lunes, octubre 31, 2022

Viñetas de la adaptación coreana a Monterrey

 



Por Rogelio Ríos Herrán 

 

 

Resumen:

La formación de una comunidad coreana en Monterrey antecede al establecimiento de Kia Motors en Nuevo León en 2016, pero recibe de ese evento un impulso formidable. Los testimonios de sus experiencias de vida en el área metropolitana de Monterrey, los choques culturales, la huella en la vivienda y el rostro urbano de varios municipios, nos hablan de cómo los coreanos han cambiado a Monterrey y cómo la metrópoli los ha transformado a ellos. A diferencia de los migrantes centroamericanos, caribeños y venezolanos, los coreanos son, sin duda, por su capacidad de adaptación, la comunidad extranjera mejor integrada recientemente a la Sultana del Norte, una ciudad formada por las oleadas de migrantes nacionales y extranjeros a través de su historia al amparo del crecimiento industrial de la ciudad. 

 

 Adelante de mí, en la fila de los embutidos, había un joven coreano con una salchicha en la mano (lo supe porque en su mochila mostraba signos en su idioma), lo cual me pareció curioso. Nos encontrábamos en una sucursal del supermercado HEB en el municipio de San Pedro1. Cuando tocó su turno para ser atendido por las despachadoras, el joven levantó la salchicha con su mano derecha y con el índice de la otra mano hizo el número uno. Como no dominaba cabalmente el español, intentaba pedir un kilo de salchichas, pero en lugar de eso dijo “uno kilo”, por lo cual ninguna despachadora parecía entenderle. El joven insistía, pero las muchachas seguían sin entender. Apenas iba yo a intervenir para ayudarlo (pensé que quizá en inglés podríamos entendernos), cuando una de las despachadoras gritó triunfalmente: “¡Ah, usted quiere un kilo de salchichas!”. Todos nos reímos por lo sucedido, una señora aplaudió y el joven se fue muy contento con su kilo de salchichas.  

Esta anécdota, sucedida en 2016, fue mi primer contacto directo con la presencia de migrantes coreanos en Monterrey. Desde entonces, esta población ha incrementado su visibilidad y capacidad de integración a la metrópoli que los recibía con mucho entusiasmo, tras la instalación de una planta armadora de la compañía automotriz Kia Motors, en el municipio de Pesquería, en Nuevo León durante 2016; un hecho que marcó un antes y un después en la presencia de la gente y la cultura de Corea del Sur en nuestra ciudad. 

 

Antes de 2016, ya existían comunidades de migrantes coreanos que trabajaban para filiales de empresas como LG y Samsung, entre otras firmas. Una década atrás, un grupo de ingenieros y técnicos de Corea del Sur prestaron sus servicios en la refinería de PEMEX en Cadereyta, y unas decenas de ellos se quedaron a vivir en la zona metropolitana.  

En ningún caso, sin embargo, obtuvieron la notoriedad de “los coreanos de Kia” ─como se les conoce coloquialmente─ quienes, a diferencia de sus compatriotas precursores, tuvieron impacto económico con su presencia e inversiones en la comunidad nuevoleonesa al aumentar en número por varios miles, gracias al incremento de empleados que vinieron, así como las familias que los acompañaron. 

Fue esta ola de migrantes la que se trajo consigo tanto iglesias evangélicas como escuelas (complementarias a la educación de las escuelas mexicanas), provocando un boom en la oferta de servicios de vivienda, entretenimiento, atención médica, peluquerías y salas de belleza, restaurantes y cafés, tanto en municipios del área metropolitana (y más cercanos a la planta de Kia Motors), como los son Pesquería y Apodaca, como en otros más distantes, como San Pedro Garza García, adonde llegaron a residir los directivos y empleados de mayor nivel económico. 

Según estimaciones informales que me proporcionaron (no hay una cifra oficial)  surcoreanos en la Zona Metropolitana de Monterrey2; además de los que vinieron contratados por empresas, unos 300 negocios fueron emprendidos por iniciativa propiaNo es la comunidad coreana más numerosa en México, pero sí la de mayor actividad económica, comentario que escuché en pláticas diversas con empresarios coreanos. 

