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Fuente: Google.com |
Por Rogelio Ríos Herrán
Cuando observamos a los candidatos mexicanos en campaña electoral -las
más recientes que dejan vislumbrar lo que se viene en 2018- no puede uno evitar que surjan algunas
preguntas: De veras, ¿se puede “garantizar” la seguridad de los ciudadanos como
se atreven a decir algunos? ¿Es una responsabilidad exclusiva de los gobiernos
proporcionar seguridad a sus gobernados?
¿Se reduce la cuestión de la seguridad al uso de la fuerza (legítima o
ilegítima) en contra de los delincuentes?
¿Por qué hemos llegado al punto, por ejemplo, de debatir públicamente en
Nuevo León un tema como el de los alcances de la legítima defensa sintiéndonos vulnerables e indefensos ante la delincuencia?
Honestamente hablando, ¿cómo puede un candidato prometer que dará
seguridad a la población cuando se trata de un problema sobre el cual un
gobernante no controla todas las variables?
Es mejor partir desde una honestidad total, brutal: vivir en un
municipio, estado o país seguro es una tarea primordial de la sociedad. Si bien
el Gobierno tiene el monopolio del uso de la violencia a través de la fuerza
pública, en realidad es solamente una pieza de un mecanismo más complejo: la
sociedad, la economía, la educación y cultura cívica, los niveles de
participación ciudadana, la movilidad las vialidades y el gran concepto que
muchos temen: la percepción de los ciudadanos sobre el trabajo de sus
funcionarios.
Incluso en sociedades que consideramos casi perfectas, sofisticadas y
avanzadas (pensemos en Finlandia o Noruega, por ejemplo), hay criminalidad y,
guardadas las debidas proporciones, hasta un noruego podría sentirse tan
inseguro como un nuevoleonés.
El punto sería entonces abordar la seguridad como lo que es: un tema
duro, difícil, que requiere una mezcla adecuada de gobierno y sociedad para que
se mantenga en niveles razonablemente buenos, aunque siempre expuesta a un
derrumbe súbito.
Prometer o garantizar la seguridad o emplear cualquier medio (incluso
rayando en lo ilegal) para obtenerla es antes que nada un acto de audacia que
buscaría encubrir una deshonestidad de principio. Vaya, ni siquiera por andar
en campaña se debe prometer algo así que es equivalente a decir que se puede
tapar el sol con un discurso.
Lo que sí se puede decir desde ahora es que al hablar de seguridad se
tendrá siempre en mente que al gobierno le corresponde en efecto una tarea
fundamental: dar la cara por los ciudadanos ante la delincuencia, impulsar la
autoridad legítima para fomentar la convivencia armónica entre los ciudadanos y
alentar y abrirse por completo a la participación ciudadana hasta integrar la
perspectiva de los ciudadanos en el funcionamiento cotidiano del gobierno.
El gobierno es reflejo de la sociedad, no puede ir más lejos de lo que
la sociedad le permite, ¿por qué olvidan eso tan pronto los candidatos en
campaña una vez que ganan y se instalan en un puesto de elección popular?
La legitimidad de un gobierno se empieza a construir desde la buena o
mala calidad de una campaña electoral, desde el buen o mal nivel de una candidatura
y su discurso y propuestas, y desde lo que está dispuesto a prometer un
candidato sabiendo desde ese preciso momento que jamás cumplirá sus promesas.
Ni en la política ni en el amor se debe jugar con las falsas promesas:
es una apuesta perdida de antemano, y al final se sufre mucho.
rogelio.rios60@gmail.com
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