martes, julio 30, 2024

Orwell: ‘1984’, la novela (a 75 años)

 


Por Rogelio Ríos Herrán 
A 75 años de publicada, afirmar que la novela “1984” mantiene la vigencia de su propuesta utópica (o distópica, como usted prefiera llamarla) es un lugar común, pero no menos asombroso. 
A mis +60 años, me resulta doblemente asombrosa la novela de George Orwell (seudónimo de Eric Blair, 1903-1950) porque durante mi primera lectura, a los veintitantos años, varias cosas me pasaron desapercibidas, entre ellas, que Big Brother no era un personaje de fantasía en un futuro lejano, sino el reflejo de gobernantes y sistemas totalitarios reales que no se agotaron en las figuras de Stalin y Hitler. 
Al contrario, ellos eran apenas el comienzo de una forma de hacer política en la cual, bajo cualquier perspectiva con que se le mire, el individuo es aplastado en su dignidad, libertad y derechos humanos por el poder totalitario. 
Ahora, en el año 2024, llamamos “populismo”, “ultraderecha”, “presidencialismo” o “el fin de la democracia liberal” a los rostros nuevos del Big Brother que Orwell nos reveló al publicar su novela en 1949, poco después del fin de la Segunda Guerra Mundial y su cauda de horrores y crímenes contra la humanidad. 
Releer a Orwell me jaló bruscamente a la fuente de origen del análisis político: el ansia de poder por el poder mismo, sin adornos que lo pinten de colores alegres e ilusiones que se disipan casi al momento de crearse. 
A partir de ahí, el manantial del autoritarismo no cesa de fluir ni se seca jamás. Ante mis ojos anhelantes, se han desplegado formas diversas, hasta ingeniosas, de regímenes políticos progresistas o conservadores, liberales y neoliberales, socialistas de viejo y nuevo cuño, parlamentarios o presidenciales; en fin, no se agota en la mente del hombre el catálogo de etiquetas para los fenómenos políticos. 
Aun en la era digital y con el paso vertiginoso conque crece la inteligencia artificial, el poder por el poder mismo (la fuente de origen) que desde milenios atrás impulsa al hombre es al hilo que entrelaza los años nuevos y sus tecnologías maravillosas con los años viejos: De “La Ilíada” a “1984” hubo sólo un abrir y cerrar de ojos. 
La lectura de la novela “1984” es no sólo placentera en términos literarios, sino indispensable en términos políticos para el lector que quiera comprender al mundo (y en ese mismo acto transformarlo) por y desde la literatura. 
La tensión narrativa magistral de Orwell me atenazó el corazón en algunos pasajes. 
En particular, las escenas de amor entre sus personajes rebeldes a Big Brother (Winston y Julia), en medio y a pesar de la omnipresencia del gobierno dictatorial, son la última esperanza que el autor inglés atisba para la humanidad: el amor como libertad personal contra el autoritarismo, los besos y encuentros furtivos casi como posturas políticas.  
Tal vez la era digital sea una nueva etiqueta para la añeja propensión de los gobernantes de vigilar y controlar al máximo a sus gobernados. 
Quizá la inteligencia artificial terminará, como muchas otras cosas, como instrumento al servicio del poder controlador, para el cual no hay puertas y ventanas cerradas que le impidan ser El Gran Intruso del siglo 21, como Big Brother lo fue en el siglo 20. 
Orwell murió pocos años después de publicada su novela. No sobrevivió hasta el año 1984 para constatar que su utopía (o distopía) se había convertido en realidad, aunque en formas y apariencias distintas a la del Londres postapocalíptico que imaginó en su obra. 
Fue un año o dos antes de 1984 que leí la novela entre la euforia que provocó, lo recuerdo bien, la proximidad del encuentro entre la ficción y la realidad en ese año. 
Al regresar a Orwell en 2024, casi al primer cuarto del todavía joven siglo 21, me pregunto qué hubiera pensado el escritor inglés al observar hoy el panorama mundial. ¿Se hubiera quizá deslumbrado con la inteligencia artificial, el internet y las redes sociales sin las cuales las generaciones jóvenes no podrían sobrevivir un solo día? 
O, al contrario, ¿sonreiría el viejo George ante lo que observaría y pediría su máquina de escribir original para redactar una coda a su texto? Escribiría algo así como “Big Brother no se crea ni se destruye, sólo se transforma”. 
¡Salve, George Orwell! Gracias por la novela “1984” y tu obra literaria. 
@rogeliux 
Leí a Orwell en la edición de bolsillo (ISBN 9780451524935) que en conmemoración del 75 aniversario de la publicación de “1984” preparó la casa editorial Penguin Ramdom House (Nueva York) en su serie Signet Classics. Por si no bastara la cuidada edición de la novela y el hermoso diseño de la portada, el lector tiene su disposición la introducción de la escritora y académica Dolen Perkins-Valez (American University) y dos epílogos: uno de la escritora Sandra Newman y otro del pensador Erich Fromm, quienes nos presentan perspectivas de lectura y entendimiento de la obra “1984” verdaderamente sorprendentes.  Mi copia de bolsillo la compre en Barnes & Noble de La Cantera, San Antonio Texas, Semana Santa de 2024.