En poco más de media década, la saga de la llegada de los coreanos y la Kia Motors a la Sultana del Norte es fascinante por el contraste con olas de migrantes de otras nacionalidades y por su capacidad acelerada de adaptación a al nuevo entorno. Nos deja lecciones en ambos sentidos: para los municipios que los recibieron, el enorme reto del crecimiento acelerado de vivienda y vialidades, servicios y seguridad para los nuevos vecinos. Para los migrantes coreanos, una dura prueba a su capacidad de adaptación a la cultura regiomontana y la necesidad de agruparse en una comunidad que los apoye y los conecte mejor con las autoridades y la sociedad. 

Con el afán de aportar elementos a la comprensión de esa migración, doy mi testimonio aquí de las interacciones que he tenido con los coreanos y de mi asombro ante su capacidad de adaptación: estoy convencido de que llegaron para quedarse a tierras nuevoleonesas. 

 

De Pesquería a “Pescorea” 

“¿Cómo se dice “vulcanizadora” en coreano?”. No tardó en averiguarlo Manuel, dueño de un negocio pequeño de reparación de llantas en una calle del municipio de Pesquería, que quedaba rumbo a la planta de Kia. Como la llegada de la gigantesca factoría tomó completamente desprevenida a la autoridad de un municipio cuyo presupuesto público no era suficiente para proveer servicios municipales a la escala demandada por la nueva planta, no hubo oportunidad, por ejemplo, de pavimentar sus calles, llenas de baches, piedras y hoyos. A cada rato, a la “Vulca” llegaban clientes extranjeros que, principalmente a señas, le pedían que les arreglara las llantas ponchadas. De tal manera que Manuel se fue haciendo de una clientela de migrantes surcoreanos que, con sus flamantes carros nuevos, sufrían los rigores de las calles del pueblo. Ingenioso, Manuel le pidió un día a uno de sus clientes ─al que mejor hablaba español─ que le dijera cómo se decía “vulcanizadora” en su idioma, a lo cual, de buen humor, no sólo le contestó, sino que le ayudó a escribir un letrero traducido al coreano sobre la vulcanizadora y los servicios que ofrecía.  

La planta de KIA Motors3 y su empresa hermana Hyundai Motors tienen planes para armar carros de ambas marcas en Pesquería, mediante la ampliación de las instalaciones actuales y, eventualmente, la construcción de otra planta, en el mismo municipio con el objetivo de alcanzar la cifra de dos millones de automóviles fabricados cada año en Nuevo León, una vez rebasada este año la marca del millón y medio de autos ensamblados en esta entidad. Por lo pronto, Hyundai Mobis, la filial proveedora de autopartes de Hyundai, instaló ya un centro de distribución en el parque industrial Interpuerto Monterrey, lo cual muestra que sigue adelante la estrategia de expansión de esas empresas en esta región. 

Si el motor económico sigue funcionando, así lo hará la migración coreana impulsada por ese motor, considerando, además, la que no está directamente relacionada con las empresas automotrices. El impacto para los municipios receptores, especialmente Pesquería, trae consigo aspectos disruptivos que no son fáciles de solucionar en cuanto a estructura municipal y a reservas territoriales para cubrir la demanda de viviendas, pues este hub automotriz en formación atrae igualmente a mexicanos y a otras nacionalidades. 

Fue a través de situaciones como la de la vulcanizadora de Manuel que nació la expresión coloquial “Pescorea”: la nueva cara del municipio de Pesquería, llena de letreros en idioma coreano de una variedad de negocios que giran en torno a la planta armadora y su poderoso imán de posibles clientes. Sus propietarios son tanto personas mexicanas como coreanas; emprendedores pequeños y medianos que van siguiendo la huella de los corporativos internacionales en América Latina, pues Kia tiene plantas en Perú y Brasil. Se trata de migrantes coreanos que manejan el español y que ya conocen la idiosincrasia latina. 

Desde bares de “chimek” (pollo frito y cerveza, nuestro equivalente al tequila con botanas), talleres mecánicos y supermercados pequeños con productos y alimentos coreanos, hasta fábricas manufactureras de buen tamaño que manejan, por ejemplo, equipos resistentes a la intemperie para hacer ejercicio al aire libre, no tardó en desbordarse la fiebre coreana desde Pesquería al municipio vecino, mejor estructurado, de Apodaca4.  

