Lejos de buscar el diálogo, los gobernantes populistas insultan, descalifican, persiguen políticamente y acosan judicialmente a lo que ellos llaman “sus adversarios”, de manera despectiva.
Por Rogelio Ríos Herrán
Si es verdad que “los extremos se juntan”, como reza la sabiduría popular, entonces hay en la América del Norte uno de los más extraños juntamientos que he visto: dos líderes populistas y sus gobiernos, Donald Trump y Claudia Sheinbaum, se miran de frente y, aunque choquen por sus intereses nacionales contrarios, se reconocen en el punto esencial de la arrogancia.
Me refiero, por supuesto, a la arrogancia del poder, a la infalibilidad del juicio que ostentan y al ataque a la democracia que han implementado tanto en México como en los Estados Unidos.
Para Donald y Claudia, sus respectivos ascensos al poder (por segunda vez en el caso de Trump) ocurrieron cuando sus movimientos políticos (MAGA y MORENA) llegaron al poder por vías democráticas para, de inmediato, destruir esas vías y sustituirlas por las autoritarias.
¡Vaya coincidencia histórica! Conviven los populistas estadounidenses con los mexicanos en una incómoda vecindad y con un diferencial de poder abismal, en perjuicio de Claudia.
Me detengo en el punto de la arrogancia, el rasgo común en los estilos de gobernar populistas a ambos lados de la frontera.
La arrogancia “es la actitud de quien se considera mejor de lo que realmente es o que considera a los demás por debajo de sí”, nos dicen los especialistas del portal digital www.concepto.de.
Pariente del narcisismo, la soberbia y el egocentrismo, se considera también a la arrogancia como sinónimo de vanidad y lo opuesto a la humildad.
En boca de Donald o Claudia no hallaremos la aceptación de un error de hecho o de juicio. No puede ser de otra manera, pues “una persona arrogante es aquella que no está dispuesta a considerar las opiniones de los demás, por creerse experto en todos los temas, y que sin conocerlos tiende a mirarlos por encima del hombro”.
La indisposición obstinada al diálogo con los actores y fuerzas políticas que no son de sus propios bandos políticos está en el DNA de Trump, tanto como en el de Andrés Manuel López Obrador y Claudia Sheinbaum.
Lejos de buscar el diálogo, los gobernantes populistas insultan, descalifican, persiguen políticamente y acosan judicialmente a lo que ellos llaman “sus adversarios”, de manera despectiva.
“La persona arrogante constantemente intenta demostrarse a sí misma que está a la altura de sus desmedidas expectativas, pudiendo en el proceso despreciar e incluso lastimar a los demás”, concluyen los analistas de www.concepto.de.
Es curioso, pero el arrogante nunca acepta que pierde, aunque otra persona más arrogante lo atropelle.
Lo que hará el arrogante humillado será darle un giro a su derrota, presentarla como un triunfo ante sus gobernados y proyectar la imagen de negociador astuto y precavido.
El antídoto contra los gobernantes arrogantes es el choque de realidad que enfrentan sus decisiones elaboradas, única y exclusivamente, desde sus personalidades altaneras en las cuales la inteligencia es desplazada por el instinto infalible del líder o lideresa.
Ha caído tan bajo el nivel de la relación bilateral de México y los Estados Unidos que todo parece girar en torno al choque de egos de un populista republicano con una populista morenista.
Así, ¿cómo va a librar México verdaderamente el impacto de los aranceles de Trump?
Vanidad de vanidades, todo es arrogancia.
Rogelio.rios60@gmail.com
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