domingo, julio 28, 2024

Nélida Piñón: ‘La República de los Sueños’

 

Por Rogelio Ríos Herrán 
Terminé recientemente la lectura de la novela que Nélida Piñón (1937-2022), escritora y periodista brasileña, escribió sobre las raíces gallegas de su familia inmigrante establecida en Brasil, y quiero compartir mis impresiones. 
Situada a principio del siglo 20, el relato de Nélida traza un arco de décadas hasta los años 50, cuando se da el desenlace de la vejez y muerte de Eulalia, Madruga y Venancio, los personajes principales del relato. 
Breta, la nieta del patriarca empresarial Madruga, un gallego recio y trabajador proveniente de familia de labradores, es responsable de contar la saga familiar. 
Me acerqué a esta novela, y a la primera lectura de una obra de Piñón, impulsado por un proyecto personal de hacer el relato de la historia de mi abuelo Pablo, proveniente de un pueblito español llamado Fuentes de Nava, provincia de Palencia. 
Don Pablo Herrán, el padre de mi madre, nació y creció hasta su juventud en una familia de labradores. A partir de su nacimiento en 1878 y hasta sus 20 o 21 años quizá, el abuelo Pablo vivió duras experiencias que lo llevaron a “hacer la América” y embarcarse en un viaje sin retorno a principio del siglo 20. 
Hasta ahí es asombrosa la similitud de la vida juvenil de mi abuelo palenciano Pablo con el abuelo gallego Madruga de Breta en la novela, razón por la cual me sumergí en el relato de Nélida buscando inspiración en su gran talento narrativo. 
Les decía, entonces, que terminaba hace días la lectura de “La República de los Sueños” (2014), y fue como tomar un respiro después de un largo viaje por el bosque de palabras creado por Piñón. 
La autora brasileña es vasta en la configuración de cada personaje: nos da la descripción minuciosa de su apariencia física y la no menos detallada del paisaje mental y emocional de cada uno de ellos, al punto que deja al lector la sensación vívida de haber convivido, a lo largo del texto, con familiares largamente conocidos y queridos. 
Además, la autora consigue mantener viva en todo momento la tensión espiritual que consume a Madruga y Esperanza y, me atrevo a decir, a cada migrante que deja su tierra en busca de un sueño: la ruptura de su vida entre una parte que recuerda y anhela la patria natal y otra parte, irresistible y ansiosa, que busca fincar su planta en la nueva patria adoptiva. 
Al leer, en cada pasaje aquí o allá, que la lucha de Madruga por no olvidar Galicia, mientras se abre paso con esfuerzo y entre penalidades en Brasil, lo consume física y mentalmente durante sus días y en sus noches de sueños, yo no podía dejar de pensar en mi abuelo Pablo y sus recuerdos de Palencia, mientras descubría y forjaba su vida en México. 
Llegan los migrantes a la patria adoptiva, a su “República de los Sueños” personal, con un equipaje al hombro del cual nunca logran deshacerse del todo, nos dice Piñón: lo conquistado en el mundo nuevo se pierde en el mundo viejo, aunque nunca se elimina del todo. 
¿Qué llevó al abuelo Madruga a emigrar de Galicia a Brasil? 
La respuesta se percibe en toda su amplitud al concluir la lectura de la novela y dejar en el lector una multitud de motivos posibles, los cuales se reducen a uno: el ansia de vivir una vida distinta a la que el destino te asignó al nacer. 
Dejar atrás el suelo nativo, la patria, la madre y el padre, la lengua y las leyendas gallegas, las lluvias de noviembre; buscar incesantemente en tierras brasileñas no sólo el pan y el dinero, sino la aceptación social huidiza, la integración plena a la patria adoptada, ¿se imaginan ustedes la vida compleja, azarosa y a la vez fascinante de Madruga? 
¿Se imaginan los lectores las vidas de cada migrante en cada país nuevo al que llega? 
Si ustedes quieren hacer ese ejercicio de la imaginación, vayan a la lectura de “La República de los Sueños”, caminen por el bosque de palabras de su autora Nélida Piñón y sueñen, sueñen mucho sus propios caminos recorridos entre el pasado y el presente en un recorrido de pura nostalgia personal. Es un gran libro. 
@rogeliux 
REFERENCIA: 
Leí a Nélida Piñón en la versión ebook de “La República de los Sueños” de Penguin Ramdom House Grupo Editorial, con la traducción del portugués (“A Republica Dos Sonhos”) de Elkin Obregón Sanín, 2014, Barcelona. 

