Por Rogelio Ríos Herrán
De su cuento “Musak”, va una pincelada de periodismo
que nos dejó Mario Benedetti (1920-2009):
“Uno se tranquiliza. Mirá, hay días en que llego al
diario con la cabeza hecha un bombo, lleno de problemas, líos de plata,
discusiones con mi mujer, preocupaciones por las malas notas de la nena,
últimos avisos del Banco, y sin embargo me coloco frente al escritorio y a los
cinco minutos de escuchar esa musiquita que te penetra con sus melodías dulces,
a veces un poquito empalagosas, lo confieso, pero en general muy agradables, a
los cinco minutos me siento poco menos que feliz, olvidado de los problemas y
trabajo, trabajo, trabajo, como un robot, ni más ni menos. Total, no hay que
pensar mucho. Un crimen siempre es un crimen. Para los pasionales, por ejemplo,
yo tengo mi estilo propio. No me manejo con lugares comunes ni términos
gastados. Nada de cuerpo del occiso, ni decúbito supino, ni arma homicida, ni
vuelta al lugar del crimen, ni representantes de la autoridad, ni cruel impulso
de un sentimiento de celos, nada de eso. Yo me manejo con metáforas. No pongo
el hecho escueto, sino la imagen sugeridora. Te doy un ejemplo. Si un tipo le
da a otro cinco puñaladas, yo no escribo como cualquier cronista sin vuelo: “El
sujeto le propinó cinco puñaladas”. Eso es demasiado fácil. Yo escribo: “Aquel
prójimo le abrió tres surcos de sangre”. ¿Captás la diferencia? No sólo le
añado belleza descriptiva, sino que además le rebajo dos puñaladas, porque, paradójicamente, así queda más dramático,
más humano. Un tipo que da cinco puñaladas es un sádico, un monstruo, pero uno
que sólo asesta tres es alguien que tiene un límite, es alguien que siente el
aguijón de la conciencia. Claro que yo nunca escribo “aguijón de la conciencia”
sino “ansia que remuerde”. ¿Percibís el matiz? O sea que tengo mi estilo. Y el
lector lo reconoce. Bueno, en ese sentido a mí el muzak me ayuda. Y me he
acostumbrado tanto a su presencia que cuando, por cualquier razón, no funciona,
ese día el estilo se me achata, me sale sin metáforas. ¿Te das cuenta?
De
su libro “La muerte y otras sorpresas”. México: Siglo Veintiuno Editores, 1978,
12ed., p. 41-42.
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