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Fuente Google.com |
Por Rogelio Ríos Herrán
Me tocó en el corazón la masacre del 3 de agosto de
mexicanos y texanos en El Paso, Texas, cuando un joven tirador entró a una
tienda Wal-Mart a disparar indiscriminadamente en contra de quien parecía
hispano o mexicano, matando a 22 personas, 8 de ellos mexicanos.
De inmediato vinieron a mi mente recuerdos de la época
en que, por razones de trabajo, viajé con frecuencia a Ciudad Juárez a fines de
los años 80s y pude constatar que esa ciudad y el Paso, Texas, son en los
hechos ciudades hermanadas.
Cruzaba yo a El Paso, a pie, cuando podía después de
las horas de trabajo. Me sentía como en casa, la gente era igual de amable que
los juarenses y, a pesar de los problemas de seguridad y el gran flujo de
migrantes que llegaba continuamente a esa frontera, nunca sentí temor o
amenazas al realizar mis actividades.
Tiempo después, cuando ya no viajaba para esa frontera
chihuahuense, en los primeros años de presente siglo, la violencia azotó con
todo a los juarenses, uno de cuyos puntos culminantes fue la que se conoce como
masacre de Villas de Salvárcal.
El 31 de enero del 2010, un convoy de siete camionetas
con 20 sicarios armados llegaron a una fiesta de muchachos preparatorianos y
estudiantes de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, y abrieron fuego
contra aproximadamente 60 estudiantes que se encontraban en la reunión.
Al concluir el ataque, se contaron 17 muertos y una
decena de heridos, ninguno rebasaba los 20 años de edad. Los autores del
atentado, quienes lo planearon y los que lo ejecutaron, narcotraficantes todos,
fueron posteriormente detenidos y procesados, pero nada de eso remedió la
pérdida de tantas vidas de jóvenes.
Lo recordé porque en Salvárcal fueron casi tantos
muertos como en el Wal-Mart de El Paso. Un tirador, presunto supremacista
blanco, hizo su mala obra contra hispanos y mexicanos. En Ciudad Juárez, fueron
narcos mexicanos los que atacaron a jóvenes mexicanos totalmente indefensos
ante el ataque.
Dos masacres, dos puntos más de encuentro entre Ciudad
Juárez y El Paso. Me cruza por la mente el recuerdo de tanta gente amable que
conocí y no alcanzo a comprender por qué, en ambos lados de la frontera, hay
gente dispuesta a matarlos, a sembrar la discordia y enlutar a tantas familias,
¿por qué?
Cuando escribí en ese entonces un artículo de opinión
sobre el evento y manifesté mi simpatía por los juarenses y por su laboriosa
ciudad, me contestaron lectores chihuahuenses con mucha emoción:
“Muchísimas gracias, Sr. Ríos, por su artículo tan
sentido. Los chihuahuenses estamos muy dolidos y necesitamos oír o leer cosas
como estas… gracias” (Silvia Imelda).
“En mayo pasado, cuando asesinaron a su padre, mi hijo
me lanzó la pregunta: ‘Mamá, ¿y no nos vamos a ir a otra ciudad?’ Yo le
contesté que era importante quedarnos para luchar porque las cosas cambiaran en
nuestra ciudad. Hoy siento que el tiempo y las fuerzas se nos agotan y Ciudad
Juárez se nos muere de tristeza” (Tere A.)
“Su escrito va directo al corazón y nos hace hervir la
sangre. Espero que la dignidad y el coraje nos duren lo suficiente para lograr
despertar a toda la población y hacerles ver a nuestros ineptos/corruptos
gobernantes que la gente de Juárez requiere más que montajes escénicos y
operativos apantallantes” (Alberto R.).
“Quiero felicitarlo por haber decidido solidarizarse
con los chihuahuenses, con nosotros que sufrimos por estas circunstancias,
porque hoy nos sentimos abandonados, en absoluta soledad con el desamparo de la
autoridad que, en lugar de sumarse al luto de todos, no sólo de los padres de
familia de estos jóvenes acribillados, sino de muchas familias que lloran la
muerte de sus familiares, ahora se van a repartir el botín político que esto
representa”.
Recuerdo ahora estas voces de juarenses porque vuelven
a estar de luto por los sucesos fatales en El Paso, Texas. De nuevo, a vivir
una pesadilla. De nuevo, a resurgir de las cenizas.
Rogelio.rios60@gmail.com
(Publicado en el Periódico La Visión, de Atlanta, Georgia, el 09/08/2019).
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