sábado, julio 27, 2024

París 2024: Aquí vamos, Juegos Olímpicos!

 


Por Rogelio Ríos Herrán 
Con esperanzas y sueños a cuestas y muchas horas de sacrificio y entrenamiento, los deportistas olímpicos mexicanos acudirán a partir del 26 de julio a su cita con los Juegos Olímpicos 2024 en la ciudad de París, Francia. 
Como muchos mexicanos, yo los veo como fuente de inspiración de lo que la voluntad de hierro, la disciplina y el amor al deporte pueden hacer para vencer cualquier obstáculo y superar toda adversidad. 
Desde que de niño me fascinó ver en los Juegos Olímpicos de la Ciudad de México (1968) al “Sargento” Pedraza entrar al Estadio Olímpico en su prueba de caminata y al “Tibio” Muñoz ganar una medalla de oro en natación, quedé enganchado para siempre con la Olimpiada. 
Les confieso que no me apura tanto medir el valor de los atletas mexicanos por el número de medallas que obtengan. No me dice gran cosa el medallero olímpico, dominado por ultradeportistas de las grandes potencias que llevan sus conflictos geopolíticos al foro deportivo. 
Prefiero el sabor inigualable de la competencia leal, el impulso competitivo genuino, el sudor natural (no las hormonas ni los suplementos químicos mágicos) y la caballerosidad en cada competencia, como la medida del éxito independientemente de si el atleta gana o no una medalla olímpica. 
Por supuesto, ganar una medalla es probar la gloria, pero medir el esfuerzo deportivo exlclusivamente por el número de medallas obtenidas es perder la esencia del olimpismo: la competencia es el triunfo, competir a nivel olímpico es haber ganado de antemano. 
Viajaron a París 107 atletas mexicanos, en su mayoría mujeres, quienes participarán en 27 disciplinas deportivas. Entre ellos, hay 13 medallistas olímpicos de anteriores competencias. 
En una encuesta del periódico El Heraldo (Poligrama-Heraldo Media Group), de las personas entrevistadas, el 55 por ciento expresó que esperan más medallas que en Tokio 2020 (cuatro medallas). 
La gimnasta mexicana Alexa Moreno fue señalada por el 24 por ciento de los entrevistados como la deportista que será la figura mexicana en los juegos olímpicos, por delante de otros atletas como Alejandra Valencia y Matías Grande, tiradores de arco.  
Será inevitable para los atletas mexicanos mezclar el deporte con la política. Su asistencia a París 2024 se da en medio de una ola de surgimiento de figuras y movimientos políticos populistas, ultranacionalistas y desafiantes de la democracia en Europa, algo similar a lo que ocurre en América Latina. 
El olimpismo será sometido a una durísima prueba en París 2024 en tanto sus valores de fraternidad humana, espíritu de competencia leal y respeto a las reglas del juego son, precisamente, lo opuesto a lo que pregonan los movimientos populistas europeos. 
Además, los atletas mexicanos ya han saboreado ese populismo en su propio país bajo el gobierno morenista de López Obrador, su proyecto de la Cuarta Transformación y sus propuestas contrarias a la democracia liberal. 
“La política de promoción deportiva bajo el gobierno de Andrés Manuel López Obrador se ha caracterizado por cuatro elementos: restricción presupuestaria, destrucción de iniciativas que habían funcionado, desorden administrativo y atención a las federaciones deportivas de acuerdo con su alineación política”, escribió recientemente Francisco Báez Rodríguez, periodista y académico (en su capítulo para el libro coordinado por Ricardo Becerra, “El daño está hecho. Balance y políticas para la reconstrucción”, México: Libros Grano de Sal, 2024).  
La hazaña olímpica ya se dio para México: es un milagro ver a los atletas aztecas en París compitiendo por medallas, a pesar del desdén por el deporte del gobierno morenista. 
“Los atletas mexicanos salen a competencia en la justa olímpica”, afirma el columnista deportivo David Faitelson. “Habrá que exigirles de acuerdo a lo que tienen. Creo que cualquier resultado, ante las condiciones que les rodean, es, casi, un milagro” (El Norte, 26/07/2024). 
Finalmente, los olimpistas mexicanos pueden animar con su ejemplo a una población mexicana mayormente alérgica al deporte, al cual prefieren ver desde el sofá: en 2022, según datos del INEGI sólo el 42 por ciento de la población adulta dijo hacer algún tipo de ejercicio físico, pero nada más el 23 por ciento lo hizo con el nivel requerido para mejorar la salud.  
De cualquier manera, ¡buena fortuna a nuestros atletas olímpicos en París 2024! 
@rogeliux 

