jueves, julio 31, 2025

México: ¿Qué es la “mala política”?

Paso a paso, mi amado México se desintegra y pierde el rumbo hacia una nación democrática en la cual rija el estado de derecho y campee la rendición rigurosa de cuentas y actos de los gobernantes. El país va en sentido contrario. 

Por Rogelio Ríos Herrán


La mala política es la que hacen los malos políticos que gobiernan a malos ciudadanos, como en México.


Nadie se salva. Si entendemos lo de “malos” ciudadanos no tanto como perversidad, sino como la grave insuficiencia o la carencia total de educación cívica, cultura general y conciencia política en el común de los mexicanos, veremos que es imposible que los líderes políticos surgidos de tal sociedad fallida sean “buenos” (en el sentido de eficientes, preparados y capaces de entregar excelentes resultados).


Por “mala política” entiendo lo siguiente:


  1. La falta de cultivo de una moral sólida y positiva en las personas que se dedican a la actividad política y al gobierno. La educación moral endeble y movediza impide a los gobernantes comprender la noción básica de lo que es la ética del servidor público y su compromiso con el manejo escrupuloso del erario y los cargos públicos. Para ellos, no hay conflicto alguno en su interior: sin moral personal, no hay ética pública que los obligue.

  2. Aun cuando algún gobernante más ilustrado que el promedio de sus congéneres traiga consigo una educación moral sólida, sus actos y propuestas públicas se estrellan contra el muro de los intereses creados, las alianzas inconfesables de gobernantes y criminales y, en general, un ambiente poco propicio a la rendición de cuentas.

  3. La corrupción es, lisa y llanamente, la tentación de aprovechar el poder público para beneficios privados indebidos. Mientras más débil es la formación moral, la carencia de valores y la preparación profesional de las personas aspirantes a gobernantes o legisladores, más pronto que temprano caerán en la tentación.

  4. En el sector público mexicano, me temo que los líderes recién llegados al gobierno no están preparados para defender su idealismo, sus buenas intenciones y escrúpulos de conciencia una vez instalados en los cargos públicos. Si ellos no entran al juego de la complicidad, será muy corta su carrera en el servicio público o acabarán inculpados de delitos que no cometieron para que otros sigan haciendo sus trampas.

  5. En México, las sanciones a servidores públicos, la codificación en leyes y reglamentos de penas severas para los corruptos, no sirven para inhibir a quienes están decididos a manejar los bienes públicos como patrimonio personal. Estadísticamente hablando, su impacto es tan bajo que bien podría decirse que las contralorías y comisiones contra la corrupción están de adorno en las paredes.

  6.  El General Álvaro Obregón tenía razón: nadie aguanta un cañonazo de 50 mil pesos, que en su época (hace 100 años) eran una fortuna. Actualizada la cifra a pesos de hoy, la frase sigue siendo cierta.


Ahora bien, la otra parte de la ecuación de la corrupción del servidor público en México es la ciudadanía que propicia esa corrupción.


Casi ningún mexicano se siente “moralmente derrotado”, como diría un político mexicano, por dar una “mordida” o soborno, por ejemplo, al agente de tránsito para que no nos aplique una multa por cometer una infracción.


Al contrario, la persona que no da “mordidas” ni sobornos a empleados y funcionarios públicos para acelerar sus asuntos es considerada ingenua.


Y de ahí a permanecer indiferente ante la ineptitud de la clase política en su conjunto para gobernar al país y su apatía ante el saqueo del tesoro público, no hay más que un paso.


Paso a paso, mi amado México se desintegra y pierde el rumbo hacia una nación democrática en la cual rija el estado de derecho y campee la rendición rigurosa de cuentas y actos de los gobernantes. El país va en sentido contrario.


Tal vez los ciudadanos no se dan cuenta de lo que está pasando, pues vivimos enfrascados en el día a día y en el ámbito de las vidas privadas ante el espectáculo deprimente que cotidianamente exhibe la clase gobernante de este país.


