martes, julio 22, 2025

San Francisco bien vale una visa

El reconocimiento de que la buena reputación permite a cualquier ciudadano libre de relaciones dudosas con los políticos mexicanos entrar tranquilamente a Estados Unidos, como en mi caso, me puso una amplia sonrisa en los labios plena de satisfacción a mitad de un aeropuerto californiano


Por Rogelio Ríos Herrán


San Francisco, California.- Un pequeño regalo de vida me llegó de manera inesperada, hace unos días, al pasar la aduana de la autoridad migratoria estadounidense en el Aeropuerto Internacional de San Francisco sin problema alguno con mi Visa B1 B2.


Después de pasar mi esposa e hijas por la revisión del agente migratorio, nos enfilamos a recoger las maletas y buscar transporte rumbo al centro de la ciudad.


En ese instante, me percaté que al entrar a los Estados Unidos con mi familia me puse en una posición de ciudadano con buena reputación con el gobierno de ese país, algo de lo que muchos políticos mexicanos no pueden presumir.


Sus reputaciones están arruinadas, son “personas de interés”, como se dice ahora, en indagaciones criminales, lo que sea, pero no pueden entrar legalmente a los Estados Unidos, ni ellos ni sus familias, socios y cómplices en sus negocios políticos turbios.


¡Lo que darían ellos por visitar San Francisco con toda tranquilidad y acompañados de sus familias!


Pensé entonces en lo valioso de este regalo que como ciudadano con buena reputación recibí, por las siguientes consideraciones:


No soy empleado ni funcionario de gobierno federal o estatal alguno, ni tengo puesto en las áreas de compras o pagos a proveedores de empresas públicas que brindan jugosas oportunidades de hacer más dinero que si me sacara la lotería, pero tengo mi visa norteamericana sin problemas.


No soy diputado federal ni senador del partido oficial o de los partidos comparsas en el Poder Legislativo, ni tengo inmunidad, privilegios, gastos pagados, camioneta con chofer, ni charola para apantallar bobos, pero tengo mi visa sin complicaciones.


No soy administrador de aduanas, no tengo compadres en Pemex ni en el Tren Maya o en el AIFA que me “echen la mano” con un contratito para juntar dinero para un penthouse en Houston, pero tengo mi visa en paz.


No soy amigo de los hijos de encumbrados políticos que reparten contratos y asignaciones directas como si fueran naipes en un juego de póker, embajadas y consulados a diestra y siniestra, pero tengo mi visa en orden.


No me tomo fotografías con políticos, no tengo amigos narcos o lavadores de dinero, no necesito que los criminales me financien nada, ni campañas electorales o como socios de algún negocio, simplemente mi visa está activa.


No me interesa frecuentar a políticos en desayunos y comidas, escribir bien de ellos por encargo, recibir favores o tratos preferenciales que me dejen las manos atadas, pero mi visa, ¿saben?, tiene buen récord.


El reconocimiento de que la buena reputación permite a cualquier ciudadano libre de relaciones dudosas con los políticos mexicanos entrar tranquilamente a Estados Unidos, como en mi caso, me puso una amplia sonrisa en los labios plena de satisfacción a mitad de un aeropuerto californiano.


“El crimen no paga”, decían en las viejas películas norteamericanas de policías y ladrones, pues siempre te alcanza “el largo brazo de la ley”.


En cuanto el agente migratorio me regresó la tarjeta plástica con mi Visa B1 B2, la guardé cuidadosamente en la cartera, la puse en el bolsillo del pantalón y le di una palmadita amorosa: es mi pequeño tesoro.


“San Francisco bien vale una visa", diré en adelante, parafraseando la frase atribuida al rey francés Enrique IV (“París bien vale una misa”), que es más, mucho más, de los que los políticos mexicanos de “la lista” mitológica pueden decir hoy.


Por eso, decía mi abuelita Mamá Chayito: “cuídate de las malas compañías, Rogelito”, ¡qué bueno que le hice caso!




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