Con mayor desarrollo urbano, vías de comunicación principales más fluidas y por ser la sede del Aeropuerto Internacional de Monterrey, de inmediato los residentes coreanos empezaron a instalarse en ese municipio que contaba ya con una oferta abundante de viviendas adecuadas al nivel solicitado, casi todas ellas en fraccionamientos privados de acceso restringido, ubicados cerca de plazas comerciales, colegios privados y servicios de salud de alto nivel. Por ser una zona industrial, desde tiempo atrás se había detonado en el municipio apodaquense un boom de construcción de viviendas y servicios. 

Los desarrolladores urbanos construyeron, conforme al modelo descrito, conjuntos de viviendas en fraccionamientos privados con acceso restringido y buenas vialidades de acceso y salida. En el caso de Apodaca, el antiguo casco de hacienda urbano que dio origen al municipio cedió su antiguo predominio en la imagen de ese poblado para dar lugar, apenas a unas cuantas cuadras de la plaza principal, a los nuevos conjuntos urbanos edificados sobre extensiones de antiguos campos de labranza. 

Los migrantes coreanos que decidieron instalarse en esa zona gustaban de las viviendas de interés medio ubicadas en colonias privadas. Quienes migraron desde países sudamericanos o fueron reinstalados por sus empresas desde Estados Unidos, buscaban viviendas que tuviera las características mencionadas en cuanto a ubicación, diseño moderno, confort (aire acondicionado o calefacción central) y amenidades y que contara con dos plantas de preferencia y espacio suficiente para la recreación casera. Quienes vienen desde Corea del Sur y no tenían anteriormente la experiencia de vida en el extranjero, encontraron el estándar de vivienda media mexicano muy gratificante, considerando las superficies menores, en promedio, de sus viviendas en Corea del Sur. Al preguntarles sobre este tema, casi todos sus testimonios coincidían en eso. Por excepción , los altos ejecutivos accedieron a vivienda de lujo y colegios privados de alto costo, como parte de sus beneficios laborales y se instalaron en el municipio de San Pedro Garza García. 

 

Policía Ciudadana Coreana de Apodaca 

En el municipio de Apodaca es donde los migrantes coreanos han desplegado un mayor nivel de organización comunitaria. Impulsado por la Asociación de Coreanos de Nuevo León, A.C., surgió un proyecto vecinal que, al ponerse en práctica, logró posicionarse sólidamente en ese municipio. Me tocó vivir de cerca ese evento entre los años 2018 y 2019 al participar como consultor de amigos coreanos involucrados directamente en el mismo.  

La historia comenzó cuando los residentes coreanos gradualmente empezaron a tener incidentes viales de todo tipo: colisiones, descomposturas, ponchaduras de llantas, la búsqueda de una calle o avenida o al cargar gasolina o incluso detenciones al manejar con unas copas encima. El nulo y escaso manejo del español, sobra decirlo, lo complicaba todo, tanto para ellos como para las autoridades municipales, y se prestaba a abusos frecuentes por parte de algunos malos elementos policiacos. 

Ante esa situación, la respuesta de las y los vecinos coreanos fue más allá de quejarse directamente con el alcalde César Garza. Le llevaron una propuesta: la creación de una “Policía Ciudadana Coreana”, un cuerpo de ciudadanos migrantes que voluntariamente acompañaran a los policías ─especialmente los fines de semana─, para auxiliar a los ciudadanos coreanos que estuvieran en alguna dificultad o necesitaran auxilio vial. Los voluntarios se registraron ante las autoridades y estaban debidamente acreditados. Por supuesto, no serían policías en el sentido de portar uniforme y armas, nada de eso, pero utilizaron esa figura para darle mayor peso a la actividad.  

El 13 de diciembre de 2018 quedó formalmente constituido el Cuerpo de Policía de Nuevo León de la Comunidad Coreana (presidido por los señores Kevin Lee y Rubén Kim), formado por civiles coreanos no armados, con cargo honorario, siendo trabajadores de empresas coreanas, cuya tarea principal es la asistencia ciudadana a los integrantes de su comunidad, sus empresas y lugares de trabajo. 

