estos rasgos negativos se irán diluyendo cuando la segunda y tercera generación de coreanos descendientes de los migrantes actuales se integren a la sociedad regiomontana como población nativa.

 

La migración coreana es un proceso en movimiento ligado, en buena medida, a la presencia de empresas coreanas en la Zona Metropolitana de Monterrey y a la pertenencia de México al TMEC y la América del Norte. A menos que ocurra una catástrofe en esos ámbitos que obligue al retiro de empresas canadienses y estadounidenses de nuestro territorio, reitero mi convicción de que los coreanos llegaron para quedarse, como lo hicieron hace más de 100 años en Yucatán, y que superarán obstáculos y aportarán mayor valor a la ciudad que los recibe. Por algo, la demanda de clases del idioma coreano está superando a las de chino mandarín en escuelas y universidades nuevoleonesas, quizá hacia allá apunta el futuro: recordemos que por el Oriente sale el sol.


rogelio.rios60@gmail.com









AMLO: la fatiga del poder

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