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Presidente Trump y Speaker Nancy Pelosi en el Congreso. Fuente: google.com |
Por Rogelio Rìos Herràn
¿Se termina el problema de la decadencia de la democracia
estadounidense con la salida del Presidente en turno en la Casa Blanca, suponiendo
que el juicio político en contra del Presidente Donald Trump así concluyera?
O preguntemos de otra manera: Un cambio de personas, el relevo
del Presidente y su gabinete actual por otro candidato demòcrata, ¿revertirìa
la percepción de que la política en Estados Unidos, su estructura
institucional, su sistema de representación de los ciudadanos y sus pesos y
contrapesos está en crisis y dejó de ser un referente a nivel mundial de un
gobierno eficaz, aunque no sin fallas?
Al hablar de decadencia me refiero a algo que empezó mucho
antes que Trump y que afecta a los dos grandes partidos, republicano y
demòcrata, al Congreso y los ciudadanos estadounidenses: la confianza ciega de
que la democracia siempre funcionarìa, la creencia en la excepcionalidad de su país.
Incluyo a los ciudadanos porque su participación o falta de
ella, su falta de exigencia ante sus gobernantes, han permitido que el Gobierno
y la vida pública se conviertan en un espectáculo lamentable, frìvolo a más no
poder e ineficaz.
Si no creo que esto empezó con Trump, sino mucho antes, es
porque también pienso que no va a terminar con el "impeachment" de Trump o, en
otro escenario, con la conclusión de su mandato y su posible no reelección.
La de ahora es apenas una batalla más en el camino por evitar
la decadencia de la democracia como sistema de gobierno en Estados Unidos, en
primer término, y en el resto del mundo en segundo.
Hay más enemigos de la democracia que gobernantes populistas y
conservadores como Trump en Estados Unidos, Bolsonaro en Brasil u Orbàn en Hungrìa. Ellos son solamente personajes
transitorios en la arena pública, vienen y se van (afortunadamente) con los
ciclos políticos, pero el daño que hacen con su mera presencia en la cúspide del
poder en sus naciones es profundo: minar y desgastar la nociòn de que la
democracia, si bien no es un sistema perfecto de gobierno, sì es el mejor sistema que hay.
Cuando en los sistemas políticos se desemboca en resultados inexplicables
al llegar al poder, como gobernantes legítimamente electos, quienes una vez
instalados se dedican a destruir lo más posible las normas de legalidad y buen
gobierno, como para cerrar al camino a futuros cambios (“Despùes de mì, el
diluvio”, parecen decirnos a la manera del Luis XIV), nos damos cuenta que ese
no era el resultado esperado, que el sistema está fallando, que no es posible
que líderes que no creen en la democracia gobiernen a las democracias.
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Manifestantes en el Capitolio. Fuente: google.com |
No soy ciudadano estadounidense, soy mexicano, pero me interesa
tanto como a cualquiera de mis amigos gringos la suerte de su país, la aparición
cada vez más frecuente del mote "Banana Republic" entre analistas y columnistas
norteamericanos para describir el espectáculo circense que tienen ante sus
ojos.
No tengo manera de saber con plena certeza el desenlace del
proceso de impeachment iniciado con una investigación en el Congreso sobre
algunos actos presuntamente ilegales del Presidente Trump, pero sì creo que ya
era el momento de que el mismo sistema político, en voz de la mayoría legislativa
demòcrata, le plantara cara y reaccionara.
Ted Kennedy, el Leòn del Senado, en un discurso ante el
National Press Club en enero del 2005, expresó, ante los acontecimientos políticos
del momento (era la Presidencia de George Bush) lo siguiente que me parece
relevante hoy:
“Si los demócratas corren a refugiarse, si nos convertimos en
una pàlida copia al carbón de la oposición e intentamos actuar como
republicanos, vamos a perder y mereceremos perder… los demócratas deben ser más
que tibios ante los republicanos. Lo último que este país necesita son dos
partidos republicanos.”
Cuando digo decadencia, hablo sobre todo desde mi percepción personal.
No recuerdo en ningún otro momento de mi vida, después de años de observar y
leer sobre los Estados Unidos, una nación fascinante en muchos sentidos, haber
tenido este sentimiento de que dejaron de ser un referente mundial, el ejemplo
a seguir.
No quiero llegar al extremo de ver a los USA con esa sensación
que me invade al abordar a Rusia o China, naciones igualmente fascinantes, pero
que no inspiran políticamente a nadie en el resto del mundo (¿o alguien quiere
ser como Vladimir Putin?) ni alientan un espíritu democrático. Los veo con la distancia
del analista, pero no a los Estados Unidos, al cual veo sin distancia alguna,
como parte de mi mundo, en donde tengo amigos y familia, y cuya suerte me
preocupa tanto como a cualquiera de sus habitantes.
Unos años antes de sus palabras citadas, en 1978, el mismo Ted Kennedy
pronunciò un discurso en donde decìa lo siguiente:
“Los desafíos que enfrentamos requerirán
cambios importantes en la estructura de nuestras instituciones. No será fácil encuadrar
estos cambios en las viejas categorías de liberal o conservador, radical o
reaccionario. En lugar de eso, ellos traerán a nuestra vida pública nuevos
significados para viejas palabras en nuestro diálogo político: palabras tales
como ‘poder’, ‘comunidad’ y ‘propòsito’”.
No podría estar más de acuerdo con el viejo Ted: nuevos
significados para viejas palabras, ahí puede estar la salvación de Estados Unidos.
rogelio.rios60@gmail.com
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