viernes, julio 19, 2024

JD Vance: agárrense, mexicanos!

 


Por Rogelio Ríos Herrán 
Recién designado como el compañero de fórmula electoral de Donald Trump, James David Vance (JD, para los amigos) sería el próximo vicepresidente de Estados Unidos si los republicanos ganan la elección en noviembre. 
Sobre el joven político (39 años, la mitad de la edad de Trump, abogado y católico) egresado de Yale, yo tengo unas primeras impresiones que comparto con ustedes, a reserva de afinarlas más tarde. 
A la designación de Vance por sobre la de políticos más experimentados como, yo la percibo como una decisión negociada por los “big donors” republicanos con Trump y como una manera de control a los peores instintos de un hombre cuya edad y condición mental ponen en duda su capacidad de gobernar. 
Vaya, es algo parecido a lo que sucede en las grandes empresas: el ejecutivo senior es el presidente honorario de la corporación dedicado a los “socialitos”, pero hay un presidente ejecutivo que es “el que saca la chamba” de todos los días, como se dice en México.  
Además, Vance es un tipo que habla y escribe bien (autor del bestseller “Hillbilly Elegy” en 2016, convertido en la película “Hillbilly, una elegía rural” en 2020, disponible en Netflix), buen expositor (ver su plática “America’s forgotten working class” en Ted Talks de 2017) y que expone con claridad sus ideas, independientemente de su conservadurismo. 
Es un fundamentalista americano, sí, pero JD es capaz de bajar pragmáticamente al nivel de la estrategia y hacer lo necesario para alcanzar sus objetivos, por ejemplo, reconciliarse con Trump después que años atrás lo llamó el “Hitler americano”. 
Su narrativa de vida, que repitió en la Convención Republicana Nacional 2024, es simple: Vance es el hijo exitoso -por su propio esfuerzo- de una pareja de americanos blancos de Ohio frustrados y resentidos (la madre con adicción a las drogas) por sentirse olvidados por el gobierno de su país. 
Eso encaja bien en la dupla electoral republicana: el hombre de cuna de plata de Nueva York, Donald, va acompañado por el chico de cuna pobre de Ohio, ambos montados en la plataforma conservadora del nuevo Partido Republicano. 
¿Qué consecuencias hay para México en su designación?  
Cuando JD era candidato al Senado por Ohio, grabó en 2022 un anuncio de propaganda que empezaba así: “¿Es usted racista? ¿Odia usted a los mexicanos?”, y de ahí se arrancaba a despotricar en contra de los inmigrantes y la falta de control en la frontera sur de Estados Unidos. 
Con experiencia de varios años en los US Marines, Vance percibe mejor que Trump que si la inmigración es un problema de seguridad nacional para Estados Unidos, la reacción a dicha situación debe ser, en primer término, de orden militar. 
De la misma manera, el problema de la introducción de fentanilo proveniente de México por la frontera sur debe ser atacado directamente contra las organizaciones criminales que lo producen, ante los brazos cruzados del gobierno nacional mexicano. 
La criminalización de la inmigración mexicana a Estados Unidos no es algo nuevo, pero JD la lleva a niveles superiores: el futuro vicepresidente sí tiene la capacidad de implementar las respuestas militares y convencer al presidente Trump de usarlas. 
¿Será Vance el verdadero poder detrás del trono en caso de que Trump vuelva a la Casa Blanca? 
Si es así, ¡agárrense, mexicanos! 
@rogeliux 

lunes, julio 15, 2024

Atentado a Trump: lecciones para México

 


