viernes, junio 27, 2025

Era Cuauhtémoc, no AMLO

López Obrador es de izquierda lo que yo tengo de astronauta: nada. Más bien, es un ejemplo del oportunista político que tanto detestaban Marx y Engels: el que se disfraza de lo que sea con tal de acceder al poder.

Por Rogelio Ríos Herrán  

A las generaciones de mexicanos jóvenes no les tocó vivir la elección presidencial de 1988 en la cual, por primera vez en la historia política contemporánea del país, dos candidatos de oposición plantearon un desafío profundo al candidato del partido gobernante. 

Fue en esa elección presidencial en donde se abrió la puerta al populismo y se empezó a cerrar para el avance de las tendencias socialdemócratas y socialistas moderadas que luchaban en contra de la hegemonía del Partido Revolucionario Institucional (PRI). 

Hasta ahí se puede rastrear el origen del radicalismo del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), del cual Claudia Sheinbaum es su exponente actual después de la gestión de Andrés Manuel López Obrador. 

Con un liderazgo político pobre al interior y exterior, sin el control de Morena y asediada por el crimen organizado y las presiones del gobierno de los Estados Unidos, Sheinbaum no tiene otra salida que el radicalismo: gobernar sola, sin oposición ni contrapesos, aplastar a la oposición y los medios de comunicación y buscar la sobrevivencia política agarrándose con las uñas del poder. 

¿Cómo llegó ella a esta situación? Recapitulemos sobre la elección de 1988. 

La izquierda mexicana tuvo a su candidato fuerte en la persona de Cuauhtémoc Cárdenas, el hijo del General Lázaro Cárdenas que había dado muestras de radicalismo durante su gestión presidencial (1936-1940).  

Cárdenas fue impulsado por el Frente Democrático Nacional, formado exprofeso para la elección presidencial, que era una coalición amplia que recibió a los integrantes de la Corriente Democrática (escindida del PRI), del Partido Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM), del Partido Popular Socialista (PPS), del Partido Mexicano Socialista y el Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional. 

Después de la derrota de Cárdenas ante el candidato priista Carlos Salinas de Gortari, parte de esas fuerzas políticas formarían el Partido de la Revolución Democrática (PRD), un partido más ubicado hacia el centro político (la socialdemocracia) que al radicalismo: sus siglas eran contradictorias (¿cómo es posible una revolución democrática?), tanto como sus integrantes. 

Una década antes, la reforma política de 1977, bajo la mano de Jesús Reyes Heroles (secretario de gobernación del presidente López Portillo), abrió espacios políticos a la oposición, entre ella, al Partido Comunista Mexicano de corte radical y estalinista. 

El otro candidato contendiente, Manuel Clouthier (Partido Acción Nacional), con su personalidad fuerte y liderazgo personal que conectaba con la gente, representaba una versión conservadora, pero con orientación social (lo que en Europa equivaldría a los socialcristianos). 

Fue un asunto muy debatido en su momento la posibilidad de una alianza entre el Frente Democrático y el PAN para presentar la candidatura única presidencial, pero, desafortunadamente para México, no se logró un acuerdo. 

Cárdenas (31.1% de los votos y 5,9 millones de sufragios) y Clouthier (17% de votos y 3.2 millones de sufragios) no pudieron vencer, en una contienda con el suelo totalmente disparejo a favor del candidato oficial, a Salinas (50.3% de votos y 9.6 millones de sufragios). 

Después de 1988, la izquierda y la derecha mexicanas siguieron sus andares separados. No sé si para la elección del año 2030 lo que quede de la oposición presentará una candidatura unificada para el Poder Ejecutivo, tal vez sea demasiado tarde en vista del avance acelerado de la destrucción de la democracia mexicana. 

De la izquierda mexicana desaparecerían después, por la edad o por el desgaste político, las figuras como el propio Cuauhtémoc, Porfirio Muñoz Ledo, Ifigenia Martínez, Heberto Castillo, reformistas que conocían bien los límites de lo que podía soportar el sistema político mexicano y no los traspasaban. 

Cuando veo a figuras de la izquierda radical de esos años que hoy están montadas en el gobierno morenista, me doy cuenta de que, poco a poco, el pensamiento radical que tiende naturalmente al autoritarismo, tal como la cabra tira para el monte, fue ganando terreno hasta prevalecer. 

Andrés Manuel es un caso similar, pero con matices. López Obrador es de izquierda lo que yo tengo de astronauta: nada. Más bien, es un ejemplo del oportunista político que tanto detestaban Marx y Engels: el que se disfraza de lo que sea con tal de acceder al poder. 

La trayectoria política de Andrés Manuel es clara: después de sus años de militancia priista (a la sombra de Enrique González Pedrero en Tabasco), navegó sin problemas de conciencia hacia el PRD y luego, cuando ya no le convenía ese partido político, fundó otro: el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), partido que durará hasta la siguiente escisión de la izquierda radical a la muerte de su mesías. 

Bajo su sombra y al cobijo de Morena, la izquierda radical que en un tiempo convivió incómodamente con los socialdemócratas del Frente Democrático en 1988 y luego en el PRD, salió al fin del clóset y se muestra hoy tal como es: intolerante, autoritaria y de fanatismo ideológico a toda prueba. 

Se quedaron solos los morenistas duros, los parvenús trepadores para gobernar a sus anchas.  

En el lado conservador, desaparecieron los líderes audaces como Clouthier padre e inteligentes como Carlos Castillo Peraza. Se esfumó la generación de empresarios que supieron jugar el papel de contrapeso al poder. 

Era Cuauhtémoc, no AMLO, quien hubiera sido el mejor presidente de izquierda en México: era el reformismo, no el radicalismo. 