Pero el resultado final es inevitable: un país a medias en todo, es decir, medio democrático, medio autoritario; medio desarrollado, medio subdesarrollado; medio educado, medio ignorante.


¿La solución? En mi opinión, es volcarnos hacia la reeducación de los mexicanos, trabajar con las nuevas generaciones en una educación libre de dogmas y prejuicios ideológicos y formar a los gobernantes de excelencia del mañana que relevarán a los mediocres de hoy.


Eso, mis estimados amigos, tomará generaciones y décadas para hacerse realidad. Mejor empecemos ya a hacerlo antes de que sea demasiado tarde.

 



martes, julio 22, 2025

San Francisco bien vale una visa

El reconocimiento de que la buena reputación permite a cualquier ciudadano libre de relaciones dudosas con los políticos mexicanos entrar tranquilamente a Estados Unidos, como en mi caso, me puso una amplia sonrisa en los labios plena de satisfacción a mitad de un aeropuerto californiano


Por Rogelio Ríos Herrán


San Francisco, California.- Un pequeño regalo de vida me llegó de manera inesperada, hace unos días, al pasar la aduana de la autoridad migratoria estadounidense en el Aeropuerto Internacional de San Francisco sin problema alguno con mi Visa B1 B2.


Después de pasar mi esposa e hijas por la revisión del agente migratorio, nos enfilamos a recoger las maletas y buscar transporte rumbo al centro de la ciudad.


En ese instante, me percaté que al entrar a los Estados Unidos con mi familia me puse en una posición de ciudadano con buena reputación con el gobierno de ese país, algo de lo que muchos políticos mexicanos no pueden presumir.


Sus reputaciones están arruinadas, son “personas de interés”, como se dice ahora, en indagaciones criminales, lo que sea, pero no pueden entrar legalmente a los Estados Unidos, ni ellos ni sus familias, socios y cómplices en sus negocios políticos turbios.


¡Lo que darían ellos por visitar San Francisco con toda tranquilidad y acompañados de sus familias!


Pensé entonces en lo valioso de este regalo que como ciudadano con buena reputación recibí, por las siguientes consideraciones:


No soy empleado ni funcionario de gobierno federal o estatal alguno, ni tengo puesto en las áreas de compras o pagos a proveedores de empresas públicas que brindan jugosas oportunidades de hacer más dinero que si me sacara la lotería, pero tengo mi visa norteamericana sin problemas.


No soy diputado federal ni senador del partido oficial o de los partidos comparsas en el Poder Legislativo, ni tengo inmunidad, privilegios, gastos pagados, camioneta con chofer, ni charola para apantallar bobos, pero tengo mi visa sin complicaciones.


No soy administrador de aduanas, no tengo compadres en Pemex ni en el Tren Maya o en el AIFA que me “echen la mano” con un contratito para juntar dinero para un penthouse en Houston, pero tengo mi visa en paz.


No soy amigo de los hijos de encumbrados políticos que reparten contratos y asignaciones directas como si fueran naipes en un juego de póker, embajadas y consulados a diestra y siniestra, pero tengo mi visa en orden.


No me tomo fotografías con políticos, no tengo amigos narcos o lavadores de dinero, no necesito que los criminales me financien nada, ni campañas electorales o como socios de algún negocio, simplemente mi visa está activa.


No me interesa frecuentar a políticos en desayunos y comidas, escribir bien de ellos por encargo, recibir favores o tratos preferenciales que me dejen las manos atadas, pero mi visa, ¿saben?, tiene buen récord.


El reconocimiento de que la buena reputación permite a cualquier ciudadano libre de relaciones dudosas con los políticos mexicanos entrar tranquilamente a Estados Unidos, como en mi caso, me puso una amplia sonrisa en los labios plena de satisfacción a mitad de un aeropuerto californiano.


“El crimen no paga”, decían en las viejas películas norteamericanas de policías y ladrones, pues siempre te alcanza “el largo brazo de la ley”.