La asistencia a sus compatriotas se manifestaba en varias formas: en la solicitud y seguimiento de trámites municipales, como traductores en asuntos entre particulares, en incidentes viales, inscripciones en las escuelas, trámites de renta o compra de vivienda. Igualmente en orientación sobre trámites fiscales o relacionados con su situación migratoria 

Mediante la coordinación con la Fuerza Civil y la Policía de Proximidad de Apodaca, se planteó ayudar en cuestiones de tráfico vehicular y seguridad tanto en Apodaca como en otros municipios donde reside la mayor parte de la comunidad coreana: Pesquería, Guadalupe, Monterrey y San Pedro. 

La sede del evento fue la Iglesia Presbiteriana La Esperanza, en Apodaca, y contó con la presencia de autoridades de Fuerza Civil (la policía estatal nuevoleonesa), Seguridad Pública apodaquense y de Park Sung Hun, Cónsul de Policía de Corea en Monterrey. 

El 27 de febrero del 2019 participé en un recorrido conjunto entre los “policías coreanos”, el director de Seguridad Pública de Apodaca y varios de sus elementos por las calles con negocios de esta comunidad. ¡Vaya sorpresa que se llevaban los propietarios coreanos al recibir esa visita!, pero sirvió para construir un lazo de mayor confianza en la policía local. 

Para las autoridades municipales esa visita fue también, en cierta forma, una revelación. Sabían que había letreros en coreano, pero los policías municipales no tenían idea de su traducción al español y se sorprendían al entrar a los establecimientos y descubrir sus mercancías y servicios. De manera palpable, se cruzó en esa ocasión una barrera cultural. 

Un periodista coreano se encargó de difundir la nota sobre el evento a diversos medios de comunicación en Seúl, así que hubo impacto internacional. Como muchas otras cosas, sin embargo, la operación de este cuerpo ciudadano fue suspendida con la declaratoria de la pandemia por Covid-19 en marzo del 2020. Sin embargo, no desapareció la organización, por lo que en este 2022 está en vías de reinstalación.  

En contraste con lo sucedido en Estados Unidos (en donde la pandemia provocó violencia y temores irracionales hacia las comunidades asiáticas a las cuales se culpaba del virus), no registré en mis conversaciones y entrevistas entre migrantes coreanos que ellos sufrieran situaciones de odio por su origen asiático en la Zona Metropolitana de Monterrey ni que les negaran viviendas o servicios por esa causa. Lo que escuché fue el testimonio de un amigo coreano sobre un hermano suyo residente en Atlanta, Georgia, sede de una comunidad coreana, sobre las precauciones personales y vecinales que se vieron obligados a tomar los residentes coreanos para prevenir algún ataque o agresión y evitar discriminación laboral o de acceso a viviendas.  

 

La escuela coreana 

La invitación que me extendieron para visitar una “escuela coreana” indicaba que sería en sábado, lo cual me pareció un poco extraño, pero pronto descubrí la razón. En realidad, la idea de esta escuela no era la de suplantar a la institución mexicana, sino la de complementar sus estudios con materias de historia y educación cívica para reforzar su identidad coreana, lo cual se puede hacer mejor los sábados en la mañana que los días entre semana. 

Fue muy amable Margarita Jin, la directora de la escuela, en recibirme y mostrarme lo que enseñan a los niños coreanos residentes en Monterrey. En esencia, se les refuerza el idioma y se les inculcan nociones básicas de geografía, historia, cultura y normas de convivencia coreanas.  

Una parte de estas niñas y niños provienen de matrimonios binacionales entre coreanos y mexicanos y que, por diferentes razones, no han visitado Corea del Sur. Su niñez la han vivido lejos de la patria de sus padres o de uno de sus padres, hablan español y coreano, comen tortillas de harina con frijoles, además de la carne asada norteña. 

La Escuela de Coreano de Monterrey, establecida en 2004, agrupa a más de 100 alumnas y alumnos de preescolar (a partir de los 4 años), primaria y secundaria. No tiene fines de lucro, sus maestras son voluntarias y obtiene apoyo financiero parcial del gobierno de la República de Corea. 

La educación básica es fundamental para que los niños coreanos echen buenas raíces. En Corea del Sur tienen un dicho: “lo que se aprende mal a los tres años, ¡dura 80 años!”. En México, equivaldría a “árbol que nace torcido nunca su rama endereza”.  

