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Agente de policía de Dallas durante la caza del francotirador. Fuente: Google.com |
Por Rogelio Ríos
Herrán
Duele escribir en tono
trágico sobre Dallas, la hermosa y dinámica ciudad texana tan querida y cercana
para muchos mexicanos.
Algo pega en el
corazón cuando nos referimos a una comunidad estadounidense que ha absorbido a
hispanos y afroamericanos por igual para integrarlos a una economía urbana que
ha dado un lugar privilegiado a Dallas entre las ciudades no sólo de Texas,
sino de todo Estados Unidos.
Cinco oficiales de
policía asesinados por francotiradores en las calles, después de una protesta
contra dos casos de abuso policiaco recientes y varios agentes tras una noche
de disparos y terror, nos lleva al triste recuerdo de la tensión e incredulidad
que invadió a los texanos aquel Noviembre de 1963, cuando el Presidente John F.
Kennedy fue asesinado en el centro de Dallas.
Así reaccionamos
ahora: no puede ser, esto no está sucediendo, no otra vez en esta ciudad.
Si el ataque a los
policías metropolitanos fue, como dijo inicialmente uno de los sospechosos
capturados, en represalia a casos de abuso de autoridad de policías de otras
ciudades norteamericanas, eso no justifica, por supuesto, que alguien pretenda
tomarse la justicia por mano propia ni es en modo alguno una forma de protestar
contra las autoridades.
El problema, sin
embargo, va más allá: lo de Dallas, como lo de las otras ciudades en donde han
estallado disturbios y enojo contra casos de abusos de policías -el caso de
Baltimore- revela una herida profunda en la sociedad estadounidense todavía sin
cerrar: la de la sombra del racismo y su cauda de enfrentamientos, división de
la sociedad y las conductas violentas.
Descartando que este
evento llevado a cabo por francotiradores tenga motivaciones o ligas con el
terrorismo, la situación no es menos grave que si la propia Al-Qaeda hubiera
perpetrado el asesinato de policías texanos, pues atacar y matar a un policía
en Estados Unidos es un delito gravísimo y provoca una respuesta unánime e
inmediata de las autoridades y la sociedad: se condena a quien lo hace, aunque
sin dejar de criticar a los policías que incurren en abusos y corrupción.
Si a todo ello
agregamos el trasfondo de la disponibilidad casi irrestricta de armas y
municiones de grueso calibre que permiten a cualquier ciudadano enfrentar a los
policías por horas y matarlos y herirlos, entonces veremos que -otra vez, como
en los sesentas- la nación americana a la que tanto admiramos y criticamos,
parece encontrarse al borde del precipicio de una violencia social que puede
llegar a ser incontrolable: no ya sólo “Mississipi burning”, como la película
de Alan Parker, sino “USA burning”.
Espero fervientemente
que no sea así, el pueblo estadounidense tan variado y trabajador y pacífico en
su mayor parte, no se lo merece, como tampoco los mexicanos que en Texas y en
toda la Unión Americana viven y trabajan codo a codo con “los gringos” por
salir adelante como comunidad, como ciudad y como país.
Dallas: ¡no otra vez!
rogelio.rios60@gmail.com
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