En cuanto el agente migratorio me regresó la tarjeta plástica con mi Visa B1 B2, la guardé cuidadosamente en la cartera, la puse en el bolsillo del pantalón y le di una palmadita amorosa: es mi pequeño tesoro.


“San Francisco bien vale una visa", diré en adelante, parafraseando la frase atribuida al rey francés Enrique IV (“París bien vale una misa”), que es más, mucho más, de los que los políticos mexicanos de “la lista” mitológica pueden decir hoy.


Por eso, decía mi abuelita Mamá Chayito: “cuídate de las malas compañías, Rogelito”, ¡qué bueno que le hice caso!




lunes, julio 21, 2025

San Francisco: el estruendo de México

San Francisco me entregó, vale decirlo, su encanto y paisaje marino, sin ocultar a quienes viven marginados y mueren interminablemente por las adicciones ni a los homeless.

Por Rogelio Ríos Herrán


San Francisco, California. No se preocupen, estimados amigos, el estruendo de México no llega masivamente a la inmensa bahía que hospeda a la ciudad de San Francisco y otras ciudades y poblaciones, esa es la buena noticia.


¿Qué es el estruendo de México? Es la violencia que hace palidecer a las películas de Tarantino como si fueran un juego de niños, sus narcos que son celebridades en los medios de comunicación, rockstars del fentanilo, maestros de la extorsión, el secuestro y la trata de personas, entre otras lindezas, se quedan muy lejos de estas costas californianas.


Los políticos mexicanos ineptos y profundamente corruptos de siempre, los mismos pillos de ayer que en el presente cambian de bando político, pero no de mañas, pueden acaparar las primeras planas en México, pero en California a nadie interesan en nada, cero, kaput.


La mala noticia: México es, política y mediáticamente hablando, una nación irrelevante en este espléndido puerto que tiene un perfil incomparable a otras ciudades norteamericanas.


Verán ustedes, me sorprendió la extensa población asiática (china, coreana, vietnamita, los rostros serios y la piel oscura de indios y paquistaníes), pues todos ellos sobrepasan en proporción a los latinos, hasta donde yo alcancé a ver.


A los turistas mexicanos nos saludan con cortesía, pero nada más, como si California no hubiera sido territorio mexicano alguna vez.


Esta es mi primera visita a San Francisco, así que seguramente mis impresiones iniciales se irán afinando con visitas posteriores, si la Providencia lo permite.


Prácticamente todas las poblaciones tienen nombres hispanos en esta área del norte californiano, y el estado rinde tributo histórico a cada construcción de la época novohispana fundada por los misioneros.


De México no se habla, sin embargo, en tiempo presente, más que alguna mención ocasional y secundaria en los noticieros locales sobre alguna declaración del presidente Trump tundiendo al gobierno mexicano por su incapacidad de frenar el flujo del fentanilo proveniente de nuestro país.


La mezcla generosa de lenguas y culturas, la gran influencia de la población oriental y los homeless (casi todos hombres negros) lo envolverán a usted en cualquier caminata por Union Square y el centro histórico o por la zona de El Embarcadero.


El flujo incesante de turistas europeos, por ejemplo, le permitirá ver a un gran número de familias del tipo nórdico.


Al caminar por la calle Post Street, a media cuadra de Union Square hacia el sur, se me apareció el estruendo mexicano de forma inesperada: un hombre joven, quizá treintañero, de piel negra y pelo rasta, permanecía inmóvil a mitad de la banqueta, doblado el torso hacia adelante por completo como si ejecutara un ejercicio gimnástico de tocarse la punta de los pies, pero sin levantarse.


Era una contorsión grotesca que había detenido al muchacho en el tiempo: no se levantaba, no caía, no se movía a un lado u otro, sólo estaba doblado en cuerpo y, me temo, en alma, completamente indefenso y en el peor estado posible para un hombre: sin dignidad alguna.


