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Fuente: Google.com |
Por Rogelio Ríos Herrán
No solamente un hombre y una mujer cuyo matrimonio está
en desintegración viven sus vidas aparte, aunque sea bajo el mismo techo. Así
también lo hacen los gobernantes y los ciudadanos: bajo el mismo techo, pero
con un abismo de distancia entre ellos.
Cada jornada electoral de importancia, como la que hoy
se vive en el Estado de México, Coahuila, Nayarit y Veracruz, se convierte en
uno de esos raros puntos de encuentro de políticos y ciudadanos en las urnas,
como si los días de distanciamiento matrimonial fueran a dar paso a una
reconciliación afectuosa.
Pero la ilusión dura poco. No bien transcurrirá el
domingo electoral, cuando el lunes volvamos a la realidad del abismo de
separación entre sociedad y gobierno. Puede ser que en Edomex incluso resulte
ganador un gobierno de alternancia al PRI, pero de todas maneras quienes ganen
se volcarán sobre su tarea de gobierno que inevitablemente los empezará a alejar
de los ciudadanos en cuyo nombre gobiernan.
No es ésa una ley fatal, ni mucho menos, pero la
experiencia de la vida pública mexicana así lo ha puesto en evidencia. Más allá
de las urnas y los días de votación, no hay casi puntos de encuentro de los
ciudadanos con sus funcionarios. No es solamente cuestión de nombrarse “independientes”
los candidatos o gobiernos en funciones, ni se agota el asunto en incorporar de
alguna manera o de otra a ciudadanos como consejeros de las tareas públicas.
Lo que no hemos podido lograr plenamente desde 1997,
año que marcó el inicio de la transición democrática en México cuando el PRI
perdió por primera vez la mayoría en el Congreso de la Unión, es que tanto gobernantes
como ciudadanos no se observen desde banquetas opuestas de la calle, sino que
caminen juntos por la misma vereda.
Es decir que, junto con la transmisión del poder a
través de sus votos, los ciudadanos transfirieran igualmente sus esperanzas
y anhelos, los problemas que los angustian, sus intereses inmediatos de una
vida más segura en sus casas y calles, el sueño de un país en donde se pueda
prosperar y no meramente sobrevivir en el día a día.
Desde las calles, entre la gente, rodeado de servicios
públicos deficientes, burocracia mal encarada, policías que no protegen y transporte
público caro y malo, el ciudadano observa -cuando atina a levantar la vista- en
las alturas celestiales a una clase política que vive, literalmente, en otro
mundo en el cual se diluyen los llamados de los ciudadanos hasta hacerse inaudibles.
Aun con elecciones confiables, cuyos resultados no son
cuestionados en lo esencial, dos décadas de transición democrática no nos han
podido llevar a una nueva cultura política en donde impere la
legalidad y realmente se gobierne con el interés público en mente.
No llegan los gritos desde la tribuna a la cancha del
poder. Los gobernantes se enfrascan en sus juegos políticos, en
sus disputas y acusaciones, mientras en las gradas el público mejor abandona el
estadio ante la lamentable calidad del espectáculo que se le ofrece.
Que los sistemas electorales nos llevan con frecuencia
a callejones sin salida al llegar al poder candidatos ineptos y detestables, es
algo bien sabido, son los riesgos de las elecciones cuando el abanico de
opciones no deja alternativa alguna.
Pero que el sistema político en su conjunto
(gobernantes e instituciones) pierda contacto con la realidad de la vida de los
millones de mexicanos a quienes supuestamente gobierna, es una verdadera
tragedia que deberíamos estar debatiendo públicamente a la vez que acudimos a
las urnas con todo nuestro escepticismo a cuestas: ¿por qué no nos satisface la
política? ¿Viviremos siempre frustrados con ella?
Un matrimonio en desintegración no será salvado más
que por el resurgimiento del amor y la comprensión por sobre las desavenencias
de la pareja. Lo que urge ante el escenario de la tremenda descomposición de la
vida pública mexicana por la corrupción y la violencia es ver cómo puede darse
esa “reconciliación” entre gobernantes y gobernados, cómo podría reconquistar
la clase política “el amor” de los mexicanos antes de que sea demasiado tarde y
los echen a patadas a la calle con todo y tiliches, ¿de veras no se dan cuenta
de eso?
rogelio.rios60@gmail.com
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