![]() |
Fuente: Google.com |
Por Rogelio Ríos Herrán
No sé qué tanto contribuyen las campañas electorales -al
estilo mexicano- al avance de la democracia. Nadie en su sano juicio en México
cree que las campañas de proselitismo de los candidatos, la votación, el conteo
de votos y los inevitables conflictos poselectorales que se dirimen en los
tribunales nos hagan un mejor país, políticamente hablando.
La opción no es dejar de celebrar elecciones, ni
renunciar a la democracia representativa, por supuesto. Lo que no dejo de
preguntarme es que si, en efecto, queremos una democracia, ¿a qué precio la
conseguiremos? ¿Llegaremos al punto de la degradación total de la vida pública
con tal de seguir manteniendo un sistema electoral sumamente costoso en un país
cuya mitad de la población, por lo menos, vive en el nivel de pobreza?
¿Cuántas campañas electorales más como la que vivimos
en el Estado de México aguantará este país? ¿Hacia qué rumbo va el sistema político
en su conjunto que no sea el de la anarquía y la desaparición en la práctica de
los poderes y la presencia del Estado?
El gasto tan elevado de recursos públicos en el
sistema de partidos y en la organización y calificación de las elecciones es
inaceptable en vista de los resultados que producen: con cada elección, en
lugar de disminuir, crece el escepticismo de los ciudadanos ante el lamentable
espectáculo de dispendio, corrupción y trinquetes en que se han convertido las
campañas electorales.
Ni siquiera al abstencionismo se ha derrotado cabalmente.
El mal mexicano de la baja participación de los ciudadanos en las votaciones
sigue presente, en mayor o menor grado, en cada jornada electoral.
Los candidatos ganadores, desde los alcaldes hasta el
Presidente de la República, llegan al poder con una representatividad muy
cuestionable: sigue sin votar la mayoría de los mexicanos; los que votan,
además, no alcanzan para conferir a los candidatos ganadores una legitimidad plena ni para reforzar la gobernabilidad de todo el sistema
político, la cual hoy está por los suelos.
Si lo que pasó en el Estado de México, en donde para
apoyar al candidato ganador priista se volcaron todo tipo de recursos públicos
y privados, es una probadita de lo que viene en la elección presidencial del
2018, entonces no se augura otro escenario que el desastre.
Las probabilidades de que la sociedad rechace en su
conjunto y sin distinciones a la clase política entera se elevan con cada caso
de corrupción que se descubre, con cada golpe del narcotráfico a las fuerzas armadas
del Estado, con cada ocasión en que el mexicano común y corriente se topa con
una burocracia voraz que no hace más que sacarle como sea el poco dinero que le
queda después de haber padecido a los delincuentes.
Si eso no se ve desde las alturas del poder, tanto
peor para los gobernantes. El peligro de un rompimiento social generalizado, de
una vuelta al México dividido y enfrentado del siglo 19, está latente.
Desactivarlo es tarea de todos, no solo de quienes nos gobiernan, porque si se
derrumba el Estado se desintegra la sociedad.
Hay demasiado en juego para los ciudadanos como para
no esforzarnos para que las cosas cambien. Si en el timón de México siguen
fijando el rumbo los políticos de siempre con sus costumbres de toda la vida,
vamos al naufragio. Todavía estamos a tiempo de evitar una catástrofe nacional.
rogelio.rios60@gmail.com
No hay comentarios.:
Publicar un comentario