Por Rogelio Ríos Herrán
Me parece útil hacer, como simple observador mexicano,
unos apuntes previos a la reunión que el viernes 13 de Julio celebrarán en la
CDMX funcionarios norteamericanos del Gobierno del Presidente Trump y el
candidato presidencial ganador Andrés Manuel López Obrador y su equipo:
1) Pueden
variar las circunstancias del momento en cada encuentro de alto nivel entre
mexicanos y estadounidenses, pero lo que no cambia es la vecindad geográfica que
nos obliga a vivir juntos. Lo queramos o no, somos vecinos eternos. Eso nos
obliga a buscar a toda costa los puntos de entendimiento mutuo por sobre las
diferencias.
2) No
importa quién esté en Los Pinos y en la Casa Blanca, la realidad que enfrentan los
gobernantes en turno es sólida como una roca: las economías de ambos países se
atraen, son complementarias, se necesitan una a la otra para su sustento y
crecimiento.
3) No
menos importante es que los innumerables lazos y cruces que unen a las dos
sociedades vecinas no conocen, en verdad, frontera alguna: fluyen naturales,
imparables, conflictivos, benévolos, de muchas formas, pero no dejan de fluir.
Con muros o sin muros.
4) A
los mexicanos, la historia nos recuerda que nuestro vecino es poderoso y que en
épocas anteriores nos ha causado mucho daño. Nuestra idea de soberanía difiere,
por tanto, ampliamente de la del vecino en tanto somos la parte más vulnerable
de la relación bilateral. Ninguna retórica puede cambiar eso.
5) La
defensa de la soberanía de México se definió desde el siglo 19 como la defensa
de su territorio ante las amenazas externas e intervenciones: Estados Unidos,
Francia, España, por mencionar algunos casos. Así lo consideran los estudiosos
del tema, de ahí se derivan los principios de política exterior defensivos establecidos
en la Constitución mexicana.
6) Son
los principios de política exterior estipulados en el Art. 89 los que el
Presidente de México debe seguir en la conducción de la política exterior y de
los que no debe apartarse, en tanto no se modifiquen, a riesgo de incurrir en
una grave irresponsabilidad histórica: no intervención en los asuntos internos
de los otros países, autodeterminación de los pueblos, resolución pacífica de
controversias, etcétera. Son como una vía del ferrocarril: no hay posibilidad
de desviarse.
7) Creo
firmemente que Estados Unidos es hoy, a diferencia del siglo 19, un vecino que
nos abre más oportunidades de crecimiento y desarrollo que problemas. Lo digo
más allá de quienes están en el Gobierno tanto en Washington como en la CDMX. La
vecindad geográfica con la economía más grande del mundo es una ventaja
comparativa de valor incalculable para los mexicanos. No está exenta de riesgos
y “daños colaterales”, pero compartir una frontera de más de 3 mil kilómetros
con Estados Unidos es una montaña de oportunidades si la sabemos aprovechar.
8) Defender
la soberanía mexicana pasa, en el mundo globalizado de hoy, por enfrentar
muchas más amenazas externas que la que pudiera plantear un gobierno hostil en
Washington. Es el mundo entero el que se transforma, son los efectos globales
del cambio climático lo que nos afecta; no dejarán de dominar la escena internacional
en las décadas por venir los capitales financieros, las grandes empresas y los
inversionistas.
9) ¿Actualizar
los principios de política exterior? ¿Adoptar nuevos principios que den herramientas
constitucionales frescas a los nuevos gobiernos en México? Es una discusión que
deberíamos tener desde hace décadas, pero que hemos pospuesto. Seguimos siendo
un país volcado al interior en el que se relegan, salvo en un sector pequeño de
mexicanos, los asuntos internacionales a segundo o tercer término. Desde el
exterior se estudia y se sabe más de México que lo que los mexicanos estudiamos
y sabemos sobre el mundo, en particular sobre Estados Unidos.
10) Bienvenidos los encuentros de todo tipo
(de cortesía o visitas de Estado) entre funcionarios y gobernantes o futuros
gobernantes de Estados Unidos y México. Es en las mesas de negociación (y quizá
en las canchas de futbol) en donde mejor se dirimen las diferencias aparentemente
irreconciliables. Cara a cara, resulta que el león no es como lo pintan y que
no es tan complicado negociar con él. Eso es siempre una buena apuesta. Pero no
olvide jamás ningún negociador mexicano que en sus espaldas trae el peso no
sólo de su partido o tendencia política, sino de todos los mexicanos, de toda
la larga y dolorosa trayectoria de México por afianzar su independencia y su
lugar firme entre las naciones del mundo. Suena dramático, es cierto, pero así
es: llevamos nuestro pasado a cuestas. ¡Buena suerte!
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