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Fuente: Goggle.com |
Por Rogelio Rìos Herràn
Se va el año 2019 y concluye también la segunda década
del siglo 21 en un abrir y cerrar de ojos que nos mueve a cuestionar si el
tiempo corre ahora más a prisa o, más bien, nosotros nos volvemos más lentos.
¿Què me deja el 2019? Me quedo con una sensación de que
somos personas más vulnerables, más sujetos a los vaivenes del poder público,
de los ciclos económicos, pero, sobre todo, del avance desaforado de las
tecnologías de información.
No sè hasta dónde llegarà esta carrera por entregar el
ritmo de nuestras vidas a en el altar de la tecnología, por dejar que las app’s
gobiernen por completo nuestro día a día y que “el tiempo real” y estar
“online” se conviertan en los estados naturales del hombre.
¡Què locura! ¿Còmo no se va a transformar la
democracia como ideal político superior de los hombres con esta rendición
incondicional de la privacidad individual a las redes sociales?
¿Còmo pretendemos que el internet (y viene ahora el
internet de las cosas) no sea el vehículo ideal para la manipulación política y
comercial de nuestras mentes que nos lleva a la mansedumbre cívica y al
consumismo irrestricto?
No podemos ser tan ingenuos para no ver lo que nos
está pasando: vivimos para el internet, no para servirnos de él.
Las implicaciones sociales y políticas de ese hecho
son inacabables, pero no quiero hablar sobre eso, sino sobre cómo también esa
condición afecta nuestra capacidad de reflexión y espiritualidad.
Vi en este 2019 mucho menos interés de amigos y
conocidos, de líderes de opinión y de figuras públicas relevantes, en las
cuestiones filòsoficas y religiosas.
No hablo de la filosofía y la religión como
disciplinas acadèmicas, sino como rasgos esenciales de nuestra vida cotidiana,
como parte de nuestra moral y fortaleza anìmica que se deriva de una convicción
sobre la utilidad de pensar y usar la inteligencia y sentir y poner en práctica
la fe religiosa.
Parece que poco o nada de ello importara ya. Es como
si la frivolidad del consumismo, no ir más allá de interesarse en cosas
inmediatas e irrelevantes, fuera lo de hoy y lo que se ha instalado como una
nueva “normalidad”.
Así lo siento entre los mexicanos. El contraste es
mucho mayor cuando observo que, alrededor del mundo, el 2019 fue un año de
protestas sociales, de críticas a la desigualdad y a los modelos económicos, de
gobiernos derribados por ineptos o corruptos (o las dos cosas a la vez), pero
en México nada de eso pasó.
Vivimos sumidos en una crisis de inseguridad terrible,
la violencia y la criminalidad ya no conocen límites y, sin embargo, a los
mexicanos eso no los mueve a exigir a sus gobernantes (al gobierno en turno, no
importa què color o ideología tenga) que cumplan con su tarea o renuncien y
abran el paso a otros.
Nuestra economía atraviesa por una recesión y
aletargamiento profundos y sostenidos desde hace años y los mexicanos solamente
se resignan a que así son las cosas.
Solamente entre algunos jóvenes, aunque no todos, se
observa descontento e inconformidad por el país en el que les ha tocado crecer
y llegar a la edad en que ya se dan cuenta de las cosas, y no les gusta lo que
ven y nos reclaman justamente por ello; ¿què les vamos a contestar?
Fue un extraño 2019, es verdad, en que nos amenazan,
como mexicanos de a pie que somos, los males de la ineptitud de nuestro
liderazgo político, una crisis económica inminente y la virtual “esclavitud
digital” que nos atenaza.
Pero, aún así, no pierdo la esperanza. Vendràn tiempos
mejores, el pèndulo deberá regresar de su giro hacia la incertidumbre y los
mexicanos no perderán su capacidad de reflexionar y orar como guìas infalibles
para sus vidas.
Así que, adiòs, 2019; bienvenido el 2020 y una nueva
década: nuestro futuro será lo que queremos que sea.
Rogelio.rios60@gmail.com
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