Margarita me enfatizó algo muy importante para la convivencia entre coreanos y mexicanos: los coreanos tienden a ser de mentalidad conservadora. Les cuesta trabajo confiar, de entrada, en los demás, debido a las experiencias que han tenido en otras naciones a lo largo de su historia. 

Una vez otorgada esa confianza, sin embargo, los mexicanos saben que pueden contar con socios y amigos coreanos leales y duraderos. Es algo así como lo que significa un “compadre” entre los mexicanos. 

La referencia que tiene Margarita de otras escuelas coreanas es una de ellas que funciona en Mérida, Yucatán, de la cual no me dio mayores detalles. A esa ciudad del sureste llegó, en 1905, la primera ola de migrantes coreanos, unos mil aproximadamente, a trabajar principalmente en las haciendas henequeneras. En reconocimiento a su presencia y larga duración en la Península, a su tesón y perseverancia en el trabajo, en diciembre de 2017 el Ayuntamiento de Mérida, en conjunto con la Asociación de los Descendientes Coreanos de Yucatán, inauguró la “Avenida República de Corea” en esa ciudad5.  

Teniendo en consideración este antecedente, me parece que es solamente cuestión de tiempo para que suceda algo similar en alguna avenida o calle de la Zona Metropolitana de Monterrey en reconocimiento al impacto de esta comunidad. Quizá el municipio de Apodaca sea el primero en hacerlo y con ello aumentar su atractivo para el establecimiento de más migrantes coreanos y el crecimiento de sus desarrollos inmobiliarios. 

 

El estilo duro de negociación 

Llegamos mi esposa y yo, en 2018, a la planta de manufactura, ubicada en una avenida de Apodaca, en donde un empresario coreano fabricaba equipos de gimnasios al aire libre para parques y jardines, así como otros artefactos novedosos para recargar teléfonos celulares y acceder a redes de wifi. Nos interesaba comprar precisamente uno de estos equipos electrónicos y se presentó la oportunidad, a través de terceros amigos mutuos coreanos, de hacer la compra de fábrica y directamente con el dueño. 

El señor Lee nos recibió en la antesala de sus oficinas con cortesía y sonrisas. No hablaba mucho español y nos pidió conversar en inglés. Después de las presentaciones y algo de plática ligera, llegó el momento de la negociación, para lo cual me invitó a pasar a una sala de juntas a ver los detalles de la compra. Yo entré y, sin pensarlo, mantuve la puerta abierta para que entrara también mi esposa. El señor Lee no dijo nada al respecto, pero sentados frente a frente, de inmediato empezó la negociación: su rostro firme, serio, la mirada fija en la mía, sin voltear a ver a mi esposa y solamente dirigiéndose a mí.  

En todo el tiempo que negociamos, el empresario coreano, ya muy experimentado, me dio una lección a fondo del estilo duro de negociar de los coreanos, de cómo se activa un resorte al iniciar una sesión de negocios que elimina cortesías y sonrisas para enfocarse únicamente a la materia.  

Siendo Lee parte de “la vieja escuela” empresarial, siguió la tradición de que los negocios se hacen entre hombres. Las mujeres pueden sentarse y presenciar, pero no son tomadas en cuenta. Suena duro para los mexicanos y en la época actual, es verdad, pero así se cerró el trato con él. Tiempo después, al platicar con otro hombre de negocios coreano, el señor Kim (residente en San Diego, California), le conté esta anécdota, sonrió pero no se sorprendió, y solamente me dijo: “así hay que negociar con los chinos y eso es lo que aprendemos los coreanos”. 

Al final, el trato se cerró, entró a la sala de juntas su hijo, joven y todavía estudiante universitario, quien hacía sus pininos al lado de su padre. La sonrisa y las cortesías volvieron al rostro del Sr. Lee, no por hipocresía, sino porque así entiende que es una negociación oriental; su planta manufacturera está ubicada en Apodaca, pero él vive en San Pedro Garza García. 

 

Reflexiones finales 

Una vez pasada la fase aguda y disruptiva de la pandemia de COVID-19, y a pesar de su impacto en la economía de Nuevo León, considerando el hecho de que la industria nuevoleonesa participa en el sector exportador hacia Estados Unidos y se beneficia del impulso económico de ese país, es muy probable que se reanude el ritmo de la migración coreana a esta metrópoli a niveles anteriores a la pandemia. 