Sentí un escalofrío al verlo: eso es fentanilo, seguramente, pues ya he visto en videos de algunas ciudades norteamericanas el efecto que esa droga provoca en los adictos hasta el punto de hacerlos perder el control de su propio cuerpo y de cualquier tipo de razonamiento.


Yo estaba presenciando el último eslabón de la cadena depredativa de las drogas: el consumidor final, el “junkie” doblado, literalmente, por la última dosis que proviene casi seguramente de México.


El estruendo de México termina aquí, en una calle de San Francisco en donde, bajo el sol de una mañana espléndida en la bahía, un joven negro se rinde con una reverencia grotesca ante la muerte lenta del fentanilo.


Ya no hay más a dónde ir en el negocio del narcotráfico, su objetivo está cumplido: esa mañana cobró una vida más, pues, aunque el cuerpo de ese joven siga respirando, se ha muerto en vida ante la indiferencia de los peatones y frente a mi impotencia absoluta de ayudar a un prójimo en trance de muerte.


Cada día, un nuevo muchacho o muchacha prueba por primera vez la droga y ahí queda “enganchado” a seguir un camino que acabará con su vida mucho antes de su muerte física.


Ahí estaba el estruendo mexicano obrando ante mis ojos su ciencia de la muerte administrada en pastillas de colores que parecen inofensivas.


Seguí mi camino por Post Street y llegué al hotel Donatello, en el cruce con Mason St., para descansar y recobrar fuerza, pues las calles franciscanas requieren energía y determinación para recorrerlas, particularmente en las zonas de las lomas.


San Francisco me entregó, vale decirlo, su encanto y paisaje marino, sin ocultar a quienes viven marginados y mueren interminablemente por las adicciones ni a los homeless.


Como mexicano, recibí agradecido con esta ciudad todo lo que me entregó, incluso cuando hasta sus calles llegó una parte del estruendo mexicano.


Volveré, seguramente, para disfrutar la brisa marina al caer la tarde en El Embarcadero antes de cenar en Cioppino’s y recorrer de nuevo, a mi paso lento, esta ciudad señorial.

 

Sólo espero que al volver a SF encuentre una cara de México distinta a la que hoy tristemente ofrecemos al mundo.


viernes, julio 11, 2025

Sobre Alfonso Romo

¿Cómo participar en la alta política, aun con las mejores intenciones, sin quedar dañado en el prestigio personal, mientras los políticos siguen tan campantes? 

 Por Rogelio Ríos Herrán 

En una escena inolvidable de la película El Color del Dinero (1986, Martin Scorsese), al entrar a un billar a jugar contra apostadores fuertes, Fast” Eddie (Paul Newman) aspira hondo y dice a sus acompañantes, Vincent (Tom Cruise) y Carmen (Mary E. Mastrantonio),Chicos, ¿pueden olerlo?” 

Vincent se queda confundido y responde “¿Qué cosa?”, pero su novia Carmen, más lista, le dice: “Cariño, es el olor del dinero, ¡vamos por él!”.  

El olor del dinero es lo que trae en estos días de cabeza a empresarios, bancos y casas de bolsa en México (CIBanco e Intercam), con una repercusión particularmente fuerte en Monterrey en la persona de Alfonso Romo y uno de sus negocios, Vector Casa de Bolsa. 

Los señalamientos del Tesoro de Estados Unidos sobre presunto lavado de dinero son graves contra su persona y la casa de bolsa, por lo que será en instancias judiciales en donde se determinen las presuntas acciones delictivas y las responsabilidades de cada personaje. 

La acusación en contra de Romo no se queda en su persona, pues mucho me temo que será un juicio a la clase empresarial y la cultura de negocios regiomontana, es decir, al ambiente financiero en donde se pueden dar casos grandes de posible lavado de dinero. 

Voy a contar una anécdota: yo conocí personalmente al ingeniero Alfonso Romo en el año 2017 en un evento informal en el Club Hípico La Sillaal que él convocó y en donde acudieron activistas de la sociedad civil, integrantes de ONGs y ciudadanos independientes como un servidor. 

