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Fuente: Google.com |
Por Rogelio Ríos Herrán
Si de manifiestos se trata, nada me impide redactar uno que
hable en nombre de los mexicanos en Estados Unidos, tras los sucesos de El
Paso, Texas.
AL PUEBLO DE USA:
Declaro que los mexicanos no somos enemigos de los
estadounidenses. No queremos quitarles sus empleos. No amenazamos a sus
familias. Somos gente de trabajo, de esfuerzo y ganas de salir adelante, no
importa si para eso se tienen que trasladar los mexicanos a los Estados Unidos
en busca de mejores oportunidades.
Manifiesto que no me mueve ningún rencor histórico por la
derrota de México en su guerra con Estados Unidos (1846-1849), sucesos que
ocurrieron en un tiempo tan distante que ya casi no se conservan en la memoria
del pueblo mexicano. No me mueve deseo alguno de venganza, de “invadir” o
“mexicanizar” a los Estados Unidos como una manera de recuperar lo que se
arrebató a México en esa guerra.
Lo que me mueve a mí, y a millones de compatriotas, es el
deseo legítimo de mejorar nuestros niveles de vida, de tener la oportunidad de
demostrar capacidades y talentos, y, sobre todo, de contribuir con el esfuerzo
y nuestros impuestos a la sociedad y a la economía del país que nos recibe.
Declaro también que mi lengua natal y muy querida es el
español. Al usarlo en Estados Unidos, lo hago como un gesto de aprecio a mi
lengua materna, no como desprecio al idioma inglés. No tengo inconveniente en
aprender y hablar en inglés, pero lo haré por gusto y sin renunciar a mi lengua
materna.
En todo espacio público y privado, en cualquier circunstancia
y lugar, hablar español es perfectamente legítimo como una lengua de uso común
en Estados Unidos. El español es ya parte de la riqueza idiomática y del acervo
cultural de la Unión Americana, es un idioma que abre puertas y tiende puentes
entre dos naciones vecinas y con las naciones hermanas de la América Latina. El
español es riqueza de espíritu, no pobreza de ánimo.
Declaro que mi fe religiosa, la católica en mi caso (o la de
cada quien), la que se me inculcó desde niño en el seno de mi familia, la que
guía mis pasos para mantenerme en el camino correcto, la que me permite ver a
los demás seres humanos como prójimos, no como enemigos, la traigo a Estados
Unidos como lazo espiritual de unión, no como estandarte de batalla para
excluir a quienes no la profesan.
No somos cruzados a favor ni en contra de otras religiones.
Somos, porque así es nuestra creencia más profunda, fraternos y solidarios con
los demás, no importa sus ideas o fe distintas.
Expreso que no veo el mundo dividido en los colores de la
piel. Mi cabello y mi piel, mis facciones, son todas orgullosamente mexicanas,
inconfundibles, llenas de esa herencia de siglos que las alegrías y tristezas
de mi pueblo, de su mestizaje y su enorme diversidad social, han tatuado en mi
piel para mostrar al resto del mundo.
Puedo convivir con quien sea, no importa el color de su piel.
Nunca lo veré como adversario hostil, sino como un hermano en el gran mosaico
de colores y tonos que es la Humanidad.
Declaro que el lugar que busco en Estados Unidos para vivir y
trabajar no lo lograré a costa de alguien más, sino en compañía de la gente
trabajadora de este país.
Considero que la creación de prosperidad mediante un esfuerzo
común de residentes y migrantes, de trabajo duro y una vida apegada a los
principios que nos guían, dará a los Estados Unidos el camino a la grandeza que
este país busca con tanta ansiedad, pero con métodos equivocados.
Nosotros, los migrantes, los mexicanos, los latinoamericanos,
no somos el obstáculo: somos parte de la solución a esa búsqueda. Pueden contar
con nosotros.
No nos frenarán los discursos de odio, los extremistas
armados, los tiroteos en donde muere gente inocente y cuya sangre derramada
duele tanto. Nuestro corazón va por delante, ¿quién puede contra nosotros?
Rogelio.rios60@gmail.com
(Publicado en el Periódico La Visión, de Atlanta, Georgia, 16/08/2019).
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