Es verdad que hay comunidades grandes de coreanos en la Ciudad de México (la más numerosa, según amigos empresarios coreanos), así como en Tijuana, Guadalajara y Mérida, pero para las y los jóvenes coreanos profesionistas, empleados o empresarios, la perspectiva de vivir y prosperar en Monterrey, tan ligada y cercana a Estados Unidos, resulta un atractivo adicional. 

El establecimiento de la planta de Kia Motors, en 2016, fue el parteaguas para proyectar esa migración a largo plazo y asegurar que los migrantes traigan consigo un nivel socioeconómico más elevado que otro tipo de migraciones recientes –como la de venezolanos, haitianos y centroamericanos– que han llegado a esta zona del país, en buena parte como refugiados, además de migrantes, y que enfrentan una situación radicalmente distinta a la de los coreanos. 

Su impacto se nota, por ejemplo, en los mercados de vivienda de alto nivel en San Pedro Garza García, y de nivel medio-alto en Apodaca, el cual es ahora un municipio de perfil industrial y alto desarrollo urbano que se manifiesta en un boom de construcción de vivienda de interés medio y residencial, desde hace por lo menos una década, y que sigue adelante con la construcción de nuevas colonias residenciales, plazas comerciales y vialidades.  

La migración coreana es proactiva ante los desafíos de convivencia social y ha logrado un grado elevado de integración social y política en ese municipio, como en el caso de la Policía Ciudadana Coreana mencionado. Traen consigo un bagaje cultural amplio que se manifiesta en forma de escuelas, cultos religiosos, su gastronomía (se han abierto numerosos restaurantes de comida coreana), estilos empresariales diferentes y una presencia altamente visible en la vida social regiomontana. 

Por otra parte, a poco más de un año de su inicio, la llegada de la ola migratoria más reciente a Monterrey (la de migrantes haitianos), no parece, por su perfil socioeconómico bajo, competir con la comunidad coreana por varias razones: los migrantes y refugiados haitianos van de paso rumbo a los cruces fronterizos con Estados Unidos, según lo manifestaron a los medios de comunicación locales, y su percepción en la sociedad regiomontana tomó desde un principio un sesgo hacia estereotipos de “invasión haitiana”. Si bien entre los migrantes haitianos hay diferencias de nivel económico (algunos se transportan por avión, se hospedan en hoteles o se instalan en viviendas de renta, según notas periodísticas y mi observación personal), por el momento se les percibe mayormente como personas de paso6 

Las anécdotas que compartí en mi crónica apuntan, además, al desafío de la inclusión que enfrentan los coreanos para ingresar a círculos sociales, clubes deportivos y asociaciones de empresarios o profesionistas y sociedades de negocios con inversionistas locales. No importa que sus condiciones de migración les permitan darse un nivel de vida más elevado en comparación a otras nacionalidades, pues no están exentos de recibir muestras de rechazo o marginación en la vida social, de sentir el peso de las diferencias culturales, idioma y rasgos físicos en cuestiones que pueden llegar a extremos, como negarles en algunos casos el acceso al alquiler de viviendas o búsqueda de empleos. Quizá estos rasgos negativos se irán diluyendo cuando la segunda y tercera generación de personas coreanas descendientes de los migrantes actuales se integren a la sociedad regiomontana como población nativa. 

La migración coreana es un proceso en movimiento ligado, en buena medida, a la presencia de empresas coreanas en la Zona Metropolitana de Monterrey y a la pertenencia de México al TMEC y la América del Norte. A menos que ocurra una catástrofe en esos ámbitos que obligue al retiro de empresas canadienses, estadounidenses y coreanas de nuestro territorio, reitero mi convicción de que los coreanos llegaron para quedarse, como lo hicieron hace más de cien años en Yucatán, y que superarán obstáculos y aportarán mayor valor a la ciudad que los recibe. Por algo, la demanda de clases del idioma coreano está superando a las de chino mandarín en escuelas y universidades nuevoleonesas, quizá hacia allá apunta el futuro: recordemos que por el Oriente sale el sol. 

 

El autor es licenciado en Relaciones Internacionales por el Colegio de México. Se desempeña como periodista y consultor independiente.

 

rogelio.rios60@gmail.com 

 

 

 


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