 

viernes, junio 20, 2025

G7: Canadá y México

Canadá tiene un margen de maniobra y poder de negociación muy amplio frente al presidente Trump; Claudia tiene, si acaso, un margen mínimo de poder de negociación. 

Por Rogelio Ríos Herrán 

Una de las razones por las que seguí con interés la reunión del Grupo de los Siete (G7) en Kananaskis, Canadá, entre el 15 y 17 de junio, fue analizar cómo se manifestaría en esa cumbre de jefes de estado el “efecto Trump”, es decir, lo que los analistas han llamado a la disrupción del liderazgo agresivo del presidente Donald Trump en la arena mundial. 

En particular, una cosa me intriga: al ver las reacciones distintas de los gobiernos de Canadá y México ante el “efecto Trump” a lo largo de los meses anteriores y durante la cumbre del G7, percibí diferencias importantes. 

En una nuez, el gobierno de James Carney convocó y obtuvo una respuesta interna sólida de apoyo a su gobierno en el manejo de la relación bilateral con Trump.  

No será eterno ese apoyo interno a Carney, pues Canadá es un país de comunidades de origen inglés, francés y de los primeros pueblos, entre las cuales no es fácil encontrar el consenso. 

Frente a Donald Trump los canadienses encontraron, sin embargo, la anhelada “unidad nacional”. 

Por el lado de México, no hay ni sombra de apoyo masivo de las fuerzas políticas y sociales de la nación mexicana hacia el gobierno de Claudia Sheinbaum, siendo ella la primera responsable de tejer, si lo hubiera querido, las alianzas internas necesarias para tener mayor poder de negociación frente a Trump. 

No sucedió así. Tanto Sheinbaum como el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena, el partido en el poder) persistieron en su postura de excluir totalmente de las consideraciones de política interior y exterior a cualquier otra fuerza política que no sea la suya. 

El resultado está a la vista: Canadá tiene un margen de maniobra y poder de negociación muy amplio frente al presidente Trump; Claudia tiene, si acaso, un margen mínimo de poder de negociación. 

La clave de estas diferencias entre los gobiernos canadiense y mexicano es, si me apuran, una sola: la diversificación de las relaciones exteriores de Canadá y México. 

El señor James Carney, primer ministro canadiense, arrancó su gobierno hace meses con una idea central: pase lo que pase con el presidente Trump en el día a día, Canadá debe reorientar a fondo sus intereses de política exterior: disminuir la alta dependencia de Estados Unidos en América del Norte y aumentar sus vínculos con el Reino Unido, La Unión Europea y el espacio del Indo Pacífico para zafarse de la red del TMEC. 

La señora Sheinbaum, presidente de México, no tiene un discurso articulado sobre hacia dónde quiere orientar su gobierno en lo que concierne a la América del Norte: ¿a una mayor integración regional y dependencia excesiva de Estados Unidos? ¿O hacia la diversificación de las relaciones exteriores del país en busca de nuevos horizontes y menor dependencia de Washington? 

Por lo pronto, fue una decisión acertada su asistencia a la cumbre del G7 y con ello empezar a romper el aislamiento internacional dañino de México en que lo dejó sumido el presidente López Obrador. 

Si bien la ansiada reunión téte-á-téte con Donald Trump no se realizó por el retiro prematuro del presidente norteamericano de la reunión, Sheinbaum tuvo la oportunidad valiosísima del roce con líderes mundiales y de escuchar de viva voz sus puntos de vista sobre los problemas mundiales. 

Además, ya sin la presencia de Trump, el ambiente fue más relajado entre los líderes mundiales y con el fondo del paisaje magnífico de las montañas de Kananaskis que invitaba al sosiego y la reflexión. 

Hubo consensos importantes en la reunión del G7, por ejemplo: 

+ Los líderes e invitados tuvieron una discusión productiva sobre la importancia de construir coaliciones con socios confiablesexistentes o nuevos- que incluyan al sector privado, el desarrollo de instituciones financieras y bancos de desarrollo multilaterales para impulsar el crecimiento económico inclusivo y apoyar el desarrollo sostenible”. 

+ Los líderes condenaron la interferencia extranjera y subrayaron la amenaza inaceptable de la represión transnacional a los derechos y libertades, la seguridad nacional y la soberanía estatal.” 

+ Los líderes e invitados se comprometieron a contrarrestar el contrabando de migrantes mediante el desmantelamiento transnacional de los grupos del crimen organizado.” 

Los consensos reflejados en el sumario del presidente del G7 (James Carney, en www.g7.canada.ca) son compromisos que obligan a los gobiernos participantes, entre ellos, al de Claudia Sheinbaum. 

Contra lo que se pensó tras el retiro intempestivo de Trump, la cumbre no “se cayó”; al contrario, sirvió para que los líderes mundiales encontraran que la política mundial no empieza ni termina con el presidente norteamericano. 

Ojalá que, en adelante, Sheinbaum aprenda dos lecciones de su primer viaje internacional de estilo premium:  

  1. 1) Ante Washington, la diversificación de las relaciones exteriores es el nombre del juego.

  2.  

  1. 2) Sin un gobierno inclusivo y democrático al interior (lo contrario al suyo con rasgos autoritarios), ni ella ni ningún presidente mexicano tendrán poder de negociación internacional efectivo: sólo posarán para la foto. 


Por lo pronto, Claudia al fin salió del rancho. Qué bueno, pero ¿qué sigue?  

FIN 

 

 

 

Sobre Alfonso Romo

¿Cómo participar en la alta política, aun con la s mejor es intenciones, sin quedar dañado en el prestigio personal , mientras los políti...