Por Rogelio Ríos Herrán 
El ataque al candidato Donald Trump durante un mitin en Pensilvania, el sábado 13 de julio, fue la erupción de un volcán que ya había anunciado, con repetidas fumarolas, su disposición a expeler lava y caos sobre la escena política norteamericana. 
Si desde México nos contentamos en mirar con asombro y morbo, una y otra vez, el video del momento del atentado a Trump, su herida en la oreja, la reacción del Servicio Secreto, y su traslado al hospital, perderemos una gran oportunidad de tomar consciencia de hasta dónde llega la polarización política de personajes populistas como Trump y López Obrador. 
Si nuestra capacidad de análisis y reflexión se agota en teorías conspirativas, memes con bolsitas de salsa catsup, imágenes de Trump con el puño en alto y la boca sangrante, llenaremos la capacidad de memoria de nuestro cerebro mucho antes de llegar al fondo del asunto. 
Con tal intención, comparto con ustedes algunas deliberaciones sobre el tema: 
  1. No es una señal menor que el tirador que intentó matar a Trump, un joven de 20 años llamado Thomas Crooks, fuera un votante republicano registrado, y no un “antifa” o extremista de izquierda. No hubo fuego enemigo, sino amigo, para el candidato republicano. Trump aplastó, en su camino hacia la captura del Partido Republicano, a grupos y militantes movidos por su apego al partido, no por su apego a Donald, y algún militante decidió quizá arreglar las cuentas por sí mismo. 
  2. La agresividad extrema del discurso de Trump en contra de demócratas y progresistas, y replicada por congresistas y senadores republicanos, grupos de apoyo político como QAnon y las fuerzas paramilitares que lo apoyan (Proud Boys, Southern Patriot Council, entre otros) data de años o décadas atrás y ha cobrado vidas en varias ocasiones, no sólo en el Asalto al Capital. No empezó la violencia política con el atentado a Trump y seguirá manifestándose en otras formas, ya sea de atentados o en las redes sociales. 
  3. “Siembra vientos y cosecharás tempestades”, está escrito. Los sembradores de vientos con sus discursos polarizadores, tanto en Estados Unidos como en México, no han parado su actividad ni lo harán por un atentado más a una figura pública en Norteamérica, ni se detendrán en México al llegar a la cifra de 200 mil homicidios durante el sexenio de López Obrador que incluye la muerte de gobernantes y candidatos de varios partidos políticos a lo largo del territorio mexicano. 
  4. La falta de canales de comunicación entre las fuerzas políticas opuestas, su nula disposición al diálogo y la ausencia de figuras, tanto de demócratas como de republicanos, es una falla grave del sistema político estadounidense que presenta ante la opinión pública la imagen de una clase política disfuncional e incapaz de dar una gobernabilidad razonable a los Estados Unidos. Hubo, vale pena mencionarlo como una luz de esperanza, un breve diálogo telefónico entre el presidente Biden y el candidato Trump después del atentado; qué lástima que hubiera que llegar a este extremo para que eso sucediera. 
  5. El problema de falta de comunicación entre los actores políticos confrontados en México por discursos polarizadores, de ausencia de diálogo, ha desembocado ya en atentados y asesinatos de gobernantes y candidatos de varios partidos políticos; no tardará mucho en llegar a los niveles superiores de la clase política. ¿Qué estamos haciendo los mexicanos para evitar eso? 
  6. Las mismas causas provocarán consecuencias similares. Los liderazgos populistas, las tendencias autoritarias hacia la concentración de poder, el ataque a las instituciones y reglas de la democracia, los discursos de odio y polarización, la creación de realidades alternativas para ocultar deficiencias y corrupción en los partidos gobernantes, la captura y manipulación de la información pública como instrumento de propaganda, todo eso sigue presente tanto en Estados Unidos como México: ¿Cómo podemos esperar resultados diferentes si persistimos en los mismos errores? 
  7. En conclusión, fue un alivio para mí saber que Donald Trump salvó la vida en el atentado en Pensilvania. Lo digo también, en el caso de México, sobre los momentos recientes en que López Obrador sufrió infartos o quebrantos fuertes en su salud. No quiero imaginar la inestabilidad política que resultaría de la muerte trágica de ambas figuras políticas. Deben ellos vivir y, al final de sus carreras políticas, rendir cuentas y pagar sus culpas. Los problemas no se resuelven con asesinatos de presidentes, sino con el control de sus impulsos autoritarios y con la rendición rigurosa de cuentas. Ya no más cuentos: prefiero los juicios políticos a los balazos. 

