Las modificaciones al TLC, el nuevo TLC o el nuevo
acuerdo comercial bilateral (hay que buscarle un nombre al recién nacido) entre
México y Estados Unidos, al cual podría sumarse o no Canadá, anunciadas el
lunes 27 de agosto en Washington, nos llevan a la pregunta inevitable: ¿Se
logró por parte de los representantes mexicanos el mejor acuerdo posible dadas
las circunstancias?
Voy a ensayar una respuesta:
1) Todo
acuerdo comercial se hace por razones políticas y porque forma parte de una
visión integral de qué se quiere lograr con otro país o grupo de países. Las
ventajas comerciales derivadas del comercio libre entre naciones no se dan en
el aire, sino que son parte integral y una herramienta de negociación de
políticos y gobernantes que las utilizan para avanzar en sus intereses
nacionales.
2) América
del Norte no es la excepción a ese patrón. Así se planteó el TLCAN al entrar en vigor en 1994: empezaba, según
los más entusiastas, una era de integración económica entre México, Canadá y
Estados Unidos cuyo primer paso era un tratado comercial. En el 2018, después
de lo anunciado en Washington entre México y Estados Unidos, ya no es factible
hablar de “la integración económica de América del Norte”, sino de realidades
comerciales bilaterales: México-Estados Unidos, Canadá-Estados Unidos,
etcétera.
3) Recapitulando
lo ocurrido en los últimos meses, el nuevo TLC satisface el horizonte político
de corto plazo para estadounidenses y mexicanos: había razones políticas de
peso en ambos lados de la frontera (no abundaré en ellas) para cerrar una
revisión del TLC a la mayor brevedad posible. Los tiempos políticos
prevalecieron sobre los ritmos económicos. Tanto para Donald Trump como para Andrés
Manuel López Obrador. Vaya manera de coincidir en algo.
4) ¿Cuál
será el precio a pagar en los mercados y en la economía mexicana en el mediano
y largo plazo por las decisiones tomadas hoy? ¿Qué pasará en 6 años o en 16
años con el nuevo TLC, según la famosa cláusula “sunset”? ¿Cómo se pueden
planear inversiones en infraestructura e industria con plazos tan cortos e
inciertos? Ninguno de los gobernantes que hoy están en Washington o en la
Ciudad de México estará en el poder en el año 2034 para responder por ello. Lo
que importaba era el corto plazo.
5) Desde
la perspectiva mexicana, me preocupa otra cuestión que se deriva de la
negociación bilateral con Estados Unidos: ¿se encamina México a abandonar o por
lo menos a frenar su postura tradicional de procurar el multilateralismo en sus
relaciones comerciales y en su diplomacia? ¿Cómo va a afectar este nuevo TLC a
los demás tratados comerciales en los que México está involucrado, no en el
sentido de la letra, sino del espíritu de esos acuerdos? ¿Qué mensaje se está
enviando desde México a los demás socios comerciales?
6) Dadas
las circunstancias, sin embargo, está claro que Ildefonso Guajardo y Luis
Videgaray, las cabezas del Gobierno mexicano en la negociación comercial,
hicieron su mejor esfuerzo y obtuvieron lo más que pudieron de una mesa de
negociaciones bastante desigual: no es Trump o sus agentes, se trata de
negociar con la economía más poderosa del planeta, algo así como cuando en el
reciente Mundial Rusia 2018 nos tocó enfrentar a Brasil en octavos de final:
les jugamos bien, nos esforzamos, pero perdimos el partido ante un rival
superior. No trivializo la negociación, solamente trato de no olvidar que
México es el socio menor en esta relación comercial. Se hace lo mejor que se
puede. Punto.
7) Vuelvo
a mi argumento inicial: los acuerdos comerciales tienen motivaciones políticas.
Por tanto, lo negociado y firmado entre México y Estados Unidos es todo menos
definitivo y estará sujeto a los cambios políticos al interior de cada país y
en el entorno mundial. Nuestra posición negociadora mejorará en el futuro en la
medida en que diversifiquemos nuestra economía al exterior y dependamos menos
de un socio mayor como Estados Unidos. Los socios mayoritarios, no olvidemos,
siempre tomarán ventaja de los minoritarios. Es la regla de oro de los
negocios: el que pone el oro, pone la regla.
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