Por ROGELIO RÍOS HERRÁN
Al rechazar cada teoría de la conspiración que escucho
mañana, tarde y noche sobre maquiavélicos arreglos cupulares, oscuras alianzas
inconfesables entre partidos y personas con visiones políticas no solamente
encontradas, sino de plano irreconciliables, defiendo mi voto.
No habrá candidato ni propuesta que capture por completo
mis preferencias políticas, no dejaré que nadie me absorba el seso ni me ciegue
a la más clara de las realidades: no hay candidato perfecto, no hay propuesta
de gobierno infalible, no hay partido sin mancha. Si me quieren convencer por
todos los medios de que ellos sí son perfectos y su plataforma es impecable,
defenderé mi voto.
No hay nada más frágil en las democracias modernas que mi
voto individual. Aquí estoy yo, un ciudadano escéptico, desorientado, solitario
contra candidatos, gobernantes, partidos, asesores de campañas, etc., blandiendo
mi voto como una varita que agito para conjurar el huracán categoría 5 que se
me vino encima cargado de violencia, inseguridad y corrupción.
Pocas cosas son tan vulnerables como los votantes durante
una campaña electoral que sufren el diluvio de la propaganda electoral, una
avalancha de frases e imágenes que no nos hacen ni más sabios ni mejores
ciudadanos, solamente nos aturden.
Qué inútil parezco cuando intento enfrentar el tsunami
electoral nada más que con mi conciencia en la frente y mi voto en la mano. No
me dejo seducir, me resisto al canto de las sirenas, busco sinceridad en los
candidatos y encuentro en casi todos ellos nada más que respuestas mecánicas
preparadas de antemano por los asesores, frases huecas despersonalizadas, y me
siento como cuando las muchachas le responden al galán insistente: “sí, claro, eso
le dices a todas”.
Defiendo mi voto contra todo eso, insisto, porque he
vivido lo suficiente para no acabar de desencantarme con tanta y tanta elección
en que deposité ilusionado mi voto solamente para terminar decepcionado por
quien elegí.
Si me decepciona el candidato, no me desilusiona la
oportunidad de votar, no se termina para mí la democracia en las fallas y la
deshonestidad de cualquier político. Es mucho más que eso mi aspiración
democrática: un ideal, una utopía, una sensación de trascendencia.
No podría decirle a nadie, especialmente al joven
ciudadano que votará por primera vez, que se abstenga de votar, ya que “no
sirve de nada”, como dicen muchos pesimistas incurables para quienes únicamente
somos títeres de los grandes titiriteros.
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Fuente de las fotos: Google.com |
Al contrario, le diría a ese joven que se estrene como ciudadano con
un buen voto, razonado y fundamentado, y que no se crea todo lo que le prometen:
no todo lo que brilla es oro.
Ni candidatos fallidos ni partidos decadentes te pueden
quitar, joven ciudadano, lo mejor que una democracia puede darte para cambiar
las cosas: tu voto, tu valioso y sublime voto que será la marca que dejes en la
arena pública a lo largo de tu vida. Tú no eres un títere, eres el verdadero titiritero,
¿no lo sabías?
Todo empieza al votar, al abrir el ciclo de estímulo y
castigo que tenemos en nuestras manos. En ese momento íntimo y secreto en la
urna, al marcar las boletas, al sonreír porque premiamos o castigamos a los
políticos y señalamos un rumbo para nuestra ciudad y para México, recibimos la
hostia de la democracia: el voto, el sencillo voto que nos eleva por encima de
todo lo demás para hacer la comunión con la Nación que somos, con la Patria a
la que nos debemos más que a cualquier candidato o partido.
Somos mexicanos porque nacimos en México, pero nos
hacemos ciudadanos porque votamos por México. Por eso, ciudadanos, yo defiendo
mi voto.
rogelio.rios60@gmail.com
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