sábado, julio 13, 2024

Altagracia Gómez Sierra: Danza con lobos


Por Rogelio Ríos Herrán 

No han cambiado mucho las cosas en México, respecto de gobiernos anteriores, cuando de anunciar los miembros del futuro gabinete de Claudia Sheinbaum se trata: es el mismo viejo ritual, pero con siglas y colores nuevos. 
Fue más intrigante cuando le tocó a López Obrador saber quiénes serían sus colaboradores, allá por 2018, que hoy con Claudia: varios personajes repiten en el gabinete y los nuevos elementos son aún desconocidos a nivel nacional. 
En esta ocasión, sin embargo, hay una cuestión que me intriga: ¿cuáles son los límites de la lealtad en el nuevo gabinete? ¿Hasta dónde estarán dispuestos los hombres y mujeres del equipo de Claudia a respetar o rebasar la línea ética que divide a la honestidad de la corrupción? 
Las interrogantes que planteo no aplican sólo a quienes ya trabajaron con AMLO, sino también a quienes van a trabajar por primera vez en un gobierno morenista y cuyo entusiasmo les haría quizá ignorar la realidad dura del país. 
Los recién llegados se enfrentan al dilema de sus vidas: ¿qué harán cuando se den cuenta de cómo son algunas cosas cuando estás dentro del universo morenista? 
¿Cómo van a reaccionar cuando se enteren de actos de corrupción de compañeros en el gobierno? ¿Cómo decir “no” cuando alguien les pida hacer algo indebido, ilegal y contrario a las leyes? 
Cuando la lealtad personal es puesta a prueba, como lo hizo López Obrador a lo largo de su gestión con sus colaboradores y empresarios, no hay remilgo de honestidad que valga: si cumples, serás leal a la Causa aunque te hayas ensuciado las manos; si no cumples, serás un traidor a la Causa que no admite la menor rebelión entre sus colaboradores. 
La lealtad incondicional no lleva a otro lugar que a la pérdida de la honestidad profesional y al engaño personal de justificar los malos actos porque se hicieron por razones “buenas”. 
A nivel del servicio público, la integridad del funcionario es un mandato legal, no una opción personal. En el mundo ideal, hay delitos de corrupción tipificados y castigos para los infractores. 
En los cajones de cada dependencia federal, empezando por el Palacio Nacional, siguen guardados y empolvados los ejemplares del Código de Ética de las Personas Servidoras Públicas del Gobierno Federal que nadie lee. 
En el mundo real, lejos de los códigos, la impunidad ha sido una plaga de la casa morenista. Los deshonestos no son castigados, sino premiados con nuevos cargos públicos por su lealtad llevada hasta la ignominia. 
“La ética pública se rige”, nos dice el artículo 6 del Código, “por los principios constitucionales de Legalidad, Honradez, Lealtad, Imparcialidad y Eficiencia en el entendido de que, por su naturaleza y definición, convergen de manera permanente y se implican recíprocamente, con los principios legales, valores y reglas de integridad, que todas las personas servidoras públicas deberán observar y aplicar como base de una conducta que tienda a la excelencia, en el desempeño de sus empleos, cargos o comisiones”. 
Surgieron en mi mente estas reflexiones por la designación de Altagracia Gómez Sierra (32 años), joven jalisciense de familia empresarial por tercera generación, como el enlace de Claudia con los empresarios a través de un consejo de coordinación empresarial que presidirá en condición honorífica. 
Formada en la industria del maíz y la tortilla (área siempre complicada) y con experiencia en logística, estudios de derecho en México y especializaciones en el extranjero, tiene un perfil profesional y se le nota una gran disposición de servir a su país a través de su participación en el gobierno, según percibí en entrevistas que ha concedido. 
En cualquier gobierno de cualquier orientación política, Altagracia sería, sin duda, una adquisición muy valiosa como colaboradora y asesora. 
Ella marcará probablemente un relevo generacional de la presencia empresarial en la esfera presidencial que ojalá y se extienda a otras áreas de la administración pública. 
“El propósito legitima al poder”, dijo entusiasmada en una de sus entrevistas, en el contexto de los programas sociales como herramientas de combate a la desigualdad. 
Lo legitima, le replicaría a Altagracia, sólo hasta el punto en que no quiebre dicho poder al estado de derecho, ni la lealtad y el interés legítimo empresarial por hacer negocios rompan la ética del servidor público. 
Le tocará, eso sí, danzar con los lobos morenistas, como la Caperucita de Charles Perrault. Yo le sugiero que busque una copia del Código de Ética y la esgrima como un crucifijo ante los demonios que intenten, desde el gobierno mismo, atraerla más allá de la lealtad razonable y la honestidad profesional. 
Buena fortuna para la recién llegada: las miradas de muchas mujeres jóvenes mexicanas estarán sobre ella. 