En ese entonces, Romo dijo a los presentes que quería recoger opiniones y señalamientos sobre las propuestas del candidato presidencial Andrés Manuel López Obrador y Morena, con el fin de elaborar un “plan de gobierno” en caso de que ganara la elección a la presidencia de la república. 

Su compromiso con el candidato morenista, aseguró Romo en esa ocasión, se limitaría a elaborar -con su staff propio- ese plan de gobierno en donde se reflejarían propuestas de diferentes sectores sociales y empresariales, entregárselo una vez concluido y seguir concentrado en sus negocios. 

No soy militante de Morena, agregó el ingeniero, ni deseo tener puestos en el gobierno de Andrés Manuel, si es que llegara a ganar la elección. 

Como parte de su plática, don Alfonso relató que conoció a López Obrador cuando era jefe de gobierno capitalino y vivía en el departamento en la Colonia del Valle en la CDMX, y quedó impresionado por su personalidad (sencilla y modesta en ese entonces), por lo cual decidió apoyarlo en su trayectoria política. 

A su vez, me impresionó la franqueza de Romo al jugar sus cartas políticas con plena apertura, delimitar sus compromisos políticos e invertir tiempo y dinero en apoyo de un candidato en el cual creía firmemente. 

Al final del evento, varios de los presentes nos tomamos la fotografía de cortesía con el ingeniero, de la cual yo conservo mi copia. 

Después de ese encuentro en 2017, las cosas dieron un giro drástico al ganar López Obrador la elección presidencial en 2018 y anunciar la designación de Romo como nada menos que el coordinador de la oficina de la presidencia. 

Otro giro drástico fue el anuncio de la cancelación del aeropuerto de Texcoco (AICM), a fines del año 2018, después de que Romo asegurara reiteradamente a los empresarios que acudían a él que el proyecto no sería cancelado. 

¿Qué es lo que hizo cambiar a un hombre de negocios de su magnitud de un extremo a otro en tan poco tiempo? 

No dejo de pensar en eso cuando recuerdo la figura de Romo en ese evento del 2017 en el Club Hípico La Silla y veo al hombre asediado por acusaciones de lavado de dinero del Departamento del Tesoro en 2025. 

El testimonio personal de Bruno Ferrari, a quien respeto como un hombre de convicciones, difundido recientemente en El Financiero, contiene señalamientos fuertes a la ética de negocios de Romo. 

Considerando todo lo anterior, veo en el caso de Romo no sólo la situación personal de un empresario en apuros, sino el espejo en el cual se reflejan muchos empresarios regiomontanos. 

¿Cómo participar en la alta política, aun con las mejores intenciones, sin quedar dañado en el prestigio personal, mientras los políticos siguen tan campantes? 

Más grave aún: ¿cómo hacer frente al dinero ilícito que permea por todas partes en la forma de miles de millones de dólares que en todo México necesitan ser “lavados”? 

Al olor del dinero acuden apostadores grandes (“High Rollers, dicen en Las Vegas) oportunistas de toda laya, organizaciones criminales, gente sin escrúpulos ni ética en busca de socios legítimos que los “blanqueen”. 

El dinero tiene la cualidad de mimetizarse en cualquier ambiente y con toda clase de personas que lo vuelve irresistible. 

Tal vez se sienta hoy solitario y repudiado por sus paisanos, pero Alfonso Romo dará la batalla legal que definirá el perfil de una generación de empresarios regiomontanos, su ética de negocios y su compromiso con la sociedad. 

Si él gana o pierde esa batalla, las consecuencias las vivirán todos los empresarios regios. 

A ellos les diría “Fast” Eddie: “Chicos, ¿pueden olerlo?” 

México: ¿Qué es la “mala política”?

Paso a paso, mi amado México se desintegra y pierde el rumbo hacia una nación democrática en la cual rija el estado de derecho y campee la r...