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Paelleros mexicanos en Festival de la Paella, Club Mundet, CDMX, puente con España.
Fuente: Google.com
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Por Rogelio Ríos Herrán
¿Por qué tengo que dedicarle tiempo, esfuerzo,
desgaste emocional e intelectual a cuestiones que, por mucho, no son, en mi
opinión, las más importantes en la agenda pública?
¿Por qué consume a la opinión pública mexicana en
estos días la cuestión de la carta del Presidente López Obrador al Rey de
España sobre sucesos de hace 500 años?
Se habla más de eso que de los problemas urgentes de
hoy: las consecuencias negativas de la cancelación del Aeropuerto en Texcoco
que padeceremos por mucho tiempo, la posible degradación de la deuda soberana
mexicana, las amenazas y hostilidad abiertas del Presidente Trump hacia México,
la revisión del T-MEC en el Congreso de Estados Unidos, la CNTE y su bloqueo al
Congreso de la Unión, y un largo etcétera.
No me atribuyo, por supuesto, la capacidad de decidir por
mi cuenta qué es o no lo importante para los demás. Lo que no acepto es que se
me imponga una agenda pública en donde las prioridades de los gobernantes en
turno y de sus “ideólogos” (de alguna manera hay que llamarlos) parecen
enfocadas a cuestiones específicas que no son relevantes en el momento actual,
aunque por sí mismas sean temas fascinantes para historiadores, literatos y
personas en general, como lo son la Conquista y la época colonial (la Nueva España)
en México.
Por eso no me había agregado a la discusión pública sobre ese
tema, uno que me fascina y del cual aprecio su importancia, pero que
planteado ahora y desde el Gobierno, además del manejo mediático y diplomático que
ha tenido hasta el momento, es irrelevante para “el interés nacional”, por usar
ese concepto tan preciado por muchos.
Filósofos y literatos, además de académicos y
pensadores, nos ayudan a pensar con claridad, discernir entre los problemas y
asuntos bajo nuestra atención y, sobre todo, a argumentar con elegancia y
mantener una mente abierta a las opiniones de los demás y advertir los errores cometidos.
No sucede así cuando desde “la esfera del poder” (otra
noción tan preciada) se elaboran conceptos y argumentaciones que derivan en
decisiones que al gran público le parecen inexplicables: ¿Por qué una crisis
diplomática con España en este momento y por esos motivos?
¿Con base en qué proceso racional o ideológico se tomó
esa decisión? ¿Qué información, cuáles opiniones y trabajo académico de
historiadores la nutrieron? ¿Qué universidades y centros de estudios mexicanos
participaron con opiniones y documentación en su elaboración?
Bueno, casi caigo en mi propia trampa. Aquí estoy
discutiendo sobre lo que no quiero discutir. Lo hago, sin embargo, porque me
parece un buen ejemplo de como una idea convertida en política pública, cuando
viene débilmente sustentada y extrañamente manejada, entra a la arena de la
opinión pública y se convierte en una bola de nieve que nadie puede detener y
que consume valiosos recursos humanos, intelectuales y físicos, que dejan de
enfocarse a otras cosas de suma urgencia.
Mi intención no era provocar un enfrentamiento con
España, expresó el propio Presidente López Obrador con toda sinceridad. No dudo
de sus buenas intenciones e integridad, pero sus palabras me mueven a pensar
que no supo medir esas consecuencias, no consultó con alguien más fuera de su
círculo cercano o no hubo quien le diera una opinión diferente. Tal vez eso
hubiera evitado lo que sucedió después y le causó tanto asombro.
La Madre Naturaleza nos dio un cerebro evolucionado y
la capacidad de pensar y reflexionar, pero también nos puso algunas trampas
para frenar el entusiasmo desmedido que nos podría llevar a la soberbia
intelectual: las falacias, las confusiones mentales, las extrapolaciones sin
sustento, la selección inadecuada de las palabras, la falta del sentido de
oportunidad, el lenguaje teñido de ambigüedad.
Mucho cuidado debe tener el gobernante -mucho más
cuidado que cualquier ciudadano en particular- en recibir la información
adecuada para tomar la mejor decisión sobre cada asunto, luego de discernir
entre el abanico de posibilidades cuál de ellos merece la atención prioritaria.
Puede ser que en los altos círculos de Gobierno (la
Casa Blanca, el Palacio Nacional, el Rey de España, Vladimir Putin y Theresa
May) se dé una paradoja similar: sus titulares, esos poderosos gobernantes, no
son necesariamente los que toman las mejores decisiones. No por la cantidad de
información de la que disponen, ni su calidad (cuentan con información
altamente procesada y seleccionada), sino por las trampas del pensamiento:
viven en círculos tan cerrados que sus opciones de pensamiento y reflexión son
escasas y sorprendentemente alejadas del sentido común. No son discutidas,
no son contrastadas contra la evidencia. Nada.
Así como abrimos las ventanas de nuestra casa para
orearla de los olores y humedad que se encierran ella, así también podrían los
gobernantes orear un poco sus propias ideas y la manera en que funcionan sus
pensamientos: nadie, absolutamente nadie en este mundo es infalible. Es bueno
tenerlo en cuenta.
rogelio.rios60@gmail.com
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