viernes, julio 05, 2024

Claudia Sheinbaum: los tecnócratas morenistas


Por Rogelio Ríos Herrán 
¿Quién iba a pensar que, después de tanto denunciar las perversidades de la tecnocracia neoliberal, sería nada menos que Claudia Sheinbaum quien trajera de regreso a los tecnócratas, bajo una nueva etiqueta política? 
De la tecnocracia “neoliberal” a la tecnocracia “morenista” no hay más que una elección presidencial, pero es tecnocracia, al fin y al cabo. 
Al anunciar algunas designaciones de su próximo gabinete, Claudia logró dar un impacto favorable en la opinión pública a los perfiles propuestos: algunos de ellos tienen educación superior avanzada, trayectoria profesional en gobiernos locales (CDMX) o instituciones públicas, están relativamente alejadas del fragor político y, salvo excepciones, carecen de contactos con la clase política morenista, a la cual miran a distancia. 
Debo confesar que “tecnocracia” es un concepto que no suelo usar por sus connotaciones peyorativas, aunque resulta útil como referencia para ubicar al segmento de funcionarios que toman decisiones racionales en políticas públicas con base en evidencia sólida y en datos. 
Durante el sexenio de López Obrador, tanto la selección de funcionarios como su forma de operar derivó en la casi extinción de los tecnócratas, a quienes se les quemaba en la hoguera del “neoliberalismo”. 
Así le fue al presidente López Obrador con su desprecio a la ciencia y la tecnología, a la razón y el conocimiento experto: la incompetencia y la corrupción fueron el sello de su administración pública. 
Frente a eso, es razonable que la candidata ganadora intente dar un giro a los perfiles de su equipo de gobierno hacia el lado opuesto de los incompetentes, lo cual en la práctica significa reclutar, ni modo, a tecnócratas. 
Son tecnócratas morenistas, dirá Claudia, gente preparada y que tiene afinidades con el movimiento morenista, la causa transformadora o como quiera usted llamarla. 
De mi parte, veo tecnócratas sin etiquetas: el tipo de funcionarios con buenas ideas, elevada preparación académica, honestidad personal, pero que tendrán las manos atadas por los ideólogos morenistas, empezando por Claudia, que durante años dio muestras de no manejar bien la contradicción entre su educación científica y su ideología radical; al final, siempre se decidió por la ideología. 
La falta de conexiones políticas y de una base de seguidores militantes en Morena, obligará a los tecnócratas morenistas a vivir en la eterna austeridad presupuestal y a depender por completo de la voluntad política de su jefa, Claudia, y del jefe mayor: López Obrador. 
No sé cuánto tiempo podrán sobrevivir los tecnócratas en un gabinete presidencial al que le será marcada la pauta por actores (Andrés Manuel) y fuerzas políticas (diputados y senadores morenistas) que intentarán a toda costa manejar a la presidenta de la república. 
No pasó ni un año de gobierno de López Obrador cuando los funcionarios moderados y realistas, los tecnócratas, empezaron a renunciar ante la imposibilidad de hacer su trabajo y ser tomados en cuenta por el presidente. 
¿Cuándo empezarán las renuncias en el gabinete de Sheinbaum? 
Las caras sonrientes del grupo propuesto al gabinete rodeando a Claudia reflejan la calma antes de la tormenta en una fotografía memorable.  
Al verlos me digo: ¿de veras estas personas van a sacar adelante al país? ¿Pensarán algunos de ellos que gobernar a México es como gobernar a la CDMX? ¿A dónde creen que se fueron a meter al comprometerse con Claudia y con Morena?  
Por lo pronto, ya empezó el retorno de los tecnócratas, ahora como morenistas, al gobierno nacional. En fin, tal vez nunca fue tan malo ser tecnócrata neoliberal, sólo fue cuestión de cambiar en 2024 la etiqueta política. 

jueves, julio 04, 2024

El 4 de Julio: Salud, USA!

 


Por Rogelio Ríos Herrán 
En los años en que trabajé en el periódico El Norte (Grupo Reforma) y tenía contacto frecuente con Indran Amirthanayagan, encargado entonces de la sección cultural en el Consulado Americano en Monterrey, poeta y escritor, acudí varias veces a la invitación para festejar el 4 de Julio, el aniversario de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América en 1776. 
Eran interesantes las recepciones de tantos y diversos invitados a la residencia del Cónsul en la zona de la ex Hacienda del Rosario, en San Pedro. Políticos, empresarios, académicos, escritores, artistas y algunos periodistas, convivíamos unas horas de una manera en que nunca hubiéramos logrado reunirnos tantos mexicanos: por la invitación de nuestros amigos gringos. 
Esa sería la primera lección, sí se puede convivir: “¿te invitaron al brindis en el Consulado?”, se convertía en el “gossip” en los días previos en los círculos regios., pero había otras lecciones más. 
Al momento solemne, cuando el Cónsul General en turno dirigía unas palabras en torno al significado del 4 de Julio para los estadounidenses, y resaltaba la valía de México para su país, se entonaban a continuación los himnos nacionales. 
Por cortesía, se escuchaba primero el Himno Nacional mexicano. A voz en cuello cantábamos los mexicanos, afinados con un par de copas de vino o de tequila, el “Más si osare...” y gritábamos al final. 
Después, se escuchaban las primeras notas del Himno Nacional estadounidense, se oían las voces de los norteamericanos presentes y, para mí sorpresa la primera vez que lo escuché, se agregaban las voces de muchos mexicanos que se sabían el himno americano a la letra. 
No sólo eso, lo cantaban con el mismo entusiasmo que nuestro himno mexicano, lo cual me pareció deslumbrante: acababa de descubrir ese lazo que une a mexicanos y gringos de una manera profunda, permanente y resistente a cualquier gobernante en turno a ambos lados de la frontera. 
¿Cómo fue posible llegar a ese momento inolvidable? ¿No son los Estados Unidos de América el villano de nuestros libros de texto? ¿No es “el imperialismo yanqui” el mantra perenne de las izquierdas y populismos no sólo de México, sino de América Latina? 
Por fortuna, muchas lecturas (Walt Whitman, Auster, Steinbeck, Hemingway, entre otros), intensa convivencia con estadounidenses (saludos, Michael Sobel), viajes a la Unión Americana, la observación de la vida americana, me dieron la gran oportunidad de sacudirme los prejuicios y estereotipos sobre los gringos que aquejan aún a generaciones de mexicanos. 
Cada 4 de Julio hago una pausa en lo que esté haciendo para dedicar una reflexión pequeña, desde mi ámbito personal y en la intimidad de mi estudio en Monterrey, a la gran nación americana: aplaudo la diversidad, su empuje literario y cultural, la gente buena de Texas, Arizona y Nueva York que he conocido, a la música del “Jefe” Bruce. 
Lejos, muy lejos están de la voracidad por el poder y la fanfarronería de políticos, aquí y allá, que siembran odio en sus sociedades y tratan de dividir lo que es indivisible: el lazo social y cultural entre las dos naciones, independientemente de lo que digan o hagan sus gobernantes. 
“Read my lips”, como dicen los americanos: nunca dejaremos de cantar juntos el “Masiosare” y el “the home of the brave” durante muchos 4 de Julio, “no matter what!” 
¡Salud, USA! 
Rogelio.rios60@gmail.com

México, ‘una hoja en la tormenta’

México, como vecino geográfico de los Estados Unidos, no puede escapar a l destino de convivir con un vecino poderoso, inestable y nada  co...